turismo

Domingo, 3 de agosto de 2003

NOROESTE NUESTRO PATRIMONIO CULTURAL

Pueblos de la Quebrada

Un recorrido desde Tilcara hasta la salteña Iruya entre cerros multicolores y quebradas. La capilla de Uquía, Hornaditas, Humahuaca, la comunidad de Chaupi Rodeo, Abra del Cóndor. Pueblos de vida tranquila y hospitalaria, y una cultura que vale la pena descubrir.

Partiendo desde Tilcara en pocos minutos se arriba a Uquía, distante unos 30 kilómetros sobre la Ruta 9. En la capilla de este pueblito de la Quebrada, cuyo altar está en parte revestido en oro, se pueden ver los famosos cuadros de arcángeles armados con arcabuces, obras de la escuela cuzqueña del siglo XVII. Allí nos recibe don Samuel Cruz, encargado ad honorem de la capilla, quien viaja todos los días desde Humahuaca para cuidar el lugar y atender a los visitantes. Después de mostrar la pesada llave original que abre las puertas de la capilla, don Cruz oficia de guía conocedor de la zona para indicar cómo llegar en una caminata de media hora desde el cementerio del pueblo hasta un conjunto de grandes rocas rojizas llamado Los Colorados de Uquía, uno de los tantos sitios para descubrir en un itinerario por la Quebrada.

RUMBO A HUMAHUACA Recorrer la ruta en medio de cerros enormes y coloridos, sembrados de cactus, es una experiencia que corta el aliento en medio del silencio. En algunos tramos, los rieles abandonados del ferrocarril no se separan de la Ruta 9 y corren paralelos al costado de caminos que sólo conocen los baqueanos. La próxima parada es la tradicional y conocida Humahuaca, punto de llegada de las excursiones que salen de Salta y que por un día recorren la Quebrada. Es el momento ideal para curiosear la variada artesanía norteña y recorrer las calles de piedra de esta ciudad donde la arquitectura colonial se impone claramente en las casas con faroles en las puertas.
Al continuar por la Ruta 9 se llega a Hornaditas, al norte de Humahuaca, la comunidad donde se realizó la primera experiencia piloto de turismo indígena con motivo del primer festival de churqui, un árbol lleno de espinas, y del cardón. En Hornaditas viven apenas unos pocos habitantes al costado del camino. Debajo emergen cultivos de tierras rescatadas hace unos años, una pequeña iglesia y un caserío disperso.
A la salida de la Ruta 9 y a 53 kilómetros de Iruya, otros pueblitos perdidos van atrapando la atención del viajero en el trayecto por un camino de ripio que serpentea con subidas y bajadas. Se avanza despacio y en muchos casos es necesario detenerse para dar paso a algún vehículo u observar algún burro inmutable, detenido en la inmensidad del paisaje. Después de unas dos horas y media se llega a la comunidad de Chaupi Rodeo, sobre la Ruta 13. Ariel Mosca, uno de los guías de la excursión –docente de historia y geografía que conoce el terreno y a su gente como pocos–, reivindica la historia y la cultura de estas comunidades donde hace apenas un año y medio llegó la luz eléctrica. Comenta que la provincia de Jujuy tuvo ciclos económicos de gran expansión, donde sus productos podían ingresar a un mercado que demandaba azúcar, tabaco, minerales y acero, pero en los últimos años muchos pobladores debieron partir a otros lugares en busca de nuevas oportunidades.

ENTRE VIVOS Y MUERTOS Siguiendo al norte se llega hacia la desolada población del Cóndor, donde sólo cuatro familias de pastores cultivan su huerta. Gracias al arroyo de Chaupi Rodeo pueden hacer producir la tierra y asegurarse la supervivencia. La población más cercana es Humahuaca. El abandonado almacén y una pocas botellas esparcidas en su puerta dan cuenta de que “su dueño murió y sus parientes aún no han llegado”, según comentan los guías.
En esta región es común que las mujeres vivan solas en medio de los cerros igual que en la Puna. “Como Serapia, que vive en una casita que se observa colgada del cerro al costado del camino.” Muchas han enviudado porque sus compañeros partieron a trabajar en la mina o en la caña de azúcar, y nunca regresaron. Ellas quedaron al cuidado de los hijos que paulatinamente dejaron el lugar.
En esta tierra, donde el ritmo de la vida está marcado por el sol, el viento, las lluvias y lo que disponga la Pachamama, el sentimiento de muerte es distinto del de la ciudad. Hay una tendencia a satisfacer almuerto para que quede muerto, que no ande jodiendo. “Al pan pan y al vino vino. El vivo vivo, y el muerto muerto”, dicen por aquí. “Se murió, se lo recuerda y se le preparan las cosas que le gustaban.” El día previo de todos los santos se otorgan las ofrendas. En las casas se deja una mesa tendida para que vengan las “almitas” a disfrutar de sus regalos y además se pasa el día en el cementerio. Las ofrendas se realizan con masa de pan y, de acuerdo con lo que deseaba el muerto, pueden tener forma de algún tipo de auto, objetos, etcétera.

CAMINO A IRUYA Más adelante se encuentra la llamada cordillera de Zenta, límite natural entre Salta y Jujuy que forma parte de la precordillera salto-jujeña, donde está la mina El Aguilar. Con 3500 obreros llegó a ser la más importante de la provincia, aunque actualmente se extrae sólo el 10 por ciento de su producción histórica de plata, plomo y zinc.
Al llegar a Abra del Cóndor, ubicada a 4 mil metros, la altura se hace sentir y aquí es preciso aferrarse como nunca al salvador “acullico”. El paquete de coca se consigue por dos pesos y es conveniente comprarlo en Jujuy porque más al norte no se consigue. Esta población de 900 habitantes –a sólo 21 kilómetros de Iruya– deja ver hacia abajo el río del mismo nombre, que a veces desciende con fuerza cuando la montaña se enoja, como suele decirse, y arrastra con todo cuanto encuentra a su paso.
Finalmente, el descenso en zigzag por un cañón borravino hasta los 2600 metros y el impacto de ver de pronto un balcón de piedra en la ladera del cerro, donde descansa tranquila una iglesia junto a casitas alineadas en calles estrechas. A la vera del río, madres e hijas lavan la ropa y chapotean el agua sobre piedras color mineral. Es hora de detenerse, escuchar el silencio, abrir bien los ojos y despejar los sentidos hasta quedarse ciego de tanto ver el cielo y las montañas que rodean a Iruya, uno de los rincones más solitarios y placenteros del país.z

Informe: María Amalia García.

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Iruya: al pie de las montañas, una iglesia entre casas de adobe, y estrechas y empinadas calles de piedra.
 
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