turismo

Domingo, 3 de agosto de 2003

ITALIA LA ISLA DE SICILIA

El triángulo de la belleza

Sicilia tiene una ubicación privilegiada en el corazón del Mediterráneo. Codiciada y colonizada a lo largo de los siglos por varias civilizaciones, hoy es uno de los mejores lugares para conocer la arquitectura griega y asomarse al “mar color de vino” de los poemas homéricos.

Por Graciela Cutuli

Mirándola desde el aire, Sicilia parece una pelota de caprichosa forma que Italia está constantemente pateando. En la realidad cotidiana de la isla es lo que piensan muchos sicilianos, ilustrando gráficamente la importante divergencia económica y cultural que existe entre la Italia del norte y la del sur. Los libros de Andrea Camilleri -.nacido en Porto Empedocle, y uno de los escritores más populares en los últimos años en Italia– forma parte junto a los grandes clásicos -.como el inolvidable Gatopardo del príncipe de Lampedusa– de esa clave imprescindible para entender un mundo áspero, refinado y brusco a la vez.

25 siglos de historia La otra clave se debe buscar en su historia. En el centro del Mediterráneo, Sicilia estuvo también en el centro de todas las peleas y de todos los grandes movimientos de la historia. Aferrados a su hermosa tierra natal, los sicilianos vieron pasar en más de 25 siglos de historia a los fenicios, los griegos, los romanos, algunos invasores bárbaros, los bizantinos, los árabes, los cruzados, los normandos, los españoles, los piamonteses y hasta los norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial.
De la Magna Grecia –las colonias helenas que hicieron de Sicilia y el sur de Italia una de las provincias más prósperas del mundo griego– quedan algunos templos, como el de la Concordia, en el valle de Agrigento, una de las postales más deliciosas de todo el Mediterráneo. Los fenicios de Cartago libraron muchas batallas contra los griegos por el control de la isla, lo que facilitó la llegada de los romanos (Sicilia fue la primera de las provincias romanas del Imperio, en el 227 AC). La isla volvió a ser griega más de ocho siglos después, cuando el Imperio Bizantino retomó su control en el 535, luego de la descomposición del Imperio de Occidente. Fue la primera Edad de Oro de la historia moderna de la isla que, decididamente a sus anchas en el mundo heleno, volvió a convertirse en una próspera región del Imperio oriental. Su segunda Edad de Oro fue bajo el reino de los primeros reyes normandos, que subieron al trono siciliano en 1060, luego de apartar a los sarracenos. Sus cortes se contaban entre las más brillantes de Europa, con letrados y científicos de Occidente y Oriente, fueran musulmanes, cristianos o judíos. El reverso de la medalla fue la formación, durante su largo dominio sobre la isla, de sociedades secretas de resistencia a las dinastías normandas, en las que muchos ven el origen de la mafia.
Sicilia era el teatro romántico de un mundo aparte, donde códigos de honor tenían fuerzas de ley, donde el sol aplacaba las voluntades de seguir el ritmo de un mundo cada vez más cambiante y más rápido. Así como en el Gatopardo se ve esfumarse un mundo bajo el ritmo de la historia, los sicilianos entraron en el siglo XX con sus recuerdos de épocas fastuosas de ocho siglos de antigüedad. Hoy día, Sicilia se aprecia sobre todo por sus diferencias. Hasta por su mafia, romántica si se la mira a través el prisma de esos rebeldes eternos frente a los invasores y la injusticia, o crudamente delictiva si se la mira por sus acciones y crímenes, en los que rige con fiereza la ley del silencio.

La costa jónica La puerta de entrada es en realidad un puerto: Messina. Así como el puente Colonia-Buenos Aires resurge cada tanto en la vida política y los medios argentinos, el puente de Messina es un tema recurrente en Italia desde hace varias décadas. Se gastó tanto presupuestoen uno como en el otro, sin que se haya puesto nunca la mínima piedra fundamental. Mientras tanto, se sigue llegando a Messina por barco, desde Reggio di Calabria, sobre el continente, justo sobre la uña del dedo gordo de la bota italiana. Son apenas minutos de travesía, lo suficiente como para sentir una especie de pase ritual de un mundo a otro que naturalmente no puede apreciarse si la travesía es aérea.
El cambio, sin embargo, no se siente ni se ve instantáneamente. A primera vista, son las mismas palmeras que en Roma, las mismas fachadas que en Nápoles, el mismo idioma que en Florencia, las mismas oficinas públicas que en Milán, los mismo jóvenes sobre sus Vespas que en Verona. Hay que mirar y observar detalles de este decorado bien italiano, y darse cuenta poco a poco que Messina es realmente la puerta de entrada a un mundo distinto. La ciudad en sí no presenta mucho interés: en tanto las demás recibieron presencias y ocupaciones que marcaron su arquitectura, Messina enfrentó bombardeos durante el desembarco norteamericano y algunos terremotos que la destruyeron.
Mejor es tomar la ruta hacia el sur. Hasta Taormina, uno de los sitios más hermosos del Mediterráneo. Su nombre está asociado, en el mundo entero, al de su teatro: construido en el siglo III AC por los griegos y reconstruido luego por los romanos, está ubicado en un promontorio rocoso que domina el mar por un lado y las montañas por otro. Su estado es lo suficientemente bueno como para seguir organizando espectáculos, y su festival de verano es uno de los más importantes de Italia. Cerca de Taormina están las ruinas de la antigua Naxos, la iglesia de Agro (de estilos normando, bizantino y sarraceno a la vez) y las catacumbas de Savoca.
Más al sur, por la autopista que bordea el Mar Jónico, se llega a Catania, uno de los principales exponentes del barroco siciliano. La ciudad fue reconstruida enteramente luego del terremoto de 1693, y tiene una hermosa armonía edilicia, entre su catedral –en la cual se adivinan todavía los rasgos normandos de la primera construcción–, el Ayuntamiento, los palacios, iglesias y conventos. Catania es la ciudad natal del compositor Bellini, y sus casa fue transformada en un museo. Desde la plaza misma del Duomo hay una vista muy linda del Etna, cuya masa domina toda la región.
Al sur de esta costa se encuentra Siracusa. No en vano se escribieron canciones que alaban su belleza: ya en el mundo antiguo, Cicerón la calificaba como una de las más hermosas ciudades de su tiempo. Fue también uno de los centros de la Magna Grecia, donde vivieron Dionisio el Viejo y Arquímedes. Afortunadamente quedan algunos vestigios de este pasado fastuoso, como el templo de Apolo. La Catedral, por su parte, no es otra cosa que el templo de Atenas reacomodado en templo católico durante el Medioevo. En Siracusa hay también palacios barrocos, fuentes, restos de iglesias normandas (Siracusa, a pesar de su patrimonio, padeció intensos bombardeos durante el desembarco norteamericano), un anfiteatro romano, un teatro griego.

En el Museo arqueológico se encuentran además objetos de todas las épocas y de un curioso sitio de la región: Pantalica, una necrópolis tallada en barrancas rocosas, vestigio de los pueblos que ocupaban la isla antes de la llegada de los griegos.

En viaje hacia Palermo Saliendo de Messina hacia el oeste, otra autopista lleva hacia Palermo, la capital de la isla. Se pasa primero por Tindari, cuyo nombre le viene de Tyndaris, la ciudad griega original. Quedan vestigios de las épocas romanas y griegas, y un icono bizantino es motivo de un concurrido peregrinaje. Cerca, Cefalú es un importante centro balneario, muy visitado por locales y extranjeros. Aunque no es tan elegante como Taormina, es muy lindo, gracias a su promontorio rocoso y el barrio antiguo, construido alrededor de una catedral que los isleños consideran como las más hermosa de sus iglesias normandas. Bordeando la costa del Mar Tirreno, se llega a Palermo. Esta gran ciudad concentra todas las bellezas y las contradicciones de la isla. Se levanta en un magnífico marco natural, en el fondo de una bahía, junto al pequeño monte Pellegrino. Palermo es moderna y antigua a la vez, por sus monumentos y por sus modos de vida, por sus costumbres y sus razonamientos. Es una mezcla muy interesante de tradiciones y modernismos. Como en el resto de Sicilia, los visitantes son muy bien recibidos, y en cada familia se recuerda a un tío o un primo que se fue hace algunas décadas a “farsi l’America”, ya sea en Estados Unidos, en la Argentina, en Australia o más sencillamente en Francia y Alemania. Palermo es el recuerdo de épocas doradas y prósperas que contrastan con un cierto desmoronamiento actual, aunque sigue siendo un centro cultural importante, que compite con dignidad desde el extremo sur italiano con las demás ciudades de la península.
Los monumentos son legión, empezando por las iglesias, tan numerosas que parece haber una en cada calle del centro de la ciudad. Entre las más importantes, que merecen una visita, estan la de San Giovanni degli Eremiti (una iglesia normanda construida sobre una mezquita), el Duomo (la catedral, levantada bajo los normandos y refaccionada varias veces en estilos aragonés, bizantino y barroco), La Magione (una iglesia normanda donde se encuentra la tumba de los Caballeros Teutónicos que aseguraban los viajes de los peregrinos alemanes a la Tierra Santa) y sobre todo Monreale, en una colina en las afueras de la ciudad. La Catedral de Monreale es una de las obras maestras de la arquitectura normanda, de líneas sobrias que contrastan con la riqueza de los mosaicos bizantinos que adornan sus interiores. En Palermo hay que ver también el Palacio Real, que conserva una parte del primitivo castillo normando, y sirve de sede actualmente a la Asamblea Regional de Sicilia. Los museos más importantes son el Arqueológico (con muchos vestigios romanos y griegos) y la Galleria Regionale (con obras muy valiosas renacentistas). La Villa Guilia es una evocación del mundo antiguo clásico y el Parco della Favorita, al norte de la ciudad, son sus dos espacios verdes más interesantes. Por fin, no se debe ir a Palermo sin conocer la Vucciria: es el corazón oriental de la ciudad, reminiscencia de sus episodios bizantinos y árabes. Un dédalo de callecitas ocupa toda esta parte del centro entre la Plaza San Domenico y el puerto. Es a la vez un mercado al aire libre, cuyos puestos ocupan buena parte de las angostas calles, una bulliciosa bolsa de colores, olores y agitación, y un sitio donde se encuentra de todo. Atención, porque los carteristas piensan lo mismo y buscan encontrar algo en los bolsillos y las mochilas de los turistas menos prevenidos (además, es muy fácil perderse en los callejones del barrio).

Islas alrededor de la isla Sobre la punta occidental de la isla, Trapani es una pequeña ciudad barroca que merece el viaje, por sus fastuosos palacetes, sus iglesias y un museo del pesebre muy interesante. En las cercanías está Erice, una ciudad medieval que no cambió su aspecto durantesiglos. Construida sobre el monte Eryx, los fenicios, griegos y romanos se la disputaron en la edad antigua. Trapani es el puerto donde se embarca para visitar las Islas Egadas, las más cercanas a la costa de todas las islas que rodean Sicilia. Las demás son las Eolias –al norte del estrecho de Messina– conocidas por sus volcanes (el término “volcán” viene incluso de una de ellas, Vulcano, donde los antiguos pensaban encontrar la morada del Dios homónimo), como Stromboli, casi en permanente erupción. Las últimas islas son las Pelagias, al sur, más cercanas a las costas tunecinas que sicilianas. Estas islas –sobre todo Pantelleria– aparecen regularmente en la actualidad italiana por los contingentes de emigrantes ilegales que tratan de entrar en la Unión Europea. Esta proyección rompe con el habitual aislamiento y la tranquilidad que prevalecen en la isla desde que los barcos piratas dejaron de asolar el Mediterráneo y fueron reemplazados por cruceros llenos de turistas.
Al sur de Trapani, Marsala es conocida en todo el mundo por sus vinos. Como otros tantos puertos de la isla, fue una colonia comercial cartaginesa y fenicia, la potente Lilibea. Sus museos recuerdan los más de 25 siglos de historia de la ciudad. En las montañas detrás de Marsala, la ciudad de Segesta fue fundada según las leyendas por los troyanos, cuando huyeron de su ciudad natal por culpa de la guerra. La ciudad antigua no fue sino parcialmente excavada, y contiene sin duda muchas sorpresas todavía por descubrir. Queda de esta primera fundación un templo, nunca terminado pero preservado casi intacto durante más de 25 siglos.
Sobre la costa sur de la isla, los dos puntos principales de visita son Selinunte, una de las capitales de la Magna Grecia y un importante centro arqueológico en la actualidad, y Agrigento, famosa por su Valle de los Templos. Este lugar, en las afueras de la ciudad moderna, estaba reservado en la Antigüedad a los dioses, a quienes se consagraron numerosos templos. Muchos de ellos están arruinados hoy día, pero sobrevivió curiosamente bien el Templo de la Concordia, que condiciona toda la belleza de este valle. Los cartagineses fueron los que destruyeron los templos cuando tomaron la ciudad griega de Akragas en el año 406 AC; luego los cristianos y los terremotos terminaron esta tarea destructiva.
Alejándose de las costas hacia el interior, Sicilia es un cadena montañosa árida y bañada de sol, donde los pequeños pueblos se aferran a promontorios rocosos. El tiempo se detuvo en sus fachadas como en las mentes: es la Sicilia de las películas, la Sicilia de la gente de honor, la Sicilia de postales, universal, que cada emigrante llevó consigo al emprender viaje hacia el mundo entero, a principios del siglo XX. Y también la Sicilia hospitalaria y cotidiana que puede conocerse y disfrutarse, lejos del mundanal ruido, cuando se logra entablar la confianza que requiere el desconfiado corazón de su gente.

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Arriba: El templo de la Concordia, en el valle de Agrigento, uno de los tantos que dejó la Magna Grecia en Sicilia y el sur de Italia.
Abajo: En lo alto de un promontorio, el Castillo Falconara evoca el reinado de las dinastías normandas en el Medioevo.
 
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