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Viernes, 27 de septiembre de 2013

Guerra de tortas

 Por Claudia Castro

Organizábamos la convivencia con las reglas básicas (que nadie cumple), como “la que ensucia, lava”; y las que trabajaban sostenían a las que buscaban trabajo, éstas se encargaban de limpiar, preparar los tupper con comida para las que se iban a trabajar temprano. En mi caso, por ejemplo, pasé de ser hija única a tener que lavarme con el Plusbelle de tres litros, que era casi como detergente. Alguna vez me quejé del tema y María, que por ese momento era mi novia y siempre nos hacía bajar a la tierra, me hizo entender por qué era necesario recortar gastos. En las peores épocas, hasta el papel higiénico llegó a ser tema de asamblea: es increíble todo el papel que se usa en una casa donde viven quince chicas. Se han propuesto soluciones como “bueno, cada tres meos, usemos el bidet”. Yo he llegado a afanarme papel de los bares pitucos. Después está el tema de que cada una venía con su mambo. Hubo una, por ejemplo, que estaba en el umbandismo. Hacía sacrificios de animales en la terraza. Nos dimos cuenta después, un día que me tocó limpiar la terraza y me encontré con las plumas. Tuvimos miles de roces, cachondeos y peleas imaginables entre quince chicas que viven bajo un mismo techo, se conocen ahí, viven ahí, duermen ahí, cogen ahí. Hubo robos, estafas, quilombos, ex novias con el corazón roto gritando de madrugada en la puerta de la casa y hasta el pata de lana de una vecina que se escapó a través de nuestra terraza.

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