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Viernes, 9 de mayo de 2014

TEATRO

Trapos viejos

¿La identidad travesti equivale a vestirse de mujer? Al proponer esta pregunta, la obra Renée queda estancada en antiguos vicios.

 Por Lohana Berkins

Si digo que Renée, escrita y dirigida por el dramaturgo Javier Ulises Maestro, es la típica obra de diván, es porque ha seguido el ABC de lo que la psiquiatría ha establecido como verdad absoluta sobre el travestismo, la transexualidad y la homosexualidad. Aunque dice querer deconstruir el prejuicio, termina alimentándolo. Donde se podrían haber buscado resoluciones más inteligentes, se termina cayendo en los viejos esquemas de siempre. Se trata de una familia compuesta por el ama de llaves, su hermana, el jardinero (que es la pareja del ama de llaves) y la travesti, que es su hija. Todos trabajan para un señor adinerado. Cuando éste muere se dan cuenta de que no les ha dejado nada, entonces empiezan los tejes para ver cómo quedarse con algo. Descubren una valija donde encuentran entre, otras cosas, ropa de mujer y un pasaporte. Suponen que todo esto era de la esposa francesa del señor, a la que no vieron más. Una tal Renée. De acuerdo con el nivel de fantasía del espectador, uno podría imaginar que esas cosas pertenecían a la misma persona que acababa de morir. De todos modos, eso no está sugerido. El hijo varón del ama de llaves y el jardinero encuentra la valija. El ama de llaves y la hermana empiezan a probarse la ropa y no les entra. Sólo le queda bien al hijo varón, que dicho sea de paso es presentado como un ser atormentado y silencioso. Este empieza a interpretar el personaje de Renée para hacerse pasar por la viuda y apropiarse de la fortuna. Aquí aparecen varias lecturas.

Surge a primera vista una gran confusión con respecto a lo que significa ser gay, lesbiana y travesti, porque todo es leído desde una mirada única que es la del varón heterosexual. La obra plantea la vieja suposición de reducir el travestismo al uso de vestimenta femenina, como si fuese una acción mágica lo que determina que unx sea mujer o sea varón. No se han preocupado por ahondar en la complejidad, la profundidad y la maravilla de ser travesti. El personaje de Renée aparece con relación al engaño y al delito. Como si a nosotras no nos quedara más destino que el de la delincuencia, como si viniéramos con genes predeterminados para ser ladronxs.

Más tarde aparece en escena el abogado que va a defender a esta falsa Renée para que quede asentada como viuda. Ambos se enamoran. Esta trava, además, lo que más quiere en la vida es casarse de blanco. Pero hay un detalle: en esta relación, el abogado nunca se da cuenta de que ella es trava. ¿Eso significa que sólo podemos ser deseadas en tanto y en cuanto permanezcamos en la ficcionalidad de ser mujer? Como si no hubiera nada para amar o descubrir en el cuerpo de una trava. No faltan situaciones demodé como ésta: cuando el padre descubre que el chico se traviste, le dice que preferiría un hijo ladrón, asesino, pero nunca maricón.

Hay una constante apropiación del travestismo, pero colocando la delicadeza y el arte sólo en el universo gay. Lo grotesco y lo extremadamente dramático es lo que nos toca a nosotras. En este contexto la trava queda absolutamente deslucida. Se pierden un montón de cosas que nosotras tenemos y que bien le podrían haber venido a la obra, como nuestro humor ácido, nuestros ingeniosos modos de resolución ante la adversidad, nuestra gestualidad. Me hubiera gustado ver algo de eso en el escenario. Seguramente una actriz travesti podría haber aportado mucho de eso. El punto en el que falla la obra es que no hace una lectura de la construcción del travestismo por el deseo mismo. Se borra la capacidad de agencia que tenemos las travestis o personas que escapan a la heteronormatividad o se oponen a la rigidez de las normas sociales. Así como ser hombre y ser mujer no es tener un pene o una vagina –como incluso muchas de nuestra comunidad todavía creen–, ser travesti tampoco es vestir a un hombre con pollera y ponerle unos zapatos número 42.

Renée. Sábados a las 21, Teatro Payró, San Martín 766

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