turismo

Domingo, 21 de febrero de 2016

CAMBOYA > LOS TEMPLOS DE ANGKOR

El imperio de la jungla

La antigua civilización de los jemer reunió influencias hindúes, budistas e islámicas en el sudeste asiático. Los tiempos de gloria de siglos pasados dieron paso, en tiempos más recientes, a guerras devastadoras: pero las huellas de una historia majestuosa hoy resplandece en los templos cercanos a Siam Rep.

 Por Daniel Wizenberg

Fotos de Andrea Gaetano

“Es más grandiosa que Grecia o Roma”, dijo Henri Mohout cuando encontró la ciudad perdida. Quizá porque no está lo suficientemente difundida, quizá porque la selva como contexto sube el tono vívido del primer reflejo, lo cierto es que -a diferencia de lo que sucede cuando se visitan otras maravillas antiguas como el Coliseo romano o el Partenón griego- cuando se llega al Angkor camboyano la sensación es la del descubrimiento. Y de algo grande.

A pesar de un sol que no se caracteriza por la clemencia, la primera impresión difícilmente sea negativa y posiblemente se parezca a la que tuvo el explorador francés en 1858 cuando vio entre la maleza, en el noroeste de Camboya, las ruinas de la ciudadela que hace 900 años supo tener más de mil kilómetros cuadrados. Aún hoy es cuatro veces más grande que la Ciudad del Vaticano.

Dos monjes meditan en el templo de Angkor Wat, cerca de donde se situaban el centro de la ciudad y del mundo.

DE LEJOS, DE CERCA Si se llega por aire, el aeropuerto de Siam Rep (la ciudad a cinco kilómetros de los templos) da la primera sorpresa: huele a nuevo, brilla, está equipado con decenas de pantallas planas y el aire acondicionado parece nunca animarse a superar la barrera de los 17 grados. Al salir, la humedad se presenta dispuesta a acompañar durante toda la estadía. Los tuc-tuc esperan y ofrecen traslado: son unas carretas con capacidad para seis personas impulsadas por una moto cuyo motor, en general, no tiene más de 100 centímetros cúbicos. No es extraño ver bajar de uno de ellos a tres morrudos alemanes con tres grandes maletas, regateando el precio de barato a muy barato.

A la distancia, Camboya es el típico país que uno imagina permanentemente en guerra, difícil de visitar y hasta de ingresar. Durante más de una década, en los 70, Angkor fue testigo de los tiros y las bombas de la guerra civil. Los Jemeres rojos, la facción comunista en el conflicto, utilizaron los templos como escenografía del genocidio en el que el 30 por ciento de la población camboyana fue asesinada. Hoy, ya sin guerras, el país vive en gran medida del turismo masivo de Angkor: le reporta más divisas que la exportación de arroz. Camboya intenta revertir una dura historia, en la que hay lugar para invasiones externas, guerras civiles y redes de contrabando (todavía activas). Pero alguna vez fue un imperio, entre los siglos IX y XIII.

Inserto en la ruta comercial India-China, el Imperio Jemer recibió influencias culturales hindúes, budistas e islámicas que todavía hoy se notan en los rostros de los camboyanos. Sus emperadores se propusieron buscar legitimidad en el pueblo construyendo templos majestuosos, pero entre finales del siglo XIII y principios del XX todo quedó abandonado.

El esfuerzo de Camboya para revertir su imagen se nota desde el minuto cero. La visa para ingresar (que tienen que pedir todos los ciudadanos del mundo) se puede tramitar por Internet y pagar con tarjeta de crédito; llega por e-mail en tres días. Nada de esto era así hace poco: apenas tres décadas atrás la infraestructura era nula. Luego de la declaración como Patrimonio Cultural de la Unesco (1992) y el reconocimiento como una de las maravillas del mundo antiguo, la cantidad de visitas comenzó a crecer y Siam Rep se desarrolló de manera directamente proporcional. Hoy cuenta con más de 1500 hoteles y desde Bangkok, la capital de Tailandia, se llega con un ómnibus que va directo, sólo parando en la frontera para los trámites migratorios. En la crónica de viaje El caballero del salón, de William Samseret, se puede leer uno de los aspectos que contribuyeron durante el siglo XX a que la visita de Angkor fuera un acontecimiento de especial importancia: la inmensa dificultad que entrañaba el solo llegar hasta allí. Samseret había necesitado dos barcos a vapor por los ríos internos, un tren y un vehículo que bordeó los lagos para finalmente encontrar su destino.

Las 54 altas torres de Angkor Thom tienen talladas el rostro sonriente de Buda en las cuatro caras.

SIMBOLO Y LEYENDA Las cinco torres del palacio se distinguen desde lejos: tienen la forma de lotos floreciendo y pertenecen al templo principal, Angkor Wat. Las antecede un lago artificial que bordea la entrada y que alguna vez albergó cocodrilos y serpientes. Construido en sus inicios para estabilizar los cimientos del templo al controlar el nivel del agua subterránea, pasa por debajo de un puente que une, según se cree, la Tierra con el Cielo. Ahora se levanta en sus orillas un mercado plagado de puestos de venta de bebidas, souvenirs y hasta cargadores de celular. Uno nunca sabe qué puede necesitar en el cielo. Las torres también se ven en la bandera oficial del país, la única del mundo con un edificio como emblema. Ningún camboyano de a pie puede explicar por qué las torres son cinco, pero en la bandera hay sólo tres. Cada guía tiene su propia versión, y algunos llegan a sostener que se debe a una mera cuestión de perspectiva: “De frente se ven tres, para ver cinco hay que ponerse a 45 grados”.

Para contar el origen de Angkor Wat también hay leyendas encontradas. Un conductor de tuc-tuc cualquiera, por ejemplo, puede decir que Survayaman II -el rey que mandó construir el templo principal en honor al dios hindú Vishná- largó a correr un buey en la jungla con la premisa de que donde se tumbase iba a instaurar el centro no sólo de la ciudad, sino del mundo. Hoy, interminables filas de contingentes de chinos, rusos y muchas otras nacionalidades apoyan su smartphone en la marca que señala aquel supuesto punto de descanso del buey, programando una selfie con el techo de piedra de fondo. En esas piedras, de nueve toneladas cada una, se pueden ver los agujeros realizados para que pasara el bambú que las sujetaba en el lomo de los elefantes, con el fin de transportarlas varios kilómetros desde las canteras situadas en los cordones montañosos más cercanos.

El momento en el que los turistas llegan masivamente es el amanecer (si se busca tranquilidad se recomienda fervientemente ir más tarde) en busca de la foto típica: febo asomando y el contorno del templo a contraluz duplicando la fachada de manera invertida en el reflejo que devuelve una laguna artificial. A veces también forman parte de la foto pequeños monos que salen de la jungla temprano para buscar alimento entre las viandas de los turistas. Son animales sagrados y en el interior del templo aparecen tallados por doquier: en la filosofía jemer tenían la función de proteger a las mujeres para que no las raptara el demonio. Las mujeres desempeñaban de hecho un papel importante en la vida de los reyes del imperio; por ello en el interior del templo hay cuatro piscinas en las que, en el apogeo imperial, 500 concubinas del monarca vivían a la espera del baño real.

Además de Angkor Wat, la ciudad perdida ofrece la posibilidad de conocer muchas otras ruinas. Angkor Thom se extiende sobre nueve kilómetros cuadrados y sus 54 altas torres tienen talladas el rostro sonriente de Buda en las cuatro caras. Se puede subir a la zona superior pero antes es conveniente observar los escalones angostos e irregulares, que luego hacen de la bajada una empresa riesgosa. La Terraza de los Elefantes es otra de las ruinas: allí es donde los reyes llevaban a sus concubinas a celebrar cada vez que ganaban una batalla. Actualmente es el lugar donde se ofrece un trekking por los templos y la jungla a bordo de domesticados elefantes.

Después del templo principal, las ruinas de Ta Phrom son las preferidas de los turistas. Es el menos restaurado de los templos, usado en el año 1200 por los budistas como universidad. La manera en la que la naturaleza invadió las ruinas, y cómo a su vez estas resistieron los embates, es asombrosa: árboles de 30 metros de alto y con raíces de varios siglos crecieron sobre los techos de los edificios, pero la mayoría resistieron. Lolei, otro de los templos, cuenta con un monasterio de monjes budistas, muy interesante dado que transforma las ruinas en un santuario activo. Y la lista sigue, porque hay decenas más de edificaciones sagradas ofreciendo lo que Angkor es en esencia: historia y leyendas.

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La entrada de la Terraza de los Elefantes, donde los reyes celebran con sus concubinas.
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