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Viernes, 24 de agosto de 2012

LUX VA AL BURLESQUE AL DEBUT DE KAREN BENNETT

La viola que viola

A juzgar por todo lo que se vio y se escuchó y ella hizo en el Burlesque, nadie le cree a Karen Bennett que debutó aquella noche. Si así empieza, quién sabe cómo sigue....

¿Qué hago en San Cristóbal?, me pregunté. ¿Qué hago yo, Lux, en San Cristóbal yirando en medio de la bruma de esta noche y con cero visibilidad? ¿Y cómo sé que esto es San Cristóbal?, me pregunté cuando abrí los ojos después de un largo sueño a bordo del 86. Tenía la cabeza apoyada en el hombro de mi compañero de asiento y la diestra sobre su rodilla peluda, que le asomaba por el agujero del jean. Uy perdón, le dije, pero el chongo, más hospitalario que Noé, pegó un ronquido y direccionó mi mano hacia lo que entre traqueteo sentí como mi primer hogar; su oreja, un jardín sembrado de cera y piercing se me había incrustado en la frente y su brazo me pasaba detrás de la espalda, envolviendo mis hombros como un chal. Miré por la ventana y vi la palabra Burlesque escrita con neón. ¡Ahí es! ¡ahí es!, se ve que grité porque el chongo se sobresaltó y me preguntó: “¿Qué es, qué es?”. Tu bragueta es mi casa pero el Burlesque es mi hogar, le dije mientras sin perder ni una ni otro ingresamos ambxs. El se refregaba los ojetes con una mano llena de anillos y yo trataba de recuperar la compostura con un trago de speed con vodka que siempre llevo en una cantimplora por si las moscas. Cuando abrí la puerta del Burlesque estaba como si me hubiera tomado un blíster de anfetas, con más energía que Nina Haggen cantando el Ave María a dúo con Mick Jagger. Un fuego. Qué vozarrón. Tardé un tiempo igual en darme cuenta de que no era yo la que cantaba sino mi cumpa, mi camp, mi campeona Karen Beneth, que en ese instante hacía una versión de “La ciudad de la furia” que la rompía. Una trans alada prefiere la noche, decía Karen, justo cuando yo, Lux, atravesé el pasillo del bar hiperpoblado de pelos de colores, gorritas con viseras en cabezas de osos, jopos torteriles y cortes cubanos. El chongo me seguía como si lo hubiera adoptado así que cuando me fui a sentar, se me puso al ladito sin hacerme la más mínima aclaración. No importa, me dije, y me acordé de esa canción de Susy Shock que dice que si los solos y lxs solxs se juntaran no habría más gente solx. Quizás el chongo y yo estábamos hechos el uno para lx otrx y teníamos que aprovechar la oportunidad. Y justo cuando recordaba esos acordes la vi a la mismísima Susy con carita de enamorada, recostar su mejilla sobre el hombro de su noviete que cortaba una porción de pizza y miraba el show siguiendo el ritmo de la música con un movimiento de muzzarella a lo Zeta de Soda en Güerrin y por qué no a lo Ringo Star en The cavern of pizza. ¡Bravo, bravo! gritaba la Susy, que se había reservado la mejor mesa del Burlesque para ver a su amiga cantar. A solo un par de sillas de ella, la mujer de Karen miraba con ojos arrobados a su amada que, brillante y linda como nunca, extremaba ese look trans heavy de ribetes dorados que la suele distinguir. El amor reinaba en el Burlesque con su fiebre de miércoles por la noche, así que miré al chongo, me miré a mí, y empecé a sentir un no sé qué en mi corazoncito. Era la taquicardia que me estaba produciendo el speed y que me hizo llamar a la moza con urgencia para pedirle un té de tilo bien cargado. El show estaba en su esplendor y Karen versionaba a la maravilla de Sting cuando giré mi vista siguiendo el sonido de unas copas que chocaban en el aire y lxs vi: eran Marlene Wayar, Valeria Cini, Juan Tahuil, Lisa Kerner y el Pecoraro brindando con el tinto de la casa. ¡Hola, hola! dije, pero ellxs no me escucharon porque en ese momento los dedos virtuosísimos de Karen hacían una genialidad con la guitarra eléctrica, con la que más de un tortón patrio pediría tomar clases, ocupaba la totalidad del espacio sonoro del Burlesque. ¡Hola, hola! repetí, pero nada. Recién me oyeron cuando Karen paró de tocar y subió al escenario María Laura Alemán con su voz suavecísima. Se sentó al piano y cantó una canción que se llamaba “Los ángeles de Buenos Aires” y que nos hizo llorar como locxs al chongo y a mí. A todas luces, el chongo me demostró ser un tipo sensible. Se podrán imaginar cómo siguió mi noche de miércoles con él después de que, con mi propia lengua, le sequé las lágrimas.

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