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Viernes, 24 de julio de 2009

PD2

La nena

La aceptación de los hijos se establece cuando se gestan. A partir de ese momento uno sabe que ya no será el mismo porque llevará toda la existencia la responsabilidad de la vida. Una vida, la única más próxima en conjunción del pasado y proyección del futuro que podamos establecer. A partir de eso los vínculos con los hijos pueden ser múltiples, pero si esa aceptación primera prevalece toda la vida compartida, serán felices, buenos y sanos para ambos, padres e hijos. Esa es la relación que tuve con mi hija cuando el Dr. Campolo nos la anunció a su madre y a mí.

Con el correr de los años acompañé su crecimiento cumpliendo todos los rituales que la paternidad impone y dispone: di amor, caricias, puse límites, protegí, acompañé, apoyé, ayudé, aconsejé (porque los padres sí pueden hacerlo, aunque sólo sea retórica) y fui viendo sus decisiones más firmes como una personalidad naciente que debía respetar si quería que ella como yo también fuera “persona”.

Cuando mi hija me dijo que era lesbiana, adentro me hizo un runrún, pero ella lo decía con duda, pero sin vergüenza; con temor, pero decidida y era otro juego de aceptación.

Y me dije: “¡Es mi hija! ¡Quiero que sea feliz! ¡No quiero que sufra, que sea rechazada, burlada, pero quiero que sea feliz y es mi hija! La vida no es fácil para nadie. La vida está llena de imponderables que hay que sortear de la mejor manera posible, nada tiene que ver la edad, la apariencia física ni el sexo con ello: mujeres, hombres, niños, jóvenes, ancianos, minusválidos, blancos, negros, amarillos, todos... todos corremos riesgos, sufrimos y luchamos por la felicidad. Ella será una mujer adulta —me dije— y tendrá que pasar por sus encontronazos como los pasamos sus padres y sufrirá, aunque a mí no me guste... Pero, ¿qué puedo hacer yo con su sufrimiento? ¿Decirle: “No vivas esto porque sufrirás, viví esto otro, hacé esta otra elección para no pasarla mal...”? Ella no estará satisfecha, no será feliz... ¿Entonces?

También acepté con mi hija sus decisiones, porque con ellas sigue siendo para mí una mujercita adorable, querible, honesta, inteligente, sana, bella. Nada cambia para mí de ella porque es lesbiana. Con todo esto, por tener a Valeria con su vida y todo soy un padre afortunado.

¿Cuántas cosas no le gustarán a ella de mí!? ¡De sus padres! Y sin embargo, el lazo es indestructible.

La idea fundamental es educar a los hijos para la felicidad, aunque sea sin nosotros, distintos a nosotros, muy distintos, ellos tienen que saber que siempre estaremos allí: hagan lo que hagan. Es eso lo que quieren de nosotros cuando ya están grandes (o más o menos grandes): no pagar el precio de vivir renunciando a sus elecciones sólo para que no los dejemos de querer...

Papilindo (Chalo Agnelli)

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