turismo

Domingo, 24 de enero de 2010

PORTUGAL > OPORTO Y EL BARRIO CAIS DA RIBEIRA

A orillas del Duero

La pátina del tiempo siempre está presente en Portugal. Y se percibe apenas se empieza a recorrer Cais da Ribeira, el barrio del casco antiguo de Oporto declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sobriedad, austera elegancia y una sutil vitalidad tienden un puente invisible entre el pasado y la vida cotidiana.

 Por Astor Ballada

Se suele decir que Buenos Aires le da la espalda al río. Todo lo contrario ocurre desde hace siglos en Oporto, la segunda ciudad más importante de Portugal, cuyo barrio Cais da Ribeira parece completamente pendiente del Duero. Y lo está desde tiempos remotos, cuando era apenas una posesión romana sin nombre, cuna de la actual Oporto.

Pasados los siglos, esta zona de la ciudad muestra una fisonomía que aúna historia y vida cotidiana a orillas del Duero. Es algo más que un simple avance del río, que corre en su mayor parte por España pero se interna en esta “freguesía” portuguesa (así llaman los locales a sus barrios citadinos) antes de alcanzar el Atlántico. Situado en el corazón del casco antiguo de la ciudad, Cais da Ribeira está incluido dentro de los no siempre útiles –salvo para la industria turística– motes que otorga la Unesco: en este caso Patrimonio de la Humanidad. Una denominación que está muy lejos de indicar aquí algo estático o anodino: desde su vida cotidiana, este distrito parece concentrar las características que dan identidad a toda Oporto, sobre todo sobriedad, austera elegancia y una sutil vitalidad, como lo demuestran los lugareños en su ir, venir y estar. Porque pese al registro histórico que se percibe paso a paso, no hay alarde de distante monumentalidad.

CAIS IN SITU Cais da Ribeira se extiende longitudinalmente a la vera del agua, custodiado desde lo alto por la Muralla Fernandina, una fortificación medieval construida en el siglo XIV durante la regencia Fernando I. Para el cuaderno de curiosidades, sólo uno de los 18 pórticos de esta muralla se ha conservado y puede apreciarse en su lugar.

Junto a la costanera hay una recova donde se suceden añejas construcciones amparadas en sucesivos arcos, dentro de los cuales hay bares, restaurantes y hasta discotecas. La movida nocturna y turística de Oporto tiene aquí uno de sus epicentros.

Aunque Cais da Ribeira es un barrio pequeño dentro de esta ciudad de casi dos millones de habitantes, hay mucho por hacer y conocer. A pocos metros de la recova se encuentra la plaza barrial, cuyo origen puede rastrearse hasta el siglo XVIII. En el medio se levanta un enorme y moderno cuadrado de hormigón, donde cobra forma un compendio de propuestas gastronómicas típicas, como la “tripa a moda do Porto”. En principio, el nombre no promete un lujo culinario: pero la historia indica que la necesidad puede ser usina de manjares como esta nutritiva preparación, surgida tras la conquista portuguesa de Ceuta en 1415. Por entonces la mejor carne era destinada a las tropas y la necesidad requirió darles encanto a las hasta entonces desdeñadas tripas. Claro que también hay manjares más “al paso” pero igualmente tentadores, como los sandwiches de pan francés llamados, no casualmente, francesinhas (sus ingredientes: jamón, salchichas, chorizo o carnes variadas y salsa a base de verduras y pescado).

Atardecer en el camino superior del metro, por el puente Dom Luís I.
Imagen: Natalia Romay

A pocas calles de la plaza está la casa donde nació en 1394 Enrique el Navegante, el principal propulsor de Portugal como potencia del comercio marítimo. Esta suntuosa mansión, que comprende incluso una edificación romana, ya no es asiento real ni aduana, como funcionó durante largos siglos, sino que se ha transformado en el centro de documentos y archivos históricos de Oporto. Por eso precisamente vale la pena conocerla.

MERODEANDO EL BARRIO También es buena idea recorrer las calles que se extienden a partir de Cais da Ribeira. La orientación lógica indica ir de frente hacia las edificaciones, esto es, dándole la espalda al agua. Una senda empinada, por cierto, a lo largo de calles angostas y con adoquines (más pequeños que los de porteña usanza), cuyas veredas suelen estar conformadas por azulejos de colores claros para desplegar seductores tramados urbanos. Así, deambulando, llegará un momento en que el buen paseante descubrirá ropas colgadas de paredes y balcones, secándose y completando sin querer las fachadas de las casas color pastel coronadas por tejas coloradas a dos aguas. Alrededor de esas prendas flameantes sobresale el encanto de floridos balcones de hierro, nada pudorosos tampoco. Y como en las veredas, también las fachadas pueden regalar el colorido y sugerente diseño de azulejos y cerámicas, sin duda una herencia morisca, que también por aquí anduvieron los árabes que ocuparon España.

En el trazado urbano no faltarán los mercaditos o, mejor dicho, puestos callejeros donde se comercializan frutas, verduras y pescado. El camino es empinado, pero paradójicamente los precios bajan a medida que se sube: y así se llegará también al mejor lugar para descubrir la vedette gastronómica de Oporto, el bacalao a la Gómez de Sá. Sea en un restaurante o en un puesto callejero, este salado pescado es una auténtica tentación, sobre todo cuando ha descansado como se debe en una fuente con papas, batatas, huevo duro, aceitunas, aceite y ajo.

De seguir caminando en ascenso se llega la Catedral de Oporto (los lugareños la llaman Sé y es para ellos la construcción religiosa más significativa), en el vecino barrio de Barredo, donde se prolonga el trazado de callejuelas y se suman puestos de laboriosos artesanos. Esta Catedral fue alguna vez fortaleza (sus torres lo indican), pero luego allá por el siglo XIII devino en santuario religioso y hoy también histórico. Los años no han pasado en vano, ya que sólo se conserva en buen estado una de sus fachadas. El resto ha sucumbido al vaivén de refacciones y enmiendas arquitectónicas. Así, por ejemplo, una de sus capillas constituye un alarde de estilo gótico, y el resto en general es barroco; por su parte las trabajadas puertas, las balaustradas y los azulejos de los zócalos hablan de una innegable herencia árabe.

Otro hito del casco histórico de Oporto cercano a Cais da Ribeira es la céntrica estación de tren y metro de Sao Bento, a la que se llega por la monumental Avenida dos Aliados. Construida en 1916 en el espacio que ocupaba una iglesia, de la cual heredó su nombre, esta estación es un ejemplo de la arquitectura modernista propia de los albores de la revolución industrial: ya desde la calle se pueden apreciar sus características ventanas de medio punto, vidrios de colores y hierro. Mientras se perciben los dinámicos humores de los apurados transeúntes, Sao Bento también podría visitarse como un museo de la cerámica y el azulejo, gracias a sus numerosas y antiguas decoraciones interiores.

DE ORILLA A ORILLA Con seguridad, si se pasa por Cais da Ribeira desde el principio se sucumbirá a la tentación de acercarse al vigoroso puente que cruza el río desde la orilla. Se trata del Dom Luís I, tal vez el principal icono del distrito, que cruza el Duero hasta llegar a la ciudad lindera de Vila Nova Gaias, ni más ni menos que el lugar donde se guarda (cavas y bodegas) el afamado vino oporto producido en la región vitivinícola de Alto Douro.

Estas bodegas son la razón de ser de los barcos toneleros, llamados rabelos, que desde el agua profundizan la fisonomía artesanal de Cais da Ribeira. Vale aclarar que rara vez estas embarcaciones ofrecen servicios de paseo a la usanza veneciana, pero igualmente nada mejor que observarlas mientras se toma una copa de oporto desde la costa.

Volviendo al puente, tiene un atractivo que resulta familiar: su estructura, con un entramado de hierro semejante al de la Torre Eiffel. No es casual, ya su creador e ingeniero fue el belga Théophile Seyrig, discípulo de Gustave Eiffel. Y a pesar de lo que podría suponerse, el Dom Luís I se inauguró en 1886, tres años antes que la torre parisina de su maestro. El puente tiene dos niveles: por el superior pasa el metro, línea amarilla, que además del viaje ofrece una vista espectacular de la ciudad, mientras en el de debajo transitan autos y peatones a través de una pasarela (no apta para personas con vértigo) de 150 metros de largo.

Ya del otro lado, no sólo hay bodegas. El casco viejo se prolonga a partir de edificios como el Monasterio da Serra do Pilar, de curioso diseño circular. Entonces, la invitación es a seguir degustando los atractivos de Portugal, atravesando puentes e historia.

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La Catedral se eleva por encima de un enjambre de techos de tejas a dos aguas.
Imagen: Natalia Romay
 
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