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Viernes, 4 de julio de 2008

ENTREVISTA > MóNICA SANTINO

Abrazo de gol

A fin de este mes termina el campeonato de fútbol de mujeres que Mónica Santino, incansable luchadora para abrir cancha a las chicas que aman la pelota, organiza desde hace casi diez años. Ex dirigente de la CHA, esta profesora de educación física ha respirado fútbol toda su vida y piensa seguir haciéndoles gambetas a los prejuicios por amor a la redonda.

 Por Marta Dillon

¿Cómo empezaste a jugar al fútbol?

—Fue a los cinco o seis años, porque en mi casa siempre se respiró fútbol. Cuando yo nací mi papá me hizo socia de Vélez, automáticamente. La salida de los domingos era ir a la cancha, mi casa era una casa de fútbol, como debe pasar en tantísimas otras casas. Y la decisión de jugar la tengo desde entonces, de ver jugar y querer meterme en la cancha... y me metía, me fui ganando espacio, con el tiempo, por saber jugar. Y ese lugar lo conservé siempre, en la adolescencia el espacio de juego era la calle y ahí estaba yo con el grupo de chicos. Con ellos no había problema, me aceptaban, el problema era el afuera. Mientras fui chica era simpático que jugara pero a medida que fui creciendo ya no era tan simpático.

Eras la famosa machona.

—Sí, recibía todos esos calificativos, pero además como mi papá era médico y tenía el consultorio en casa yo era la hija del doctor que jugaba a la pelota; un problema. Siempre peleé un montón para jugar, aunque por momentos me cansé y me alejé. De todos modos estudié educación física y me volví a conectar, jugué en River un tiempo y después vino la etapa de la CHA (Comunidad Homo-sexual Argentina). Y ahí dejé de jugar porque fue como correr la militancia a otro lado.

¿El fútbol es una militancia?

—Si lo mirás desde el lado de las mujeres, para mí es una militancia. Porque yo quiero ser protagonista del juego, no espectadora, que es lo más que se nos propone a las mujeres; y hasta por ahí no más. Pelear por el lugar en la cancha, por el amor a la pelota, es un compromiso vital. Por eso mientras estuve en la CHA no pude jugar y cuando dejé volví a darle todo al fútbol.

¿Antes de la CHA tenías amigas que jugaban al fútbol?

—Sí, en ese River que se estaba empezando a armar. Ese fue mi contacto con otras chicas, a los 21, porque yo siempre había compartido juego con varones, había aprendido a jugar con varones.

¿Te sirvió el fútbol para poder nombrar tu identidad sexual?

—No, para nada, no creo para nada que una cosa vaya agarrada con la otra, creo que no hay explicación para el deseo ni para el origen del deseo.

Obviamente el fútbol no te hace lesbiana si no que tal vez había un contexto más amable, lo digo pensando en la cronología que describís.

—No, además hacerse lesbiana es un poco complicado, ¿no te parece? Es como hacerse heterosexual, no sé cómo sería. Creo que hay tantas formas de ser lesbiana como lesbianas hay. Si bien la sexualidad es una construcción cultural que no tiene nada que ver con lo genético o lo biológico o estas variables que nos atraviesan todo el tiempo, no creo que el fútbol haya tenido que ver particularmente con eso.

¿Tampoco te dio libertad en relación con tu cuerpo?

—No, al contrario, más bien me tenía que ocultar, por el prejuicio. Desde que empecé a crecer y pasé de ser simpática a machona y lo que sigue es lesbiana y en el peor sentido peyorativo, del disvalor. O sea que siempre me tuve que hamacar bastante con esas cosas. El prejuicio hace su propia cadena de causa y efecto: “practica un deporte que es de varones, le gustan las mujeres, ergo, quiere ser un varón”. Y es bastante duro pelear contra eso, vivir con eso en la espalda. Por supuesto que lesbianas en el fútbol femenino hay, como hay en el hockey, aunque yo no voy a salir a dar nombres como hacen los activistas en Estados Unidos.

Entre tanto silencio el prejuicio se hace más pesado.

—Lo peligroso es la discriminación, porque lo que busca esta ecuación tan armada es poner una etiqueta y dejarte quietita en un lugar. Yo pienso que si vamos cincuenta personas a una fiesta y dicen que cuatro son lesbianas empieza el pánico porque nadie sabe quiénes son. En cambio si definimos a todo un grupo, mejor, más tranquilizador, lo ves, se visten de tal manera, van a bailar a tal parte; esa es la uniformidad que propone el prejuicio.

¿Seguís creyendo que da pánico?

—Sí, por más que hayamos avanzado muchísimo, que la problemática esté instalada, que se hable, se discuta, yo creo que sigue provocando un resquemor importante. Si no tendríamos leyes, que todavía no tenemos.

¿Como cuáles?

—Como las que les den un carácter cívico a nuestras parejas, que podamos adoptar, muchísimas cosas. Es cierto que aquí ya no hay edictos policiales pero a las travestis se las siguen llevando presas... Creo que ésta es otra etapa de la lucha, pero hay que seguir llevándola. Sigue siendo peyorativo el trato a las lesbianas, pero en general con las mujeres el trato es así, si sos lesbiana el doble de peor pero seguimos teniendo la carga de que si tenés muchas parejas, por más que sean varones, te dicen puta porque no estás obedeciendo lo que se espera de vos.

Ese pánico que generan las lesbianas, ¿no hay chance de apropiárselo, al menos en ámbitos como el fútbol?

—Bueno, podemos decir “somos machonas y qué...” pero lo cierto es que en los pasillos de la AFA lo único que se escucha es “¿y qué querés? Si son todas tortas...”. Para decirte algo concreto: una jugadora de la selección de fútbol sufrió acoso por parte del médico del plantel, el tipo tenía la costumbre de abrir la puerta de las habitaciones de las chicas para ver quién estaba con quién. El tipo estaba decididamente caliente con la piba, para decirlo en criollo, y como loco porque ella era gay. Y cuando la chica se esguinzó el hombro el médico le dijo al técnico que no tenía nada, que lo que pasaba es que no quería jugar. Si eso no es violencia, lesbofobia, no sé qué es. A ella la dejaron afuera de la selección y ahora para esta nueva convocatoria para los Juegos Olímpicos está afuera también. Y el médico sigue siendo el mismo. Y todo el grupo que la ayudaba a ella quedó afuera, eran las chicas líderes, las que tenían más experiencia. ¿Cómo se llama eso?

¿Acoso? ¿Violencia?

—Estamos hablando con Marta Antúnez, de la Secretaría de Deporte, para ver qué se hace, porque este tipo va a repetir esa conducta. Esto de abrir las puertas, de espiar, es acoso pero agravado. Nosotras, como jugadoras de fútbol, nos comemos esto todo el tiempo; de todos modos es cierto que cada vez más hacemos lo que queremos, pero, ya ves...

¿Hay alguna bajada de línea de parte de la AFA sobre la estética de las jugadoras?

—Y, mucho no nos ayudan, porque nos dan la ropa de descarte de los varones. Nosotras vemos la ropa que usan Las Leonas y te das cuenta de que con un poco de onda podría tener otra imagen el fútbol de mujeres; si es igual al hockey, sólo cambia el elemento, el entrenamiento es igual. Capaz que con remeras como las de Las Leonas apareceríamos un poco más. Algo se ha logrado de todos modos, ahora las chicas pueden entrenar en Ezeiza, les dan algún viático, y también esa ropa que no las favorece para nada... no es que queramos jugar con pollera y maquillaje en los partidos, ¿pero una ropa mejor? La necesitamos.

¿Vos seguís jugando?

—Juego en Nordelta, donde se armó un campeonato importante, con 35 equipos. En la otra punta, porque vivo en Boedo, pero lo armaron chicas que jugaron alguna vez conmigo.

¿Cómo fue tu ingreso en la CHA? Porque después de vos no hubo otra dirigente mujer...

—Yo llegué en el año ‘89, sin idea de militar, sino porque sentía que era la única en el mundo, con un montón de problemas en mi vida afectiva, con mi familia. Una compañera de trabajo me dio la dirección que había aparecido en la revista Eroticón un año antes. Fui pensando que conocería gente como yo, aunque yo sufría mucha discriminación propia, pensaba que no era tan así...

No querías ser lesbiana.

—Claro, lo que pasa es que mi primera novia murió, repentinamente. Ella tenía 18 y yo 21. Un aneurisma. Y ese duelo que no podía llevar como yo quería era para mi vieja “muerto el perro terminó la rabia”. Y eso me dolía mucho, además del peso de la educación católica muy fuerte. Necesitaba hablar con alguien más, pero antes de tocar el timbre di miles de vueltas a la manzana, tomé cientos de cafés, hasta que entré y me atendió un compañero que después falleció de sida. Y no, no había ninguna mujer, aunque Teresa Rito era la vicepresidenta. La CHA tenía grupos de reflexión que compartíamos varones y mujeres pero yo era la única. De todos modos me quedé y fui despegando. Un día me propusieron ir al Encuentro Feminista de San Bernardo, que fue una apertura impresionante. Porque el lesbianismo no era un eje temático y sin embargo nos autoconvocamos en un hotel y éramos como 500. Fue impresionante porque la única imagen que yo tenía era la de Sandra y Celeste en el poster de Mujer contra Mujer.

Ese poster también habrá sido importante...

—Sobre todo el día que Celeste dijo que era lesbiana en el programa de Badía, para las de mi generación fue un impacto muy fuerte. Pero la cuestión es que después de ese encuentro volví con mucha fuerza y a fin de año entré en la comisión directiva porque me votaron. Y llegó un momento que de 12 que formaban la comisión directiva éramos ocho mujeres; hasta se tuvieron que plantear qué pasaba con los hombres. Compartí presidencia con un compañero y como yo me dedicaba a prensa me tocó ser cara pública de la CHA desde el ‘91 hasta que me fui, en el ’96.

¿Y tu familia?

—Tuvo que ir creciendo conmigo. Para mi vieja fue un impacto porque la primera vez que fui a la tele los vecinos empezaron a mirarla raro. Ahora todo está bien, pero, siempre hay un pero. Yo vivo con mi pareja, recontra constituida, sólida; y mi hermano está en la misma situación pero casado; el día de la ceremonia, mi papá y mi mamá, que están separados hace años, por poco se dan la mano de la emoción. Es como que no tiene el mismo valor la unión de mi hermano que la mía. Ahí te das cuenta de cuántos límites hay, saben quién es Cecilia, mi compañera, pero no tiene la misma entidad que mi cuñada.

¿Por qué te fuiste de la CHA?

—Fue una etapa que terminó. Aprendí mucho, a veces extraño, pero de todos modos milito a diario, con el fútbol; y también por decir quién soy, eso es una militancia permanente.

¿Cuándo podrías dar por finalizada tu etapa con el fútbol?

—Nunca, pero tengo un sueño: fundar un club de fútbol para mujeres, creo que hace falta.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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