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Viernes, 30 de septiembre de 2016

LITERATURA

Las cosas que de verdad importan se escriben

Marta Sanz es escritora, filóloga y militante de Izquierda Unida. Estará hablando sobre erotismo y literatura en el marco del Filba y presentando su última novela, Farándula (Anagrama). Mientras tanto, puede vanagloriarse de haber creado el primer detective explícitamente gay del policial negro español.

 Por Adrián Melo

“El sexo tiene una parte que es reiterativa, mecánica, rítmica y musical, machacona a veces y por otra parte tiene una faceta extática, creativa, original, primigenia y de fuegos artificiales”, dice la española Marta Sanz para tratar de poner en perspectiva su propia escritura: “intento combinar el taller mecánico con el ámbito Santa Teresa de Bernini. A veces utilizo un lenguaje que puede ser ordinario, rutinario y otras veces intento ponerme más floral. A partir de allí tú creas tu escena de sexo. Siempre me acuerdo de Cortázar, del capítulo 68 de Rayuela y siempre he pensado que ese gíglico cortazariano tiene mucho que ver con la búsqueda de lo singular, no utilizar palabras contaminadas para narrar una experiencia única. Creo que eso ya lo hizo él y a partir de ese momento todos tenemos que ser mucho más modestos, más realistas y menos experimentales”.

¿Qué variables te parece que intervienen en el acto de narrar el acople entre cuerpos?

–Creo que en las maneras de nombrar no tanto el acto sexual, sino las partes del cuerpo funciona una variable que tiene que ver con la clase social. En mi novela Susana y los viejos (2006) hablaba de dos mujeres que eran exactamente iguales, se parecían muchísimo: una era limpiadora de casas y la otra era una niña pija, acá la llamarían concheta, que es bailarina y a la cual sus padres le pagan la casa. Hay un hombre que se acuesta con las dos y cuando se acuesta con la niña concheta habla de los senos, las cutículas, la hondonada del vientre y utiliza siempre un metaforismo. Mientras que cuando se acuesta con la otra habla de chocho, de coño, de concha, de la tripa, del culo. En la manera de nombrar el cuerpo hay una mirada, un léxico que tiene que ver con la clase social.

¿Y qué especificidades aparecen a la hora de narrar una relación entre dos hombres o entre dos mujeres?

–Es inevitable que si estás intentando retratar literariamente una relación amorosa entre dos hombres o entre dos mujeres se proyecte la hostilidad social que sin duda existe. Tiene que haber un elemento de enrarecimiento, de violencia, de dificultad añadida. Si no hablaríamos de algo utópico, que es también legítimo, una especie de mundo feliz pero que contara las relaciones sexuales de las llamadas diversidades si no hubiera existido la represión social. En mi novela Los mejores tiempos (2001) narro una escena sexual entre dos hombres en un parque en el contexto histórico de finales del franquismo y comienzos de la transición. Me interesaba dar cuenta de esos encuentros aleatorios en la oscuridad, de esa sociedad opresiva, castrante donde tenías que hacer esas cosas en secreto y largarte corriendo a tu casa a veces sintiéndose sucio y deplorable.

En Black, black, black (2010), creaste un detective gay: Arturo Zarco. ¿Quisiste hacer explícita una tradición en donde el homoerotismo generalmente está presente?

–En Black, black, black cuando me planteo crear un detective homosexual de lo que yo quiero hablar es de la violencia: de la violencia sistémica, económica, de los discursos narrativos que seducen a los lectores con procedimientos espúreos, de la violencia que se ejerce contra los niños, contra los ancianos en forma de abandono, contra los inmigrantes y contra los homosexuales. Por eso decido que mi detective sea homosexual y que por ello jamás se atrevería a ingresar en la policía. Otro elemento para narrar la violencia es la relación que Zarco tiene con su ex mujer, esas conversaciones agonísticas de tira y afloje que tienen algo de erótico. Quería retratar la vida de dos personas tremendamente desgraciadas por la represión del entorno porque el hecho de que Zarco se haya casado y no haya salido del armario hasta pasados los cuarenta años lo ha hecho tremendamente infeliz a él y a su mujer. Y ninguno de los dos son culpables, sino el contexto social.

¿Por qué no incluiste escenas sexuales entre el detective Zarco y el joven Olmo?

–Me da bronca no haberlo hecho, no me había percatado. Creo que me interesaba más retratar el lado romántico que podía tener la relación entre dos hombres pero en un contexto de desigualdad. El hombre mayor con un hombre joven, casi adolescente, el “lolito” que se convierte en una especie de femme fatale para el detective maduro, al cual le ha costado muchísimo salir del armario. Quería poner el foco en la parte más afectiva para de algún modo naturalizar socialmente esa relación, ver cómo dentro de una relación homosexual se podían dar los mismos patrones culturales que en las relaciones heterosexuales de la gran literatura.

Leí que participaste hace algunos años en una actividad que se llama “escritores a sueldo”. ¿Cómo resultó la experiencia?

–Fue una experiencia maravillosa en mi vida. Yo llegué a Córdoba y me dijeron: “vos te vas a poner en un puesto y vas a cobrar un euro para escribir los textos que la gente te pida”. Una vez me tocó en la puerta de El corte inglés y otra en una especie de mercadillo de bijouterie. Pensé que iba a estar sola toda la mañana y de repente empezaron a caer colas de gente y me pedían muchas cosas de temática sexual. Vino una chica y me pidió que le escribiera un poema erótico pero que estén presentes todos los líquidos del cuerpo. (Risas) ¿Todos? Le pregunté. No creo que los conozca todos. Los básicos creo que sí: el semen, la saliva, el flujo vaginal. Tú no te preocupes. Yo le hice un poema erótico con los líquidos del cuerpo porque además a mí me gusta mucho utilizar las metáforas corporales. Otra vez me pasó algo traumático: vino un chico que me pidió que yo le escribiera una carta en donde yo le explicara a su novia que él tenía sida y él no se atrevía a decírselo. Me hizo darme cuenta del valor que tiene la literatura por más que intenten restárselo, el valor para comunicarnos y de una manera trascendente. Las cosas que de verdad importan se escriben.

Tus novelas son evidentemente políticas. Desde la utilización del género negro que es político por excelencia hasta Farándula donde utilizás el mundo del teatro para hacer una denuncia a la sociedad frívola y neoliberal.

–Yo creo que en mis novelas hay un elemento político evidente que tiene que ver con la construcción de la identidad femenina. En un mundo que para las mujeres sigue siendo especialmente represivo y hostil. Desde mi primera novela, El frío (1995), donde escribí sobre esas relaciones amorosas vampíricas que son las que a veces anhelamos las mujeres porque aparecen como un imperativo cultural relacionado con una cultura del prestigio que señala que “tú tienes que vivir una de esas pasiones”, las cuales suelen hacerte desgraciada hasta el fin de tus días. En todas mis novelas está presente el desnudo femenino, las representaciones del desnudo femenino. Porque me preocupa mucho reflejar cómo se relacionan la realidad con sus representaciones y creo que las formas en que la mujer ha sido representada pictórica, literaria y cinematográficamente se cuelan en nuestras expectativas como mujeres y eso produce sensaciones de terrible frustración. No tienes que convertirte en una santa ni en una puta, ni en una musa, ni en un fetiche que produzca fascinación de en los demás. Construir la identidad sexual de las personas está relacionado no solo con las prácticas sexuales sino con la imagen que tienes de ti mismo. Por eso es fundamental que las mujeres nos retratemos a nosotras mismas.

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Imagen: Berta Sánchez Casas
 
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