turismo

Domingo, 10 de febrero de 2013

JUJUY. EL CARNAVAL DE TILCARA

Diablada para la Pachamama

Cuando llega el Carnaval, la tranquilidad habitual de los pueblos jujeños explota en una de las fiestas más animadas del continente, con locales y visitantes mezclados en los desfiles de las comparsas callejeras que entreveran el culto a la Pachamama con los ritos de la fiesta medieval de origen europeo. Ocho días a puro baile de cumbia andina y carnavalito.

 Por Julián Varsavsky

Retumba, sombra del bombo,
desenterrá el Carnaval,
cuando la sangre se encienda
ni el polvo la apagará.

(Copla anónima)

Fotos de Julian Varsavsky

El desentierro del Carnaval es, cada año, uno de los momentos cumbre de la fiesta jujeña, el momento en que cada comparsa de Tilcara recupera al diablo de manera ritual. El primer sábado de Carnaval del año pasado, la comparsa Los Caprichosos desenterró su diablito Pujllay a las tres de la tarde en su “fortín”, un espacio abierto con un tinglado que oficia de sede del grupo. Allí los miembros de la comparsa y el público en general confluyen todas las noches a comer, beber y bailar en una gran discoteca andina al aire libre.

Desde el fortín partimos dos centenares de personas a pleno sol, respirando un polvo reseco que se levantaba por las calles de tierra mezclado con una nube de talco. A la media hora nos juntamos en una calle lateral de Tilcara donde se había levantado una gran apacheta, una acumulación de piedras que es un punto ceremonial para darle de comer a la Pachamama a través de un hoyo en la tierra. Allí estaba enterrado el diablito, que al ser liberado otorgaría a todos licencia para hacer las cosas normalmente autocontroladas el resto del año.

Junto a la apacheta comenzó el baile, al son de una banda en vivo, y una hora después aparecieron los coloridos diablos con sus máscaras y sofisticados disfraces. Luego de dar varias vueltas con la multitud alrededor de la apacheta, el jefe de los diablos desenterró al Pujllay y se trepó a las piedras blandiendo el muñeco como trofeo, señal que desató una apoteosis de gritos, saltos, serpentina, talco y nubes de espumanieve en spray. La euforia pasó a ser el estado natural de los participantes y comenzó el desfile interminable por las calles, sin decaer un instante durante horas. Cada diablo agarró de la mano a una chica del público –casi todas turistas– y se las llevó “raptadas” como pareja de baile para recorrer las calles al ritmo del carnavalito.

Talco, agua, alegría y una dosis de descontrol carnavalesco: el febrero de la Quebrada.

DIABLADAS Una comparsa puede tener hasta un centenar de diablos que portan cascabeles y hablan con voz aguda para que nadie los reconozca, perdiendo así la vergüenza. La desinhibición aflora gracias al anonimato y al alcohol, dando origen a las clásicas declaraciones amorosas de Carnaval que, de otro modo, no pasarían el tamiz de la timidez. En la ciudad hay alrededor de una decena de comparsas, entre las que sobresalen Pecha Pecha, Los Gosairas, El Puente de la Diversión, Viejos Choclos, Los Ahijaditos, Flor de Cortaderas, Pocos pero Locos y Los Caprichosos. Estas dos últimas compiten por el primer lugar entre las más animadas y populares.

En el Carnaval de Tilcara se tiran bombitas de agua y principalmente talco –casi nunca en los ojos– de modo que las prendas y cabellera de casi todos quedan blancas. La mayoría de la gente porta sobre el sombrero o en las solapas alguna ramita de albahaca, hierba considerada afrodisíaca y cuya fragancia es el perfume del Carnaval: “Como florcita madura,/ apegadita la enagua,/ qué lindo ver su cintura/ después que la moja el agua”.

La Quebrada de Humahuaca fue declarada Patrimonio de la Humanidad para preservar sus riquezas culturales, entre ellas el Carnaval. Pero curiosamente, resultado de los flujos culturales que hay en la Quebrada (acentuados por esa declaración), las costumbres e imaginarios sociales de sus habitantes cambian todo el tiempo. El resultado es un efervescente laboratorio cultural donde se superponen la influencia de los pueblos originarios y la de los conquistadores españoles. Y sobre lo que nació de este sincretismo comenzaron a operar también la globalización y el turismo masivo.

Semejante intercambio cultural en la Quebrada genera aparentes contradicciones y quejas de los puristas, “porque se está perdiendo el antiguo Carnaval”. Pero el antropólogo Axel Nielsen –estudioso de la zona– opina que “no es posible pensar en una cultura viva como algo estático, como si fuese una esencia que se desnaturaliza cuando se mezcla con otra cosa. Toda cultura es una trama de relaciones que permite a sus integrantes inventar y tomar los elementos que están más a mano para combinarlos de diferentes formas”.

Frente a la casa del músico Tukuta Gordillo, una corpachada para darle de comer a la Pachamama a través de un hoyo.

EL ORIGEN Si nos remontamos a los probables orígenes del Carnaval, los estudiosos de las culturas populares europeas lo ubican varios siglos antes de Cristo en las saturnales y bacanales romanas, fiestas callejeras con cortejos dionisíacos que eran un multitudinario derroche de lujuria y libertinaje. Luego, en la Europa medieval, la fiesta cobró nuevo auge a pesar de los embates de la Iglesia Católica. Hacia 1687, unas 30.000 personas participaban de las mascaradas venecianas. Mientras tanto, en los Andes americanos la Fiesta de la Abundancia se desarrollaba más o menos para la misma época del año, coincidiendo con las cosechas veraniegas del calendario agrícola.

Tal como ocurrió con el resto de los procesos culturales sincréticos en la Quebrada de Humahuaca, especialistas en el tema como el boliviano Radek Sánchez plantean que hay una superposición de fiestas que se han mezclado a lo largo de los siglos: “El Carnaval andino tiene que ver con ritos vinculados con la fertilidad agropecuaria y esto se ve en las señaladas de los rebaños que hasta el día de hoy se practican en los valles, donde incluso se hace una ceremonia de casamiento entre un animal macho y otro hembra. En el caso de los festejos de tipo urbano, el pueblo hace una toma simbólica de la ciudad, adueñándose de ella por ocho días en los que una serie de licencias lúdicas son otorgadas socialmente. En este contexto se consume mucho alcohol para lograr lo que llaman vacunarse contra la tristeza”.

El Carnaval europeo se desparramó por el Nuevo Mundo con características propias en cada lugar, ingresando en las dinámicas de cambio de cada cultura. El antiguo Carnaval de la Quebrada de Humahuaca se celebraba con rondas de coplas acompañadas con el latir percusivo de la caja, algo que todavía existe en los pueblitos de la montaña con un carácter más intimista y poético. De todas formas la copla sobrevive en pequeñas ciudades como Humahuaca, Tilcara y Maimará, casi siempre entre los más ancianos. Pero el Carnaval de la cultura kolla actual –que se ha hecho famoso y masivo, abierto a todo el mundo– es urbano, ruidoso y callejero. En la ciudad ya no hay animales, así que el Carnaval tradicional se resignifica, dando lugar al desarrollo de la comparsa de influencia boliviana, que con el correr de las décadas ha ido creciendo e incorporando elementos. Hasta no hace mucho –y todavía a veces ocurre– el instrumento característico del Carnaval al frente de la comparsa era la anata, una flauta rectangular muy estridente que sirve para llamar al diablo.

Al principio las comparsas tocaban fundamentalmente carnavalitos, que aún continúan, pero cada vez más las preferencias se inclinan hacia géneros de origen boliviano como la saya, el tinku y la cumbia andina, diferente de la colombiana y la villera. Entre los carnavalitos hay composiciones propias que equivalen a himnos de cada comparsa, que también interpretan temas locales de moda como “Soltame Carnaval” de Los Tekis, una exitosa banda que hace shows durante varias noches del Carnaval en Tilcara con una escenografía de marionetas gigantes. En la época del “uno a uno” las comparsas traían bandas de bronces desde Bolivia, pero desde hace una década las hay propias de la zona. Y lo mismo ocurre con bandas eléctricas que acompañan las “invitaciones” que hacen familias de Tilcara a las comparsas para tocar frente a su casa o en los patios.

El set de vientos les pone melodía a cumbias andinas, carnavalitos y tinkus bolivianos.

LA FIESTA ABIERTA La primera recomendación destinada a los viajeros que quieran participar del Carnaval de Tilcara es abandonar de cuajo toda idea de pureza cultural. Aquí todo se mezcla con naturalidad, sin reglas aparentes. Las cumbias andinas suenan a carnavalito con algo de murga y ska. Y la matriz boliviana en esta música ya viene con su propia carga de intercambio cultural, porque los bronces son influencia de las bandas militares del siglo XIX y comienzos del XX, que marcaron la formación de muchos músicos andinos. En esos grupos de bronces ambulantes hay siempre una leve desafinación, como en la música de los Balcanes.

Las comparsas van serpenteando por las calles de Tilcara con un itinerario preciso de “invitaciones” a la casa de diferentes familias que las reciben con bebidas. Y cuando la comparsa llega a la “invitación” ya la espera un grupo con guitarra, batería, bajo y teclado eléctricos, que se adelantan en camionetas.

La bebida de la fiesta –que ancestralmente fue la chicha en América y el vino en Europa– es también una singular mezcla de lo antiguo con lo nuevo, de lo global con lo local. El resultado es el saratoga, que se prepara en grandes ollas con vino blanco, rodajas de naranja y limón y un variado etcétera de gaseosas y jugos. También se sirve bastante chicha de maíz fermentado y a veces de maní. Muchos miembros de las comparsas van con su vaso de plástico atado al cuello, para ir tomando en cada invitación. “–¿Sabés cómo le dicen a él? –¿Cómo? –Vampiro sin ala. Porque en Carnaval siempre sale corriendo a chupar.”

El baile ritual de los diablos alrededor de una apacheta para desenterrar al Pujllay.

EL ENTIERRO El domingo de Carnaval, después de ocho días de bailar, tomar y comer a destajo, la fiesta concluye con el entierro del diablo. Cada comparsa se dirige a su mojón en la falda de los cerros al compás del carnavalito, con el Pujllay colgando de un palo. Cuando oscurece, cesa la música y los diablos comienzan a llorar a lágrima suelta porque se les está acabando el tiempo de vida (las lágrimas detrás de las máscaras delatan que no es teatro). El ritual del entierro es exclusivo de los diablos, mientras la gente observa a la distancia. En medio de la oscuridad se enciende una gran fogata junto a la apacheta y el Pujllay es enterrado. En ciertos casos al diablito lo cargan de explosivos y estalla por los aires.

Un gran estruendo es la señal de que el Carnaval ha llegado a su fin. Se tapa con tierra el hoyo a través del cual el Pujllay regresa al centro de la tierra y los diablos se quitan las máscaras sacudiéndose el talco y el papel picado, ya que no deben quedar restos del Carnaval en el cuerpo. Entonces dan vueltas alrededor del fuego tomados de la mano, mientras lanzan a la hoguera los trajes más viejos para que ardan con la imagen del Pujllay. Junto con el diablito desaparece la ilusión de la felicidad absoluta. Algunos se arrodillan llorando, abatidos por la congoja y el cansancio, luego de unos días felices en los que nadie trabajó ni se privó de casi nada de lo que le gustaría disfrutar durante todo el año.

Fueron ocho días en los que el tiempo estuvo como detenido. En muchos casos las sabias comadres de Tilcara fueron a buscar a aquellos que estaban peleados y en plena fiesta los hicieron tomarse de la mano y bailar. El Carnaval de Tilcara es como una gran limpieza colectiva del alma, como un reseteo simbólico después del cual todo vuelve a empezar, tal como ocurría en los tiempos prehispánicos para la misma fecha, cuando luego de las cosechas se hacía la gran Fiesta de la Abundancia. Para la ocasión se repartían los alimentos y comenzaba otra vez el ciclo agrario, alrededor del cual giraba una gran cosmovisión cuyo eje era la Madre Tierra, la Pachamama, la misma a la que todavía se le da de comer a través de un hoyo en la fiesta del Carnaval, por donde también se va ese diablito libertino de origen europeo y medieval.

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El agotamiento por el baile y la chicha obligan a un alto en la fiesta tilcareña.
 
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