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Viernes, 7 de septiembre de 2012

¿A quién le importa?

 Por Daniel Link

La enfermedad es la basura del cuerpo y, como tal, un campo magnético que se relaciona con todo otro basural. Enfermo, no trabajo, no leo, apenas si puedo mirar televisión, ese depósito universal de los desperdicios de una cultura (cuanto más indigente es una cultura, más putrefactas y malolientes son sus desperdicios televisivos).

Paso una tarde mirando televisión de aire. Una bailarina que ha ganado un reality gerundio y participa ahora de un gerundio mayúsculo se queja de que su bailarín la opaca. Aparece, en otra parte (en otro estudio), el bailarín paraguayo, muy joven, y que posa de angelical (se confiesa un ser de luz que sólo quiere la concordia universal), pero basta mirarlo bien para descubrir en él a una arpía de temer. A su lado, su novio, el culpable, dicen, porque el bailarín había sido apodado “la primera dama de Ideas del Sur”.

Ideas del Sur es la productora de los shows gerundísimos y del programa que estoy viendo (dura horas enteras, y hay llantos, disputas, intervenciones desde otros lugares de la ciudad), cuyo único propósito es reforzar el vínculo entre el joven bailarín paraguayo (Paraguay ha adquirido un notable protagonismo últimamente en la farándula local) y su “novio”, el jefe de entrenadores y coreógrafos, cuarta o quinta línea en la cadena de mandos de la poderosísima productora, lo que, en algún sentido, invalida el mote de “primera dama”.

El escándalo (aburridísimo) deriva del malestar de la bailarina ganadora del gerundio veraniego, y participante estrella del gerundísimo prime-time actual, al favoritismo y la corruptela del “ambiente” (el novio paraguayito del responsable de los castings habría desplazado al anterior partenaire de la chica opacada). Una y otra vez se subraya lo que fue anunciado con bombos y platillos: el paraguayito está de novio hace meses con el empleado del jefe, y no con el Sr. Tinelli, con quien el bailarín habría sido asociado sentimentalmente (y de ahí su posición de “primera dama”), cuya cuenta de Twitter fue intervenida por una mano anónima y maledicente.

¿Es el Sr. Tinelli, magnate televisivo, más allá del bien y del mal, como el hombre invisible, capaz de sostener una relación sentimental con un bailarín paraguayo que es por fuera todo luz y ternura? Por supuesto que sí. ¿Dice eso algo sobre la sexualidad del Sr. Tinelli? Por supuesto que no. Por eso se apresuró, contra el mar de sospechas de los comentaristas de los vaivenes sentimentales del basurero televisivo, en subrayar su hombría y su masculinidad (puesta en duda, semanas antes, por su amigo, el Sr. Diego Maradona).

El poder, ya se sabe, se asocia con la impunidad y, rodeado como está desde hace años de los más preciados bocados de carne masculina, el Sr. Tinelli bien puede haber querido hincar el diente en esas carnes sin que eso significara abrazar la causa de los jurados de su show, la mariconería (en México se llama a esa especie de varones “macho probado”).

En eso lo preceden otros conductores de televisión (hay uno, rubio, que fue el acompañante no terapéutico de un cantante folklórico). Aunque no necesito levantar el teléfono para obtener una confirmación de lo que estoy viendo, lo hago, y un bailarín amigo me confirma la especie: un amigo suyo, también bailarín, “estuvo con Tinelli”. Por supuesto, me río a carcajadas, porque la loca siempre tiene un amigo que tiene un amigo que ha fatigado las sábanas... del Papa, o de Obama, o de Jorge Borges. La loca vive de esa mitología según la cual todo lo posible ha efectivamente sucedido.

A mí me convence más esa pantalla pseudo escandalosa que inunda la tarde televisiva del primer día hábil de septiembre, armada para tapar el escándalo mayor, el verdadero: que el zar de la televisión (heredero de Alejandro Romay, por lo tanto) haya sucumbido a tanto bulto y a tanto glúteo modelado por el baile.

Tal vez algún día el Sr. Tinelli, cansado de mentirse a los demás y a sí mismo, nos mire a los ojos y nos diga que no es sólo un taco lo que se ha puesto (como dijo el Sr. Maradona: “Quien se pone un taco, ya está para cualquier cosa”).

Ahora bien, después de todo: ¿a quién le importa, salvo a los basureros?

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