turismo

Domingo, 6 de abril de 2014

PANAMá. VISITA AL CARIBE

Las bocas del paraíso

Playas de arena fina y aguas cristalinas; delfines y osos perezosos; surf, coral surf y excursiones a cayos desiertos; usos y costumbres del pueblo kuna. Crónica de un viaje a San Blas y Bocas del Toro, las mejores costas del Caribe panameño.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

Un grupo de mujeres corta bananas, yuca y zapallo en la puerta de una choza, a la sombra, sobre una calle de tierra en Carti Sugdup, una pequeña isla densamente habitada del archipiélago de San Blas. Están preparando el almuerzo, hablan alto y a los gritos, parecen pelear, pero en realidad es el tono que utilizan para comunicarse en dulegaya, el idioma de la tribu kuna. Cuando se percatan de la presencia extranjera, y sobre todo de que el intruso acaba de disparar una, dos, tres fotos, ocultan el rostro detrás de los pañuelos que usan para cubrir su cabellera, se dan vuelta, parecen maldecir. Alguna pide un dólar: “Uno para cada una”, aclara señalando a sus compañeras, clavando la mirada en el fotógrafo. Una vez que el extranjero se va, lo miran con recelo, y siguen adelante con la faena.

Quince años atrás, el Caribe panameño era una incógnita para el viajero. Los kuna vivían de la pesca, sus cultivos y cocoteros en San Blas, hasta donde unos pocos llegaban, cuando la ruta desde la Ciudad de Panamá –hoy en día a dos horas de auto– era un barrial imposible. Lo mismo sucedía en Bocas del Toro, cerca de la frontera con Costa Rica, donde los nativos ngobe y los descendientes de los afroantillanos que vinieron a trabajar en los cultivos de bananas no sabían del turismo, y también subsistían de lo que tierra y mar proveyera.

Los albores del nuevo siglo trajeron vientos de cambio hacia estos islotes indómitos, otrora ignotos, que trascendieron de boca en boca. Ahora, viajar hasta ambos destinos es muy simple, ya sea por tierra, en avión o embarcado.

El Caribe panameño es un sinfín de islas que emergen del Atlántico, donde brota un enjambre de manglares y surgen playas semidesiertas. Donde viven osos perezosos, monos variopintos y delfines. Donde los indígenas preservan sus tradiciones. Bocas del Toro y San Blas combinan el más perfecto lugar común del Caribe –aguas cristalinas, arena fina, clima tropical, palmeras, corales, peces de colores– con un componente cultural que se preserva a pesar del turismo en alza.

Mujeres kuna de la isla Anzuelo, con sus pañuelos y faldas de vivos colores tradicionales.

KUNA YALA El archipiélago de San Blas, dicen, tiene tantas islas como días del año. Este es el hogar del pueblo kuna, donde viven 49 comunidades de esta etnia que también se encuentra en Colombia. Sin embargo, no siempre vivieron por aquí. “Los kunas son de tierra firme. Pero alrededor del 1800 comenzaron a llegar a las islas”, explica Gilberto Alemancia, guía de la Autoridad de Turismo de Panamá. ‘Kuna’ significa persona, y ‘yala’ montaña o territorio.”

Gilberto nació en Carti Sugdup (isla Cangrejo), una de las islas pobladas de la Comarca Kuna Yala, creada en 1938 y reconocida como autónoma desde 1953, cuando se estableció el Congreso General Kuna (CGK) como autoridad política y administrativa. Aquí viven unas 900 personas, tienen hospital, escuela primaria y secundaria, energía eléctrica de un generador propio que se enciende entre las 17.30 y las 23.00, y paneles solares. También televisión satelital, señal de celular e Internet en la escuela.

Gilberto vive y trabaja en Panamá y me invitó a pasar unos días en el hogar de su madre, Cristina. El terreno de su familia desemboca en el mar, y tiene cuatro construcciones de caña, madera y techo de paja, donde duermen en hamacas. Es una agradable noche de luna llena y corre una brisa que apacigua el tremendo sol que impera en estas latitudes. Acabo de terminar un plato de tulemasi –pescado con zapallo, banana y yuca– que cocinó Cristina, y nos sentamos con Gilberto a charlar de su pueblo, la revolución y sus costumbres. “En 1920 el presidente Belisario Porrás trató de imponer la religión católica, que las mujeres se vistieran occidentalmente, que dejáramos nuestras ceremonias tradicionales, que los pescadores pagaran impuestos. Hasta que en 1925 los líderes se cansaron y el 25 de febrero se alzó la revolución”, relata Gilberto, bajito, fornido, moreno, de ojos rasgados.

Las mujeres visten sus molas, el atuendo tradicional: faldas de colores fuertes con diseños geométricos, un pañuelo rojo en la cabeza, brazaletes o wini que les cubren brazos y piernas, un aro de oro en la nariz y pendientes en las orejas. No les gusta que las fotografíen, y resultan bastante rudas y antipáticas: raras veces devuelven el saludo. La mayoría, sobre todo las ancianas, hablan poco y nada el español. Como Cristina, la madre de Gilberto, quien a contramano de sus coterráneas me recibió respetuosa, y me hospedó gentilmente.

La mola, explica Gilberto, se utiliza por primera vez luego del ritual más importante para las mujeres kuna: la ceremonia de la pubertad. Todas pasan por este rito, aunque luego, y cada vez menos, vayan a vestir a la usanza. “Un grupo de hombres construye una casa de palma dentro de la casa de la familia, donde la muchacha se va quedar el tiempo que le dure el período al cuidado de una anciana. Su madre y otras mujeres la visitan y la bañan alternadamente con agua salada y agua dulce. Finalmente, otras dos mujeres la pintan de negro de la cabeza a los pies, con el pigmento del fruto de la jagua, y así queda por una semana. Es algo muy sagrado y lo hacen para ocultarla de malos espíritus.” Luego la vestirán con la mola, le cortarán el cabello bien corto y le colocarán el aro en la nariz, en un orificio que se le hace al nacer y que se mantiene abierto con un hilito hasta la adolescencia.

Carti Sugdup, una islita del archipiélago de San Blas, y sus pobladoras de la tribu kuna.

ISLAS Y PESCADORES En tierra kuna hay 365 islas rodeadas de un mar verde esmeralda, perfecto para hacer la plancha y curiosear con el snorkel. Las más conocidas son la islas del Perro, Anzuelo, Aguja, Elefante y los Cayos Holandeses. Apenas llegué a casa de Cristina, desensillé y me embarqué con un sobrino de Gilberto y sus amigos hacia Anzuelo, donde almorcé la pesca del día, con yuca y arroz, y nadé el resto de la tarde. La mañana siguiente embarqué junto a Ian, otro de sus sobrinos, rumbo a la isla del Perro, una de las más visitadas, donde hay un barco hundido. Allí conocí a Eduardo, un pescador de langostas que navega por el archipiélago en un antiguo y vetusto cayuco (el bote típico). El hombre, como todos los pescadores nativos, bucea sin tanque de oxígeno, y se sumerge unos diez metros en busca de su presa, que venderá a los dueños de los chiringuitos que cocinan para los turistas. Eduardo tenía cuatro langostas en el bote y estaba apurado por seguir con su trabajo, así que nos despedimos luego de un breve diálogo en el que me enseñó cómo las atrapa con un palo que tiene una especie de lazo. Enseguida se subió a su botecito y remó hasta el otro lado de la isla, donde lo vi sumergirse nuevamente.

Hacia el mediodía partimos rumbo a la isla Anzuelo, previo paso por la “piscina”, una delicia de islote hundido en medio del mar, donde el agua llega a los tobillos y se encuentran varias tortugas marinas. En Anzuelo se veían varios cayucos. Algunos navegando a lo lejos con sus velas extendidas, otros cerca de la costa tirando las redes, con varios pelícanos revoloteando alrededor. En tierra firme, las mujeres tejían sus molas sentadas en una hamaca, e iban de un lado a otro buscando la pesca del día para preparar la comida a los visitantes que llegan cada tanto.

La isla Carenero, en paraje resguardado de Bocas del Toro, el “Caribe de Colón”.

LAS TIERRAS DEL ALMIRANTE Cristóbal Colón llegó a este rincón caribeño en su cuarto y último viaje. Algunas versiones aseguran que divisó un peñasco en la isla de Bastimentos con forma de toro acostado, y de ahí el nombre. Todo remite al conquistador por aquí: Almirante es el pueblo al que se llega por tierra y desde donde salen cada media hora las lanchas hacia la isla Colón, donde se concentra la mayoría de posadas, restaurantes y servicios. Frente a Colón está la isla Carenero: “carenar” significa arreglar una embarcación, justamente porque un “carenero” es un paraje a resguardo del viento y las olas. Enfrente están la isla San Cristóbal, donde vive una comunidad de indígenas ngobes, y Bastimentos, el enclave afroantillano, donde se habla el guari-guari, un dialecto del inglés. En Bastimentos, dicen, se abastecieron las embarcaciones.

Joan Bergstrom fue una de las primeras extranjeras en llegar a Bocas a fines de los ’90, navegando desde su Florida natal. Dice que se enamoró del lugar, de su gente, de su naturaleza indómita, cuando el paraíso bocatorense aún estaba intacto. Y fue así que construyó Casa Acuario, una posada en la apacible Carenero. Una construcción típica caribeña, de madera y balcones con vista al mar. “Me pasé una vida entera buscando este lugar”, dice

Joan. Y detrás de ella, comenzaron a llegar los nuevos colonizadores, extranjeros ávidos de sitios vírgenes donde empezar una nueva vida.

Como Luis Bertone, surfista marplatense que lleva una década por aquí. Cuando llegó, puso una escuela de surf y enseguida conoció a Penny, su encantadora mujer, con quien tiene una hija. Juntos montaron el restaurante Bibi’s on the Beach, uno de los mejores del lugar. “Me quedé en Bocas por el clima, la naturaleza, las olas. Porque había cosas por hacer en desarrollo turístico. Y porque es tranquilo, tal vez demasiado”, cuenta y reflexiona Luis. Los mejores lugares para surfear, según este especialista, son Carenero, Paunch, Bluff, Playa Larga y Playa Primera en Bastimentos. “Considerando que es el Caribe, tiene más de lo que uno espera.”

En Bocas son muchas las playas por recorrer. Para conocer los Cayos Zapatilla, así llamado por el nombre indígena de un fruto endémico, la mejor alternativa es tomar una excursión de día completo. Avistaje de delfines, snorkel, descanso y caminata en los cayos, osos perezosos en los manglares. Un día largo y bien aprovechado.

El coral surfing es una actividad novedosa y con cierta adrenalina. Alejandro Tello, argentino, y su mujer Cloé, francesa, ofrecen surfear los corales. Se trata de ir agarrado a dos aletas que se mueven independientemente y van amarradas a una soga de la lancha, una forma entretenida de conocer el riquísimo fondo marino, sus arrecifes y peces de colores. La actividad se puede combinar con snorkel alrededor de un barco hundido y parada en playa Estrella, un itinerario de día completo. “Organizamos la salida en función de lo que nos piden los pasajeros, los grupos siempre son pequeños”, dice Cloé.

El resto de las playas son muy accesibles por cuenta propia. Las más renombradas son Wizard y Red Frog en Bastimentos; Bluff y Playa Estrella en Colón. A Wizard se llega por un sendero en medio de la jungla de Bastimentos. A mitad de camino está Up in The Hill, donde sirven jugos naturales con frutos de su finca, brownies espectaculares con chocolate de su cosecha propia, y se elaboran productos con aceite de coco. Es el punto ideal para un parate durante la caminata.

Para ir a Red Frog, también en Bastimentos, hay que tomar una lancha y luego caminar un sendero donde, con un poco de suerte, se puede ver la famosa rana roja que le da el nombre. La playa es extensa y con buenas olas, a diferencia de Carenero, que se caracteriza por sus piscinas naturales. Para llegar hasta Bluff, una de las mejores para surfear, hay que tomar un taxi en Colón.

Ya es de noche y desde mi hamaca en Casa Acuario veo las luces de la isla Colón, la estela de luz de las lanchas que van y vienen, el manso Caribe, la luna creciente. “La mayoría de mis amigos son nativos e indios, paso mucho tiempo con ellos –dice Joan, sentada ahora a mi lado–. Aquí podés vivir con lo que cultivás y pescás. Hay pocos lugares en el mundo donde se puede hacer esto. Los que vienen de afuera piensan que les van a enseñar a los de aquí, y son ellos los que tienen mucho que enseñarnos a los de afuera.”

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Piscinas de San Blas, donde el Caribe se convierte en una postal perfecta de agua y arena.
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