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Viernes, 2 de agosto de 2013

¿Lobby estás?

A las redobladas señales de austeridad y renovación que emite el Papa en cada aparición, se sumó en Brasil otra estampita: “¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?”. Con la esperanza puesta en esa añorada apertura, los medios de aquí y de allá no citaron la frase completa y tampoco indagaron demasiado en qué demonio encierra la fórmula “lobby gay”.

 Por Ernesto Meccia

Menos austeridad mediática, parecería que el resto de las austeridades marcarán el paso de Jorge Bergoglio (Francisco) por el Vaticano. Francisco sabe que es el jefe de la máquina más productiva a la hora de fabricarle miedos y pánicos a la sociedad. Y también sabe que esa máquina no está funcionando bien: a tiempos distintos, las sociedades vienen perdiendo irrecuperables cuotas de inocencia sociológica y se resisten a aceptar que exista una maquinaria que se niegue a acompañar las interpretaciones que van haciendo de sí mismas y que, para colmo, piense por ellas, forzándolas por su propio bien. Las sociedades quieren más que nunca autoinstituirse, y éste es un hondo deseo instalado en el imaginario colectivo con el que tiene que lidiar la Iglesia Católica. De allí que Francisco tenga que entregarse constantemente a re-simbolizar (a “re-encantar”, dirían algunos expertos) un montón de aspectos de la vida del siglo XXI que la gente ya piensa a través del secularismo en tanto recurso cognoscitivo. Este secularismo tiene entre sus opciones para pensar el mundo a la misma religión, sin dudas. Pero a la religión como una opción des-regulada, “a-institucional”, podríamos decir. Es entonces en este marco (que Bergoglio describiría casi como yo) que insiste en dar señales y signos, en generar intrigas, curiosidad, expectación; como si quisiera interrumpir el entrenamiento de uno en el gimnasio porque, de verdad, amerita dejar las pesas (o que se le caigan encima), verlo en los plasmas de blanco acompañado del megatitular: “¿Quién soy yo para criticar a los gays?”. A no dudarlo, Francisco será un Papa epocal también en el sentido de que será quien más aproveche la massmediatización de la vida social. Será el Papa que más trabajo les dé a las ciencias (críticas) de la comunicación.

Pero, ¿qué es lo que dijo hoy? ¿Representa, como tantos ya vaticinan, una novedad, un cambio, otro signo de que este hombre viene por todo? Yo no lo creo así. Veamos. Primero expresó: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo? El catecismo de la Iglesia Católica lo explica de forma muy linda esto. Dice que no se debe marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad. El problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos. El problema es hacer un lobby”. Ya en este párrafo tenemos pura continuidad de Bergoglio con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Anotemos en el costado: “tendencia” y “lobby”. Luego se le pregunta por qué no dijo algo sobre el matrimonio igualitario recientemente aprobado en Brasil, y se despachó con una respuesta silenciada por la mayoría de los medios de comunicación: “La Iglesia se ha expresado ya perfectamente sobre eso, no era necesario volver sobre eso, como tampoco hablé sobre la estafa, la mentira u otras cosas sobre las cuales la Iglesia tiene una doctrina clara. No era necesario hablar de eso sino de las cosas positivas que abren camino a los chicos. Además, los jóvenes saben perfectamente cuál es la postura de la Iglesia”.

Entonces, vayamos a lo que la doctrina según Bergoglio expresó “perfectamente”. Que quede claro: el ideario católico indica que se debe tolerar la homosexualidad en tanto constituye un mal inevitable, pero que ello no implica colaborar de manera alguna en ningún proyecto que le quiera dar carta de ciudadanía. “Las iniciativas para dar carta de ciudadanía a la orientación homosexual pueden tener una influencia negativa sobre la familia y la sociedad. Hay que distinguir entre la condición o tendencia a la homosexualidad y las acciones homosexuales. Aunque la inclinación de la persona homosexual no es pecado, es una tendencia que se ordena a un mal moral. Las personas homosexuales tienen los mismos derechos que todas las personas, pero estos derechos no son absolutos. Pueden ser legítimamente limitados a causa de un comportamiento externo objetivamente desordenado” (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1986). Aun cuando se reclama a los tolerantes que traten a los tolerados con “respeto, compasión y delicadeza”, se les advierte (en especial a aquellos tolerantes católicos que se dedican a la actividad política) que “la tolerancia del mal es muy diferente a su aprobación o legalización” (Congregación para la Doctrina de la Fe, 2003), instándolos a no olvidar que, de existir la legalización de los vínculos gays, subsistirá “siempre el peligro de que (la legislación misma) pueda estimular de hecho a una persona con tendencia homosexual a declarar su homosexualidad, o incluso a buscar un partner con el objeto de aprovecharse de las disposiciones de la ley” (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1992).

Entonces, por aquí, es incontestable la pura continuidad de Francisco. Y respecto del “lobby”, existe más continuidad aún. Uno de los caballitos de batalla de la Iglesia Católica argentina, y de sus diputados y senadores en tiempos de la discusión del matrimonio igualitario, fue el “Informe de la Universidad Austral”. En un fragmento, refiriéndose a los daños que causaría la adopción, se consignó: “No se ignora aquí que no todos los terapeutas están de acuerdo con lo expuesto. Una parte fundamental de los logros del conocido lobby gay pivota sobre dos grandes hitos. El primero de estos hitos es el Informe Kinsey, de 1948, acientífico, que propaló, por ejemplo, aquello de que ‘un 10 por ciento de la población es homosexual’ (...). El segundo hito fue la exclusión en 1973 de la homosexualidad de los trastornos psicológicos contemplados en el DSM-III (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders), en una maniobra de presión y agitación muy fuerte contra la American Psychiatric Association (APA), de la cual depende dicho vademecum”.

En fin, tanta continuidad y, sin embargo, tanta gente (¡alguna cercana!) hablando de los “cambios”. ¿Y si bajamos un cambio? Un poco de austeridad mediática (por el Vaticano... y por aquí) no vendría nada mal.

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