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Viernes, 8 de enero de 2010

LUX VA A LA ESCONDIDA

Sucundum

Frío polar en el primer día de playa nudista, viento y mandados para el siguiente; Lux intenta pescar en el río revuelto de la costa atlántica, pero su estrella apenas le alcanza para ponerle color al manto virginal del Mar Argentino.

Recibí el año en Mar del Plata, como corresponde. Y como corresponde, no bien llegué, decidí darme una vueltita por el balneario nudista La Escondida, a escasos kilómetros de La Feliz. Yo, llevadx por el viento, me sentía la viva encarnación de Scarlett O’Hara. Según el calendario occidental, faltaban 48 horas para descorchar el champagne carísimo que nos transportaría a la nueva década, pero esa tarde, la del 29, no me transporté a ningún lado, porque apenas me podía mover de tanto que temblaba. Hacía un frío de cagarse y me quedé patitiesx junto a una roca, como si me hubieran puesto en penitencia. Por mis ojos pasaba de todo y yo, nada, cual monjx. Juro y perjuro que mi intención era desnudarme, salir al ruedo, pero el clima me lo impidió. Delante mío veía pasar multitud de valientes llevando un mate entre sus manos o un mate y un termo o un mate y un termo y un diario, o un termo, un termo, un termo... ¡qué de termos que se podían imaginar aunque el frío los convirtiera en bombillitas! Qué envidia la resistencia térmica, nunca la tuve. Evidentemente mis compañerxs de playa andaban deseosxs de hacer nudismo o acopiaban otro tipo de calores que, por algún extraño motivo, no se hacían notar. En fin, no sé tú, lo que es yo moriré con la duda. Pero lo importante, lo verdaderamente importante en la vida fue que, pasada la noche del 31 —la maravillosa noche del 31 que me encontró dando furiosos revolcones en un hotel frente al mar con un amorcito de verano, hoy un juramento mañana, quién sabe— y la lluvia torrencial que arreció La Feliz el día 1º, la temperatura cambió. Así es que al día siguiente pude, por fin, visitar La Escondida, pero visitarla como diosx me trajo al mundo y caminar por su suelo pedregoso como por una pasarela. Qué felicidad, no se imaginan, con lo que me gusta andar en bolas por mi departamento. Esto es lo mismo sólo que con arena y mar y un montón de personas alrededor y una pileta climatizada sobre una loma y un barcito con una vista espectacular que parece que estás en Brasil. O que Brasil está en vos, que es casi lo mismo. Así que, promediando la calurosa tarde del segundo día del primer mes del año, decidí desbarrancar ingiriendo un daikiri de frutilla, mi traguete preferido. Fui modelo subiendo por la escalera de rústicos peldaños que me conducía al bar y me dispuse a hacer la cola para adquirir el alcoholito. Impactante. Era una cola maravillosa, una cola que realmente logró sorprenderme, una cola llena de colas maravillosas, como una postal. No importaba esperar, créanme. Cuando llegó mi turno escuché una voz que me decía: “¿Qué hacés Lux por acá? ¡Qué alegría!”. Era mi amigo Luciano que sacudía la coctelera detrás de la barra con una habilidad inigualable. El es cocinero de un petit restó de Palermo, pero parece que decidieron exportarlo a la costa argentina, porque es una eminencia en gastronomía. “Vení, Lux –me dijo–. Necesito que me hagas un favor. ¿No me podrías ir a comprar un ron a Miramar que nos quedamos sin una gota? ¡Cómo te quiero Lux, sabía que no me ibas a fallar!” Y no pude negarme. Así que agarró un billete, me lo puso en la mano y me explicó dónde comprarlo. “¡Que sea dorado!”, agregó mientras me alejaba, después de haberme puesto el short y la torerita. Por suerte fui con auto hasta el súper Ancar, porque, si no, todavía estoy paradx en el camino, esperando el micro de regreso. Soplaba un viento horrible cuando volví con el ron, pero Luciano me preparó un daikiri de frutilla, porque nobleza obliga, y junté calorcito. Con un vaso en la mano me quedé absortx, mirando el infinito. Otro día se iba para no regresar, la tarde había caído sobre el Mar Argentino como el manto luminoso de una virgen. Y yo me sentí listx para perder, una vez más, a mi virgen interna. Que como el sol, aunque no lo veamos, siempre está.

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