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Viernes, 4 de febrero de 2011

CINE

Y parió el Abuelo

A la mariposa del antimarketing le llegó su poético homenaje: un documental sobre Miguel Abuelo logra ingresar en aquellas calzas fucsias, guiado por la voz del poeta y sin la intervención de ningún locutor en off.

En el principio fue el verbo del poeta sin final. “Todo lo que ata es asesino”, cantaba libertario en un single temprano de fines de los ’60, “Oye niño”, cuando era La Perla de La Cueva, cuando el rock aún estaba en pañales y él ya se los había bajado para hacerle pis encima. Pis de Abuelo, pero nada de pañal geriátrico, porque era y fue siempre juventud, pura y contaminada juventud. Trovador danzarín que fue y vino, antes que todo, pero nunca al derecho siempre al revés, para inventar el rock nacional, pero devolviéndole el n’roll, o mejor en plural, los n’roles. Y por esos rollos gira el documental Buen día, día, con el que Sergio Costantino y Eduardo Pinto saludan al poeta con sus propias palabras, que son de cualquiera que se atreva a corear el paso de los libres. Nos dicen los cineastas que fue bautizado Miguel Angel Peralta, y aunque se hizo Abuelo de la Nada para tratar de ocultar el Angel, igual se le notaba su carácter celestial. La risa siempre sobre la palma de su lengua: “Que no baje el nivel de comedia”, le gustaba repetir al poeta, recuerda su cómplice musical en distintos caminos y épocas, Kubero Díaz. La divina comedia de la loca, del putañero teatral que el Abuelo encarnó como nadie, contracara esperpéntica de la perfecta elegancia maricona de Federico Moura: dos lados de una misma moneda descarada. “Esas calzas fucsias”, dice Andrés Calamaro, casi como alucinándolas delante de sus ray-bans, o parapetado detrás de los lentes oscuros porque los recuerdos de Miguel encandilan, “sol que mata de verdad, solfeando en la oscuridad”. Esas calzas fucsias: uno de los vestuarios monumento de los ’80, cuando en el auge del rock de acá, del Sur que también resiste, Miguel se las enfundaba para bailar poseso, sobremaquillado, como casi nadie (¿Sandro?) se atrevió a agitar sobre tablas rockeras. A ese modelito le siguieron y lo prenunciaron otros tantos, muchos, que ceñidos o volando alrededor de su cuerpo, de su aura, no sólo lo dejaban fuera de todo perímetro disciplinario de virilidad rock, sino que lo convertían en esa bandera liberadora a la que le cantaba en primera persona. En eso de ser payaso payador, el documental incluye un incidente clave, muy ochentoso: en una de las presentaciones de Cosas mías, fin del ciclo de Los Abuelos de la Nada, Miguel dice que hay chicas y chicos lindos entre el público, y alguien, escudado cobardemente en el anonimato del gentío, le grita “puto”, una de esas costumbres argentinas de decir. Miguel A. le responde que deje vivir. Y después no se serena y redobla la apuesta, y presenta a su banda y a él como putos, sin comillas. “Todos putos (una bendición)”, como escribió otro poeta, Esteban García. Y así, entregando su histrionismo como cáliz de sangre sidosa, pero sin convertirse en mártir, sin ser prócer ni hacer proselitismo, fue la loca desatada, de ropa y gesto sin anclajes de género, con sus “elásticos enhebradores de deseos” sin mucha relación con el glam, más bien en plan neobarroso pop. Porque Miguel Abuelo vino a ofrecer su corazón como himno para hacernos transfusiones a todxs, o fusiones trans para dar su virus vital en comunión festiva, misa pagana de Dionisos terrenal, bestia cantada. Porque si hay algo por lo que da felicidad vivir y morir en la locura –y que por eso no tiene el pathos de un rito sacrificial– es por una poesía desaforada de la música en libertad. “No me lloren, crezcan.”

Buen día, día: cine Gaumont: Rivadavia 1635, y todo febrero en el Malba, Figueroa Alcorta 3415.

Convocatoria abierta a grupos y solistas de todos los estilos y países a enviar sus temas (demos o versiones finales) de reversiones, covers, remixes, homenajes de Miguel Abuelo o Abuelos de la Nada en mp3 a [email protected]

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