turismo

Domingo, 19 de junio de 2011

FRANCIA. VIAJE A LOS ORíGENES DEL CINE

Y todo a media luz

Un paseo por los salones del Hotel Scribe, un emblemático lugar del barrio de la Opera en París donde, a fines del siglo XIX, se llevó a cabo la primera proyección pública de cine de la historia.

 Por Graciela Cutuli

Cerca y lejos a la vez, 1860 habla de aquellos tiempos en que no había electricidad y la idea de trasladarse en vehículos a motor era sólo un sueño. Pero no pasaron más que 150 años, apenas unos granos de arena en el gran reloj del tiempo. Cuando los abuelos de nuestros abuelos eran jóvenes se definieron los parámetros de la elegancia y el buen gusto que marcaron todo el siglo XX y siguen en parte vigentes todavía hoy; era la época en que París aún no había conseguido su aspecto armonioso y refinado, ni parecía surgida de una clase magistral de arquitectura con influencias clásicas. En realidad todo era una sucesión de obras, de fachadas a medio levantar, de casas derruidas: fue la era de la gran transformación, cuando la capital francesa abrió los bulevares que le dieron sus perspectivas definitivas y París se erigió como arbiter elegantiarum de medio mundo. Por entonces, en medio de aquellas obras faraónicas, se levantaron las primeras paredes de un hotel emblemático de la vida parisiense, en un barrio no menos emblemático de la Ciudad Luz: aquel que prospera en torno de la Opera Garnier (que ni en pañales ni en sueños estaba por entonces la moderna Opera de la Bastilla). Se dice que el barón de Haussmann, artífice de la remodelación de la capital francesa, le prestó tanta atención que el precio del metro cuadrado aumentaba cada vez que pasaba por alguna de las calles del barrio... Fue aquí, a pocas cuadras de la Opera, donde empezó a construirse en 1860 el Hotel Scribe, cuyo nombre no recuerda a ningún arquitecto en medio de esta efervescencia de cemento y piedras: Eugène Scribe era en realidad un dramaturgo muy popular en su época, tan conocido en torno de 1850 como olvidado en los años subsiguientes. A su muerte, en 1861, una calle fue bautizada con su nombre. Scribe –apellido que le hace nombre a su profesión, ya que podría traducirse como “escriba”– fue un autor teatral con una fama bien ganada fuera de las fronteras francesas.

La fachada iluminada del Scribe, por la noche.

EN BUSCA DE SWANN El Hotel Scribe fue durante sus primeras décadas sede del Jockey Club de París, uno de los núcleos más selectos de la alta sociedad del Segundo Imperio. Los revolucionarios de 1789 y 1848, de fresca memoria todavía, se hubieran dado vuelta en sus tumbas de haber conocido el lujo de sus salones y los árboles genealógicos de los miembros. Así como los antiguos reyes tenían sus cortes palaciegas, por medio de este club el Imperio y luego la República tuvieron las suyas. En 1863, el Hotel Scribe era sinónimo de lujo y fasto, habitué de las reseñas sociales en las publicaciones más aristocráticas. Más comentada aún era su mesa, considerada entonces como una de las mejores del mundo. Su jefe de cocina, Jules Gouffé, había sido recomendado por Alejandro Dumas, miembro del Jockey Club y amante de la cocina gourmet. Una de las recetas preferidas del padre de los mosqueteros, el pot-au-feu, todavía hoy es preparada y elogiada por los grandes chefs.

Entre los habitués del Hotel Scribe hay que contar a numerosos miembros de la elite política e intelectual de las últimas décadas del siglo XIX en Francia y buena parte de Europa. Entre ellos, Charles Haas, un influyente dandy recordado por la historia como Swann, su personaje en la obra de Marcel Proust. De hecho el Scribe está presente en toda la Recherche du Temps Perdu, la obra crepuscular de una clase decadente.

Si el Jockey Club ocupaba la parte superior del edificio, la planta baja fue sede de diversos negocios, entre los cuales el Grand Café fue uno de los más populares. Por allí se veía a Proust, desde luego, pero también a Julio Verne y Oscar Wilde. Sin olvidar a Nadar, el pionero de la fotografía, que había abierto su estudio en la vereda opuesta, sobre el Boulevard des Capucines. Queda para la anécdota que allí mismo se organizó la primera exposición de obras impresionistas. Gracias al Scribe, al nivel de la calle o en los pisos altos, el nuevo barrio de la Opera se había convertido no sólo en la zona más elegante sino también en un nuevo polo cultural, quebrando el monopolio que tenía la Rive Gauche desde la Edad Media y la creación de la Sorbonne.

La foto de los hermanos Lumière (sacada por Nadar) en el café que hoy lleva su nombre.

LAS DIEZ PRIMERAS PELICULAS En 1895 el Hotel, el Grand Café y todo el edificio entraron en la historia del siglo XX con cinco años de adelanto. Un día de diciembre Antoine Lumière propuso al dueño del café, Monsieur Volpini, presentar a los parisienses la invención de sus hijos en uno de sus salones: se trataba de una máquina de imágenes que podían reproducir los movimientos. En otras palabras, un proyector de cine.

La primera representación fue el 28 de diciembre, una noche de mucho frío, con un programa que preveía diez pequeñas películas de minutos de duración. Pocos fueron los espectadores que pudieron decir que respondieron a esta cita histórica: 33, exactamente. Pero en los días siguientes las colas ya tenían varias cuadras de largo y hubo que disponer custodios para imponer la calma entre los más entusiastas, que querían ir y volver una y otra vez. Entre ellos estaba un tal Georges Méliès, el dueño de un teatro vecino que había pertenecido al mago Robert Houdin. Méliès presentaba espectáculos de magia e ilusiones ópticas, de modo que no tardó en comprender el mundo que se abría ante el nuevo invento. En pocos años, transformó lo que era una proeza de la tecnología en un verdadero arte.

Cuentan los archivos que la primera representación privada de cine había sido también en París, pocos meses antes, en los salones de la Sociedad de Promoción de la Industria Nacional. Luego se menciona una proyección pública en el cine Eden de La Ciotat, pero es esta función del Salon Indien del Grand Café la que pasó a la historia por su definitiva repercusión popular. Curiosamente, los inventores del cine, Auguste y Louis Lumière, no estuvieron en París para esta presentación. Se habían quedado en su ciudad natal, Lyon, aunque sí estuvieron representados por su padre. Sin embargo, son ellos quienes hoy dominan los salones del café del hotel, gracias a una gran copia de la famosa foto que les sacó Nadar.

Hoy día el Salon Indien ya no existe, pero el Scribe sigue siendo uno de los símbolos del lujo parisiense. El café se llama ahora Café Lumière, en homenaje a los hermanos inventores del cine, y a modo de exposición permanente hay una colección de fotogramas de las diez películas presentadas en la primera proyección. Los mozos cuentan que fueron regaladas por Max Lumière, un tataranieto de los geniales pioneros de la imagen en movimiento. El café tiene un salón VIP, que se llama Le 1895, en referencia al año de las primeras proyecciones. También se conservaron algunos muebles de la época del Jockey Club, de Proust y de los hermanos Lumière, como la barra de caoba. La ambientación del café es obra de Jacques Grange, un reconocido decorador. Los nostálgicos lamentarán la ausencia de más recuerdos y testimonios de la gran época del Scribe, de la fastuosidad del Jockey Club o la bulliciosa vida intelectual que giraba en torno de las mesas de su café. Pero los elegantes del siglo XXI siguen acudiendo a tomar el té por la tarde, y los cinéfilos no se pierden una merienda en el lugar que vio nacer la mayor diversión de los tiempos modernosz

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Fotos de huéspedes famosos en los pasillos del hotel (en primer plano, Joséphine Baker).
 
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