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Viernes, 26 de junio de 2015

ARTE

EL ADELANTADO

Correos sentimentales, recetas de cocina y horóscopos forman parte del collage de Besos brujos, la radical, visionaria y confesional novela póstuma de Alberto Greco. Por estos días sus manuscritos pueden verse en una muestra en la Fundación Federico Klemm. En ellos, Greco, además de narrar la deriva de un amor poco correspondido hasta que la muerte los separa en 1965, se adelanta a la explosión queer-pop de las generaciones siguientes de Puig a Almodóvar.

 Por Gabriela Cabezón Cámara

Alberto Greco, su amado Claudio, una isla de encantamientos –Ibiza, sabemos después–, la página escrita, dibujada y también pintada con algo de amarillo y algo de rojo, tipografía hecha a mano que dice “tu, tu” y una marca de un producto de consumo de entonces, “Suavex”, la alusión a la portada de una revista y a un actor mundialmente famoso –Anthony Perkins, el Norman Bates de Psicosis–, todo más o menos revuelto en un clima de amor cortés: así arranca Besos brujos, la novela de Alberto Greco que se expone en estos días, entre otras obras del artista, en una muestra curada por Adriana Lauría en Fundación Klemm.

“–Lo que hacés merece recompensa, Claudio. Pide lo que quieras y te lo concederé.

–Quisiera servir en vuestra guardia, señora, para veros todos los días.

–Eso no es bastante.

–Para mí lo es todo.

–Entonces le hablaré al Rey hoy mismo.

Buscad una portada en la que Tony Perkins esté tocando el piano para vosotras.

Cuando estaban llegando a puerto, un violento temporal arrastró la débil embarcación como si fuese una cáscara de nuez... para arrojarla finalmente a una isla.

–¿Dónde nos encontramos?

Aunque Greco no quiso asustar a la princesa, sabía que aquella isla era la llamada de los encantamientos.”

Radical y visionaria, extremadamente confesional y ultrapop antes de Puig, la novela de Greco es vertiginosa como su propia biografía: nació en 1931, y vida y obra se mezclan en su caso hasta poder arriesgar sin caer en la tilinguería que su vida fue también su obra. Murió en 1965, con la última página de la novela escrita en el cuerpo: alguien contó que lo había encontrado “en el dormitorio vestido con unas bombachas turcas de color rojo y el torso descubierto, respirando apenas, con los brazos en cruz y en la palma de cada una de las manos escrita la palabra ‘Fin’ con tinta”. Final de vida y final de novela: Greco confiesa en Besos brujos la deriva de un amor desgarrado por Claudio Badal, un poeta chileno que no le correspondía. “Esta es mi mejor obra”, pintó en la pared del dormitorio en el que se mató como se estilaba entonces, con una dosis monstruosa de barbitúricos.

Besos brujos nunca fue publicada, pese a que Greco se la mandó a Carlos Mazar, un editor argentino, con estas indicaciones: “Te dejo la novela. Hacé lo que puedas para que se publique pero no te olvidés de que es literatura y no pintura. ¡Ja! Parezco una mamá cuando se va de viaje, dando las últimas recomendaciones a los nenes”. Que permaneciera inédita en la década del 60 y en la del 70 no extraña: para los parámetros de la época, la novela era impublicable. El relato de la patética pasión no ahorra detalles. Cuenta, por ejemplo y sin eufemismos, cómo se hacía la paja pensando en el culo de Claudio. O la pobre relación sexual que tenían cuando la tenían. “El decía que no, entre sueños: quiero dormir, Greco. Yo insistí tanto que al fin se excitó también, e hicimos el amor. Ese amor frustrante, como siempre. Donde nadie entra en nadie. Y con su cabeza de costado, mordiendo la almohada y acabando en inglés. Siempre tengo la impresión de estar casado con una sonámbula y a veces, la mayoría de las veces, con una paralítica.” Y, más adelante, las preguntas: “¿Por qué acabaría en inglés?, ¿en quién pensará? A lo mejor acaba en alemán y como yo no entiendo ni un idioma ni el otro me parece inglés. Me duelen las espaldas y sólo tengo ganas de morir. Tomar pastillas, como unas ochenta, y tomarlas en el cuarto de baño como para (...) y luego meterme a la cama y abrazarme a él y morir”. Como un director de teatro, el autor pone didascalias –Entra Greco llorando, por ejemplo–, y como un director de cine musicaliza la escena: “Y Palito Ortega canta: Y te vas, te vas al cielo vestida de novia, y un coro muy triste de ángeles sollozan la marcha nupcial”.

El recurso a la cultura popular es constante. El mismo título de la novela alude a un tango que escribió Rodolfo Sciamarella en 1937, “¡Dejame! No quiero que me beses, / por tu culpa estoy sufriendo / la tortura de mis penas. / ¡Dejame! No quiero que me toques, / me lastiman esas manos, / me lastiman y me queman. / No prolongues más mi desventura; / si eres hombre bueno, así lo harás”, arranca. Y hay más, mucho: cita temas de Salvatore Adamo, Luigi Tenco, Mina, Carlos Gardel, Enrique Santos Discépolo y Libertad Lamarque. El melodrama que se ríe de sí mismo a través de una banda musical, como 20 y 30 años después haría Almodóvar. En la muestra de Fundación Klemm, los temas se escuchan en un video que proyecta las páginas-cuadro. Recurre, también, a novelas de espías, novelas rosa, historias del Far West, horóscopos, lanzamientos de concursos, correos sentimentales de revistas, recetas de cocina y descripciones de jugadas de fútbol. “Así Besos brujos es un collage de textos, algunos de los cuales funcionan en concordancia con la narración autobiográfica, y otros tienen un propósito disruptivo que muestra –como la vida misma– la invasiva solicitación de cotidianidad”, afirma Adriana Lauría, la curadora de la muestra en Fundación Klemm, que define esta obra de Greco como “una novela plástico-performática”.

Greco brujo

Todo esto hecho no sólo antes de que Almodóvar saliera solo: también antes de que Manuel Puig publicara su Boquitas pintadas. Lo rupturista de la novela, que prefigura la explosión queer-pop de las generaciones siguientes, no pasó desapercibido a sus contemporáneos, por lo menos a los pocos que pudieron leerla/verla. La semana pasada, en una nota en La Nación, el periodista Fernando García rescató esta cita de la revista Primera Plana en su número del 7/11/67. La nota se titulaba “La primera novela pop” y decía, entre otras cosas: “A la manera de las novelas de William Burroughs o El ángel subterráneo, de Jack Kerouac, Besos brujos es un diario que conduce al lector por los vericuetos de una personalidad torturada. A diferencia de esos autores, sin embargo, Greco no indagaba el porqué de nada: prefería quitarles seriedad a sus textos divirtiéndose con la princesa Lidia y con el correo romántico de la revista Fans. El resultado es deslumbrante y patético, dos adjetivos que también definían al autor”.

Y no sólo en literatura se adelantó Greco: le dio dos vueltas de tuerca al mismo Duchamp. No sacó el mingitorio y lo llevó al museo. Firmó como obra los baños públicos, esos puertos de la deriva del deseo homosexual de entonces, al grito queer de “Greco puto”. Y llevó la idea de arte todavía más lejos: dibujaba un círculo de tiza, lo firmaba y así transformaba en obra a cualquier persona que entrara en él. Lo hacía en pequeños pueblos españoles. Y en la calle Florida. Todo esto antes de que el Di Tella fuera siquiera una idea, cuando las performances no tenían nombre y los happenings todavía estaban por arrancar. Con su novela-diario y otras obras suyas, hizo antes que Ferrari eso que se dio en llamar “cuadros escritos”.

Yapa

Para cerrar, música maestro Palito, un poquito más de Besos brujos, tan queer la novela. El narrador, intrigado por la convivencia de siete amigos, entre ellos su Claudio, en una casa que han tomado en Ibiza:

“–¿Pero quién duerme con quién? –interrogó con sonrisa cordial a Pancho–, ¿o acaso duermen todos separados?

–¿Estás loco? Yo duermo con la Gringa, el alemán con la francesa, Claudio solo en la habitación de adelante.

–¿Y el inglés?

–También solo, en la cocina.

–¿Entonces el alemán funciona con la francesa?

–No, si la francesa parece que es tortillera.

–Eso es lo que me pareció esta tarde –dije siempre en el mismo tono cordial.

–¿Esta tarde? ¿Dónde? –preguntó Pancho muerto de curiosidad.

–En El Dominó, con la Gringa.

–¿Con la Gringa? ¿Con mi Gringa? Puede ser, a la Gringa también le gustan las mujeres –dijo Pancho con cierta rabia y como mordido por los celos.

–¡Y el alemán con Claudio! Si todo está claro.”


Besos brujos.
De lunes a viernes de 11 a 20.
Fundación Federico Klemm,
Marcelo T. de Alvear 626.

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