turismo

Sábado, 19 de julio de 2003

VACACIONES DE INVIERNO PASEOS EN CAPITAL Y GRAN BUENOS AIRES

Chicos, vamos al Zoo

En estas vacaciones de invierno cada zoológico de Capital y Gran Buenos Aires exhibe sus novedades para atraer la excitable atención de los pibes... y la admiración de los grandes. El Parque Temaikén en Escobar, el Zoo de Florencio Varela y el clásico Zoo de Buenos Aires.

Por Julián Varsavsky

El encuentro con los animales es uno de esos momentos mágicos en los sueños infantiles, imposible de sustituir por el mejor de todos los juegos de realidad virtual. Año a año el rito se repite con renovado fervor, y en vacaciones de invierno un imparable ejército de “locos bajitos” rodea e invade los zoológicos de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. La consigna –cuya sola mención les produce una extraño trance– es siempre la misma: “¡Vamos al zoológico!”.

Sandokán en Escobar En la localidad bonaerense de Escobar se inauguró hace un año un novedoso parque orientado hacia la educación ambiental. En un predio de 34 hectáreas se concentran originales juegos para niños pequeños, un cine con pantalla circular y una gran variedad de animales exóticos. Al llegar con el colectivo 60 directamente al gigantesco estacionamiento del Parque Temaikén –colmado de autos– se toma conciencia de la magnitud de este moderno parque ecológico en el cual se invirtió una cifra estimada en 60 millones de pesos.
A diferencia de los zoológicos tradicionales, aquí no hay una sobrecarga de animales en jaulas una al lado de la otra. Por el contrario, se ha hecho eje en algunas especies exóticas y en las autóctonas de nuestro país, alojando a los animales en espaciosas reconstrucciones de su hábitat natural. No bien se cruza la entrada, los primeros en aparecer en escena son los flamencos rosados, que lucen su estridente colorido mientras descansan sobre una lomada, separados del visitante por una baranda de escasos 50 centímetros de alto. A un centenar de metros de allí, un fuerte griterío de niños y adultos atrae a todo el que ande cerca. El alboroto proviene de la gigantesca morada de los tigres de Bengala, ambientada con grandes rocas, un pequeño cerro y una laguna donde un soberbio ejemplar de 250 kilos llamado Sandokán juega con una pelota como un gatito. El espectador puede ver al tigre desde arriba —como en un palco de troncos— o desde abajo, detrás de una pared de vidrio semicubierta por el agua de la laguna.
De los felinos pasamos a los simpáticos omnívoros llamados suricatas o mangostas, una especie de ardillas que habitan en los desiertos de Namibia y Botswana, a las que se reconoce porque se paran en dos patas sobre las piedras para observar el panorama. Enfrente están los antílopes orix, habitantes del Sahara, que lucen una cornamenta recta que alcanza hasta un metro de altura. En el sector de los monos están los ejemplares de la extraña especie de los colobos —de pelaje blanco y negro muy largo—, donde los brazos de un gran árbol les ofrecen espacio de sobra para retozar como lo hacen en la selva de Africa.
Un gran espacio está dedicado a las 1500 aves que pueblan Temaikén. A su vez, los animales autóctonos de nuestro país están separados por región. Por una lado están los de la Mesopotamia (carpinchos, yacarés, ciervos) y por el otro las de la estepa patagónica (liebres, pingüinos, pudúes, ñandúes).

Chicos y animales bien cuidados En Temaikén hay un personal de 300 empleados que están todo el tiempo al servicio del visitante y al cuidado de los animales. En la Plaza Educativa, con juegos para los niños más pequeños, hay entre uno y dos empleados por cada juego animando a los chicos a interactuar, mientras están pendientes todo el tiempo de su seguridad. Uno de los juegos consiste en treparse a una telaraña de sogas. En otro la gracia está en meterse en el cascarón de un huevo gigante, que a pesar de su simpleza es uno de los más buscados. El Cine 360 (símbolo de grados) es la parte de Temaikén donde se aplica la alta tecnología para difundir un mensaje conservacionista.
En el silencioso submundo del acuario hay un ámbito circular con paredes de vidrio donde se observan muchas de las especies más exóticas del universo acuático. Al pasar a otro sector, vemos que el techo que nos cubre también es de vidrio, y encima nuestro pasan a toda velocidadferoces tiburones y esa suerte de peces “alados” que son las mantarrayas. En la Poza de Marea está representado el ambiente del litoral de la Patagonia, mientras que el acuario de Agua Dulce es una recreación escénica de un río de la Mesopotamia argentina, con su correspondiente fauna.
En estas vacaciones se espera que el parque se llene de visitantes, teniendo en cuenta que en apenas un año ya casi un millón de personas lo han visitado. Todos los días se realizarán en el Pabellón Educativo charlas sobre murciélagos, tiburones y dinosaurios, y talleres de reciclado de papel, dibujo, collage y modelado en barro y masa.

El zoo de Varela En la provincia de Buenos Aires, en la localidad de Florencio Varela, existe un zoo privado de 6 hectáreas con 7000 árboles plantados, que alberga a más de 100 especies animales. El elenco de felinos, con su belleza cruel, despierta las mayores pasiones e inmoviliza con su mirada cazadora a quienes los observan. Por un lado están los jaguaretés de Misiones, que emiten un rugido seco y grave que paraliza de terror a grandes y niños. En la jaula de los pumas americanos —de terso pelaje gris— las fieras descansan indiferentes sobre unas ramas, transmitiendo a quien los observa una profunda sensación de paz..., la que precede a una batalla.
En su correspondiente jaula están los tigres de Bengala –donde sobresale un soberbio ejemplar de 300 kilos– y en otra las panteras negras van y vienen tras los barrotes, mientras parecen a punto de perder su elegante paciencia.
El alboroto continuo de las aves, los gritos de los monos aulladores, los espaciados rugidos y –hay que decirlo– el infatigable griterío de los pibes, le otorgan al lugar una inusitada vida. Los pavos reales y las gallinetas de Guinea se pasean con soberana libertad entre los visitantes y se acercan a los peloteros y las camas elásticas donde los chicos saltan sin cesar. A diferencia de otros zoológicos, aquí hay disponibles parrillas y mesas en una confitería techada, para que cada cual se traiga la carne para el asado y pase un día al aire libre sin gastar demasiado.

El clásico de Palermo El Zoológico de Buenos Aires es un clásico que ha sobrevivido inmune a la variedad de ofertas tecnologizadas, crisis económicas y discutidas privatizaciones.
Una de las novedades más apreciadas por los chicos es la muestra “Gigantes del Mar”, donde una fantástica ambientación del fondo del mar alberga reproducciones de la fauna mayor que habitaba los océanos hace millones de años. Resulta que, después de tanta moda jurásica, se da el caso de que muchos pibes sepan más que sus padres sobre dinosaurios, a los que identifican a la perfección en todas sus variedades. Pero ahora parece haber llegado el momento de estudiar a esta suerte de “primos acuáticos” de los “dinos”, que en esta muestra se pueden ver en movimiento y lanzando terroríficos sonidos, como en el caso de basilosaurio, antecesor de los delfines. Otras especies que “reviven” en el zoo son el tylosaurio y el descomunal calamar gigante, de 8 brazos, que habitó los océanos hace 70 millones de años. Y por último llega con sumo sigilo el tiburón blanco gigante, que sobrevive hasta hoy, pero está al borde de la extinción.
En uno de los edificios más antiguos del zoo se ha habilitado una sofisticada reproducción natural de un ambiente de la selva subtropical. A través de un recorrido que asciende por los diferentes estratos de la selva, uno oye el rumor del agua mientras el rocío nos impregna el cuerpo y nos rodea un aroma intenso a humedad, provocado por la vegetación y una pequeña catarata artificial. Durante el recorrido el visitante cruza un puente colgante y observa tucanes y guacamayas volando a placer dentro del microclima. También están los sapos, los monos, las tortugas, los caimanes y las terroríficas anacondas, que al igual que los personajes de los Cuentos de la Selva de Horacio Quiroga, alimentan la inagotable capacidadde asombro de los niños. Y acaso la parte más interesante del “rainforest” sea el insectario, donde la cantidad y diversidad de escarabajos y mariposas de todos tamaños y colores conforman un universo fantástico de formas y “diseños” impensables. Los niños se agolpan para observar con cierto pavor a unas repugnantes cucarachas voladoras de exagerado tamaño, a unos insectos similares a libélulas verdes de 25 centímetros de largo (y otro tanto sus alas), y escorpiones negros de 20 centímetros con pinzas que parecen de cangrejo. La variedad de cascarudos supera el centenar, algunos de color verde flúo, y otros con una especie de cuerno que crece hacia delante, casi tan grande como el resto del cuerpo. En el otro extremo, las mariposas con alas de aspecto sedoso y color fluorescente combinan diseños y colores imposibles de imaginar.
Una de las novedades para este invierno es la nueva casa de Josefa y Botija, la blanquísima pareja de oso polares. En el sector del acuario están los adorables pingüinos de Magallanes, los besugos y el sigiloso tiburón que nos mira con total desprecio a través de su ojo fijo detrás del vidrio.

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No es el paraíso, pero se le parece bastante.
De arriba hacia abajo:
En Temaikén, los flamencos rosados colorean el Parque; tigres de la Malasia. La fiera belleza de un par de temibles felinos; las simpáticas suricatas o mangostas observan detenidamente a los visitantes; en temible pose, el gran elefante reina en su espacio del clásico zoo de Palermo.
 
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