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Viernes, 14 de enero de 2011

CINE

Ver para querer

A partir de la edición del segundo tomo de las Obras incompletas de Homero Alsina Thevenet, que reúne sus esenciales textos sobre cine, el Malba realiza un ciclo con las películas que marcaron el gusto del crítico uruguayo. Y tanto Dos amores en conflicto como otros tres títulos son hitos de la diversidad cinematográfica.

 Por Diego Trerotola

”Si hay algo que a Hollywood le encanta hacer ciegamente es convertir a jóvenes homoeróticos en blancos de su violencia de gatillo fácil”, comenta Parker Tyler en su libro Screening the Sexes de 1972, pionero en analizar las formas y deformidades de la homosexualidad en el cine. Ni bien denuncia ese regodeo mortuorio, encuentra una “reciente excepción del fatalismo moralista” de Hollywood en Dos amores en conflicto (Sunday, Bloody Sunday), película dirigida por John Schlesinger, quien venía de alzar el Oscar a mejor director y película por Perdidos en la noche (Midnight Cowboy, 1969), donde Jon Voight ofrecía su virilidad de taxi-boy en una Nueva York que era testigo de los últimos estertores del orgasmo warholiano. En Dos amores en conflicto, Schlesinger regresa a su Londres natal en un momento bisagra, cuando se alejaba sigiloso del Swinging London para encandilarse con el glam rock: entre esos dos movimientos, entre los ’60 y los ’70, justo entre el flequillo beatle y las mechas de Marc Bolan, se ubica cómodo Murray Head, el bisexual protagónico de la película, que reparte sus fluidos entre esa joven Glenda Jackson que queremos tanto y el Peter Finch de gesto británicamente flemático. Triángulo de amor bi-hétero-homo, retratado sin efectismo, patetismo, tragedia o comedia, el género de la película es cine puro: observar a personajes lo más desafectadamente posible, dejarse seducir por sus pequeños conflictos sin juzgarlos, ver para creer en esos deseos íntimos que desdibujan los imperativos del entorno opresivo de la sociedad británica. Dos escenas son claves: el intimismo voyeurista de Jackson contemplando el desnudo de Head tras la cortina traslúcida de la ducha, y Finch yirando en auto por una Londres nocturna que estimula ondas más nuevas. Finch, que tuvo una educación budista, tuvo que enfrentar mil veces la pregunta sobre el riesgo de hacer un personaje gay en una película que podía poner fin a su carrera. Y no sólo no respondió con la homofobia típica, esa donde el macho alfa confirma su total heterosexualidad, sino que hizo la declaración más coherente con una película que proponía un ciclo sexual pleno, vivo, no clausurado: “Un hombre que sólo haya experimentado un tipo de sexualidad es sexualmente incompleto. La mayoría de nosotros sigue reprimiéndose por costumbre, miedo o dogmatismo. ¿Por qué tememos ampliar nuestros horizontes? Y yo no soy una excepción. Sin embargo, he intentado, especialmente en mi trabajo, poner remedio a ello”. Según Boze Hadleigh, en su libro sobre cine de gays y lesbianas, en el célebre monólogo que cierra la película, Finch debía decir: “He estado toda la vida buscando a alguien valiente e ingenioso, alguien distinto a mí”. Pero la última frase no la pronunció, la omitió a conciencia, porque implicaba que su personaje gay quedara autodefinido como cobarde, y Finch lo pensaba como una persona fuerte y romántica, y desde ese lugar lo interpretó. Esa caracterización, que tiene tanta frialdad como calidez, que se mueve entre el ensimismamiento impenetrable y la total transparencia sentimental, le valió la primera nominación al Oscar para un actor que personifica a un gay. El no ganó, y tampoco Dos amores en conflicto obtuvo premios por las otras tres nominaciones que recibió. Recién en 1977, la Academia le daría una estatuilla a Peter Finch por su papel en Poder que mata, pero fue un Oscar póstumo: había fallecido en enero de ese año. Unos años antes, Tyler había predicho todo: Hollywood prefiere muertos a quienes se atreven a ser diversos en la pantalla.

Dos amores en conflicto se proyecta el sábado 22 de enero a las 16 en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.

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