turismo

Domingo, 12 de enero de 2014

FRANCIA. MARSELLA, REBELDE Y MEDITERRáNEA

Pasión marsellesa

La ciudad más antigua de Francia invita a sumergirse en la cultura provenzal, gozando de su gastronomía y conociendo una intensa historia que se remonta a los tiempos del dominio griego y romano sobre el Mediterráneo.

 Por Ignacio López

Amanece en Marsella, la ciudad más importante del sur de Francia, y los primeros rayos del sol son testigos del intenso ritmo con que los marselleses toman la costanera y el Puerto Viejo. Lo que fuera el centro de la actividad marítima de la ciudad hoy concentra embarcaciones menores ubicadas en una bahía rectangular rodeada de torreones, dos emblemáticas fortalezas cerrando la entrada y docenas de bistrós con terrazas al Mediterráneo, para tentar con una amplia carta de platos regionales y marítimos (sobre todo la emblemática boullabaisse, una densa sopa de pescado que se presenta en la mesa en una pequeña marmita).

El antiguo muelle es también lugar donde cada mañana se instala un bullicioso mercado de pescados, mariscos, frutas y verduras. Perfecto para tener una idea de la cosmopolita sociedad marsellesa: árabes con túnicas, africanos hablando sus dialectos, orquestas de gitanos y franceses ofreciendo sus productos dan cuenta de un armónico caos. Todo ello combinado con el glamour de multimillonarios arriba de lanchas y yates, junto a turistas de todo el mundo deleitándose con esta extraña mezcla.

Para ellos, varios ferries invitan a navegar por la bahía, en paseos de distinta duración, comenzando en apenas media hora: pero si se elige una opción un poco más larga, se puede pasar frente a las islas-fortalezas de Frioul, Pomegues e If, tal vez la más famosa de todas, porque allí se levanta el castillo que fue la tenebrosa prisión de Edmond Dantés en la novela de Alexandre Dumas El Conde de Montecristo.

BAÑO CULTURAL El Puerto Viejo marsellés se muestra como el principal centro de la actividad turística, pero está lejos de ser el único. Desde aquí, cómodos trencitos salen a realizar circuitos por las calles de la ciudad, adentrándose por La Canebière, la avenida principal, que luce el añejo esplendor de sus antiguos edificios ocres, el paso cansino de sus tranvías y muchos de los negocios tradicionales negocios. Si se busca algo típico, no hay que dejar de conocer los jabones artesanales de Marsella, famosos por su elaboración en base a distintos aceites vegetales. Sobran los locales donde conseguirlos, pero si además de comprarlos se quiere conocer el proceso de elaboración, hay que visitar La Licorne o La Compagnie de Provence.

La Canebière también luce con orgullo refinados palacios, como la Bolsa de Comercio creada por Napoleón III hace 150 años. Quien quiera conocer algo más sobre el segundo emperador de Francia debe saber que se mandó construir una casita arriba de la bahía de Marsella: es el Palacio del Faro, desde donde nace una panorámica estratégica de la ciudad. Allí se instaló, hasta el mes de octubre, una exposición de Bernar Venet que quiebra el clasicismo del castillo y sus jardines con enormes esculturas abstractas de acero.

Mientras tanto, a medida que se recorren las calles de la ciudad, surgen en cada esquina catedrales e iglesias centenarias. Una de ellas es la Abadía de San Víctor, que comenzó a construirse el año 380 y donde hoy se pueden contemplar las distintas fases arquitectónicas que fueron moldeando una de las capillas católicas más antiguas de Europa.

Por su parte, el barrio Le Panier es el más antiguo de la ciudad, con cientos de años de existencia. Se ubica encima de una serie de lomas, sobre las cuales despliega laberínticas callecitas jalonadas de coloridas casas, iglesias convertidas en museos o cafés, tiendas boutique, plazas con maceteros gigantes y miradores al Mediterráneo.

El Chateau d’If, prisión del Conde de Montecristo en la novela de Alejandro Dumas.

CARACTER MARSELLES La ubicación estratégica de Marsella la hizo desde siempre un bocado tentador para los conquistadores del Mediterráneo: no es raro entonces que la ciudad haya crecido a la sombra de dos emblemáticas fortalezas, las de Saint Jean y Saint-Nicolas. Sin embargo, lo curioso es que sólo una de ellas protegía a la urbe de las invasiones, mientras la otra controlaba los agitados movimientos sociales y revoluciones que el pueblo marsellés planeaba y efectuaba sistemáticamente contra sus autoridades durante el feudalismo y hasta principios del siglo XIX. Durante todo ese largo tiempo, nadie hubiera apostado a que Marsella sería algún día la mayor representante de la cultura europea: quien quisiera arte que fuera a París, su acérrima enemiga, porque si París es cultura, Marsella es pasión. Y si la capital se ha destacado toda su historia por su educación cívica, el principal puerto francés –fundado por griegos alrededor del año 600 a. C.– lo hizo por el alto mestizaje y la fuerte personalidad de sus 900.000 habitantes, en permanente contacto con las vecinas ex colonias francesas de Africa.

Su vivir históricamente agitado, con un fuerte vínculo hacia el Mediterráneo, la han formado más como una ciudad italiana, española, griega o incluso árabe, que como una refinada localidad francesa. Sin embargo, en las últimas dos décadas Marsella se ha domesticado y desarrolló un fuerte programa de restauración urbana, así su convulsionada historia pasó a ser parte del turismo, sumando a sus bondades patrimoniales su gastronomía, sus innumerables playas y una intensa movida cultural.

OCIO MEDITERRANEO Los paisajes de la vieja Massilia romana también tienen algo que aportar al arte y, por cierto, al ocio. Especialmente sus 21 playas de arenas blancas, un orgullo local, en algunos casos fácilmente accesibles mediante el metro. Otros balnearios se ubican por los alrededores: sobre todo las Calanques, una reserva ecológica de 20 kilómetros repleta de fiordos que esconden pequeñas playas nudistas perfectas para relajarse, bucear o practicar montañismo en los blancos macizos circundantes.

De vuelta en la ciudad, con el sol bajando en el Mediterráneo, la mejor alternativa es subir a Notre Dame de la Garde. La bizantina catedral de Marsella, ubicada arriba de una colina, a 154 metros sobre el nivel mar, es el punto más elevado y aparece como el lugar perfecto para contemplar el atardecer rojizo que la tiñe de punta a punta.

La noche trae la bohemia. Otro capítulo en la historia de este puerto. El movimiento de barcos es reemplazado por el sonido y las luces de bares y centros nocturnos que mantienen el ritmo latente de una ciudad que parece no dormir, quizás acostumbrada a la amenaza de una nueva invasión, aunque esta vez sean sólo turistas quienes se lanzan inofensivamente a la toma de la ciudadz

Informe: Julián Varsavsky.

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Vista de Marsella desde el mar, coronada por la Catedral y visitada por embarcaciones.
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