Jueves, 30 de abril de 2015 | Hoy
Por Clara Laura Gualano
Vale: En realidad cuando hablábamos de tener un bebé (que fue casi desde el principio pero más profundamente desde hace cinco años) lo que surgía era buscar un amigo que participara en la crianza como padre.
Chuchi: Les propusimos a dos amigos antes que a Hernán. La propuesta era rara: sí, queremos un papá presente pero el Tony vive con nosotras. Tuvimos la suerte de que justo Hernán encajó en ese perfil. El vive en Buenos Aires, si viviera en Mar del Plata, lo vería más seguido y quizá a nosotras se nos complicaría... pero también queríamos que si Tony preguntaba “che, ¿y mi papá?”, nosotras pudiéramos responder “sí, es Henry, acá está...”. Hernán desde el principio dijo: “Yo quiero tener un bebé y a mí también me viene bien este formato”, nos cayó del cielo.
V: Y porque a veces decían: “Pero... ¿no va a vivir conmigo?, ¿Siempre con ustedes?; Yo también tengo mi pareja...”; o “No sé si estoy listo...”. Con Hernán nos conocemos desde hace veinte años. Un día que vino a tomar algo a La Guagua, el bar que tenemos en Mar del Plata, lo miramos desde la barra y yo le digo a Chuchi: “¡Che! ¿Y Hernán qué onda?”. Cuando se lo propusimos Hernán se bajó de golpe el vaso de whisky que estaba tomando y respondió: “Qué flash que me lo digan porque en este momento justo quiero eso”.
V: Nuestro método de fertilización casera fue muy copado. Nos juntamos los cuatro (incluido el novio de Hernán) en la casa de mi mejor amiga. Nos tomamos una cerveza... y dijimos, “¿che, como hacemos?” Como ella es pediatra nos trajo todos los elementos. Y así fue, un “jeringazo afectivo”. Para nosotras es importante decirlo –es muy íntimo, pero muy importante– para que se les ocurra a otras personas; estábamos en una situación relajada, no nos inyectaban por todos lados, no estábamos midiendo todo el tiempo, esto lo digo porque se que hay métodos muy invasivos y fríos para inseminar a las chicas que tienen mucho deseo de ser mamás.
Ch: Yo venía controlando mi ciclo y tomando ácido fólico... quedé en el primer intento.
V: Cuando Chuchi estaba embarazada vimos una nota en SOY sobre un caso en Canadá en donde habían permitido una cuádruple filiación. Hernán ve esa nota y nos llama. Nosotros ya lo habíamos hablado, en las charlas previas a que naciera Antonio. Hernán quería ser un padre con los mismos derechos y obligaciones que los demás. Llamamos a Flavia Massenzio, la abogada de la Federación y ella dijo: “Vamos por el caso, yo me encargo de todo, ustedes no hagan nada”. Y preparó un trabajo porque pensaba que nos iba a ir mal. Hizo un escrito y un amparo... el amparo jamás llegamos a presentarlo, no fue necesario...
V: No, no nos pidieron nada. En cambio yo sí tuve un problema previo en el Registro Civil de Mar del Plata. La empleada en el Registro me dijo que si éramos dos mamás tenía que ir a pedir una autorización a La Plata. No les perdono a la gente que trabaja en los lugares públicos que no estén capacitados. La ley de matrimonio igualitario dice expresamente que hasta podés elegir el orden de los apellidos. Entonces le pregunté a la administrativa “¿vos le pedís un ADN a cualquier papá cuando viene a anotar a su hijo? ¿por qué tengo que esperar? ¿los padres hombres esperan?”.
Ch: Siempre se te cruzan hipótesis extremas como: ¿qué pasa si Hernán se vuelve loco y se lo quiere llevar? ¿y si quiere una crianza distinta? Los de afuera, sobre todo, nos daban esas opciones. Y en realidad podés pensar a futuro pero tenés que partir del presente. Nosotros nos pusimos de acuerdo en muchas cosas a largo plazo y a corto plazo... pero tampoco somos de teorizar mucho. Todo lo hacemos los tres desde un lugar de consenso, de mucho amor y mucho deseo.
V: Chuchi tuvo un gesto muy lindo que fue poner mi apellido delante. Y todo el tiempo hacíamos chistes al respecto, así que no tuve mucho tiempo para sentirme afuera. Creo que lo que se siente cuando Antonio está presente es que tiene mucho más apego con ella porque le da la teta. El de la madre no gestante es otro lugar, no es el mismo lugar que el del padre. Yo soy una mujer también y tengo un instinto que no es el mismo que le sale a Hernán. Todos los lugares son diferentes.
V: El día que nació Antonio éramos quinientos mil: todos los chicos de La Guagua, los compañeros de Chuchi del hospital, el papá de Hernán... todos en la sala de espera abrazándonos y llorando.
Ch: Te diría que no trae problemas pero es algo que uno está construyendo... hacemos un trabajo cotidiano de pensar que si tenemos una familia ampliada, hay que hacer el trabajo para abrir y dejar y entregar y darle más opciones a él, más herramientas en la vida. En teoría suena divino. Nosotros te puedo decir que no discutimos nunca, pero en la práctica tenés que respirar profundo y hacer un trabajo interno... “se va con el papá... respiro profundo”. Es un aprendizaje.
V: ¿Cómo justificamos esto que estamos haciendo, más allá de nuestro deseo político? Hablamos mucho de qué vamos a hacer cuando sea grande, cuando Hernán no se lo quiera llevar unas horas sino una semana. ¿Cómo vamos a estar? Nos va a ser re difícil... Y confiamos, entregamos, elegimos ser generosas no sólo con el padre, con el abuelo, con mi mamá, con los tíos, con los amigos. Ampliamos nuestra intimidad cuando viene Hernán y para en casa y se acuesta por ejemplo en mi cama. Queremos abrirnos, abrir la cabeza.
Ch: Herramientas, conocer más visiones de mundo. Y después que él elija la que le cierra más. Amamos a toda esta gente y respetamos sus formas de vida y cada uno le enseña lo mejor, da lo mejor de sí mismo para la crianza de Antonio.
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