turismo

Domingo, 11 de septiembre de 2016

ESTADOS UNIDOS > MEMORIAL DEL 11 DE SEPTIEMBRE EN NUEVA YORK

Quince años después

Una nueva torre que refleja el cielo neoyorquino, dos enormes piscinas con las cascadas artificiales más grandes de Estados Unidos y un museo estremecedor son parte de la experiencia al visitar –una década y media después de los atentados de 2001– el museo que recuerda la tragedia ocurrida en el sur de Manhattan.

 Por Graciela Cutuli

Fotos de Graciela Cutuli

El Lower Manhattan, la punta sur de la isla donde brota esa selva de rascacielos que hace inconfundible la silueta de Nueva York, todavía está en obra. Aún hay grúas, calles semicortadas y desvíos que ponen al descubierto heridas sin cicatrizar de los atentados del 11 de septiembre de 2001. El proceso de curación es largo y está jalonado de toda clase de controversias: pero la superficie facetada y espejada del One World Trade Center ya está allí como nuevo icono de una ciudad que no duda en renacer de sus cenizas. Quince años después de esa mañana en que el mundo asistió con estupor al derrumbe de las Torres Gemelas, símbolo del corazón financiero mundial y del pulso siempre frenético de Nueva York, lo que hay es un nuevo rascacielos, dos gigantescos cuadrados al aire libre donde el agua se vierte hacia la nada y un museo que pone la piel de gallina. Todo el que tenga edad suficiente asocia el 11 de septiembre con algún instante preciso de su vida, ese momento de un martes que debía ser anónimo, un día cualquiera en el calendario, y que terminó pasando a la historia. Pero la visita al Memorial convierte aquella mañana en una suerte de película en cámara lenta, reconstruyendo instante tras instante los momentos del ataque, las vidas y las muertes de las personas involucradas, los restos tangibles de la destrucción. No se puede no pensar en que desde entonces muchos otros nombres se sumaron a la lista de víctimas desencadenadas por el terror y la guerra en todo el mundo, y en que no hay víctimas mejores ni peores, más o menos importantes: pero estar en los cimientos mismos de las desaparecidas Torres Gemelas implica una cercanía que inexorablemente estremece.

Dos grandes piscinas evocan el sitio de las antiguas Torres Gemelas, con una caída de agua y los nombres de las víctimas.

CASCADA SIN FIN Toda la zona financiera de Manhattan es un torbellino hasta el atardecer. Calles estrechas, mucha gente y mucho apuro, una fórmula que no cambió ni antes ni después del 11 de septiembre. ¿Cómo crear entonces un lugar de reflexión y conmemoración? El debate fue arduo y se zanjó con dos grandes fuentes –dos grandes cráteres de granito– que ocupan el lugar donde estaban los cimientos de las Torres Norte y Sur del World Trade Center: las caídas de agua que ocupan todo el perímetro de ambas son las mayores cascadas artificiales de Norteamérica y crean una superficie reflectante que a su vez lleva el agua hacia una suerte de gran vacío central. Las cascadas son un símbolo, una suerte de encarnación de la gravedad, la fuerza de la naturaleza a la que deben someterse todos los seres animados o inanimados.

Y en el bronce circundante están grabados los nombres de todos los que murieron el 11 de septiembre, en Nueva York, en Washington, en Pennsylvania y en los aviones secuestrados. A ellos se suman los nombres de las seis víctimas de otro atentado cometido en 1993 en el World Trade Center. Inicialmente pensados para ser dispuestos aleatoriamente, en 2006 se llegó a un consenso para ubicarlos a partir de un algoritmo que rastreó las “adyacencias significativas”: así se pueden leer juntos los nombres de familiares, amigos, colegas; los de quienes azarosamente viajaban juntos o tuvieron ese día una inesperada conexión. Se recuerda también a los niños no nacidos, víctimas junto con las mujeres embarazadas. Y al joven paquistaní Mohammad Salman Hamdani, inicialmente desaparecido e investigado por una presunta conexión con los atacantes, pero que resultó ser uno de los primeros en responder al pedido de auxilio desde las torres, donde encontró la muerte. Si bien fue incluido y homenajeado públicamente, está apartado del resto y su familia aún lucha para que sea reconocido entre los first responders, los primeros en acudir al lugar de la tragedia.

Dentro del museo, una foto muestra el skyline de Nueva York minutos antes de los atentados

EL MEMORIAL Es absolutamente imprescindible no quedarse sólo con la parte exterior del memorial, donde se encuentra también el Arbol Sobreviviente, un ejemplar que fue recuperado y removido de los escombros después del derrumbe de las torres. Adentro, el museo dedicado al 11 de septiembre es a la vez abarcativo, detallado y muy emotivo, pero logra eludir la morbosidad.

El permanente juego de luces y sombras evoca con sutileza a las víctimas y los supervivientes, entre numerosos recuerdos tangibles e intangibles de aquel día dispuestos en las distintas áreas de un gran espacio subterráneo donde hay lugar no sólo para los ataques, sino para la Nueva York de antes y después del 11 de septiembre. Desde afuera no se percibe la verdadera dimensión del memorial: sólo recorriéndolo se puede tener una idea de la extensión de las superficie y su profundidad. Y la gente acompaña el clima conmemorativo eligiendo sobre todo el silencio, porque frente a la mayor parte de las escenas y videos sobran las palabras.

A lo largo del recorrido son muchas las imágenes famosas que dieron la vuelta al mundo: la gente mirando atónita la columna de humo que se elevaba de las torres; personas aterrizadas huyendo por las calles del Lower Manhattan; el retrato de la Dust Lady, una mujer íntegramente cubierta de polvo y desechos mientras intentaba escapar de la zona aledaña a la Torre Norte; el incendio que dividió en dos las torres y marcó la diferencia entre la vida y la muerte; las primeras planas de los diarios con sus titulares catástrofe y sus fotos estremecedoras. A ellas se suman los videos de las emisiones televisivas que interrumpieron sus transmisiones en vivo para reaccionar con incredulidad a lo que estaba ocurriendo, las palabras de los sobrevivientes y numerosos testimonios gráficos y materiales del resto de los ataques que se produjeron el 11 de septiembre.

Allí está la llamada Last Column, la última columna que se retiró después de la limpieza de Ground Zero, una impresionante mole de 58 toneladas de acero que formaba parte del sustento de la Torre Sur. Al lado está el Bathtube, como se conoce al muro de contención subterráneo destinado a frenar la humedad procedente del río Hudson, que bordea Manhattan, y un poco más adelante la Survivors Staircase, una escalera que quedó milagrosamente en pie y permitió que cientos de personas pudieran escapar del 5 World Trade Center, un edificio de nueve pisos que se encontraba junto a las torres.

El mural con la cita de Virgilio: “No day shall erase you from the memory of time”, “ningún día los borrará de la memoria del tiempo”.

EL TRIBUTO La escalinata paralela por donde circulan los visitantes desemboca en un espacio dominado por un enorme mural en varios tonos de azul: los azules que, en el recuerdo de cada uno, tenía el cielo de Nueva York aquel 11 de septiembre de 2001. Una frase de Virgilio resume el homenaje: No day shall erase you from the memory of time, “ningún día los borrará de la memoria del tiempo”. Es la traducción al inglés de nulla dies umquam memori vos eximet aevo, un verso de La Eneida, que en principio remite al recuerdo de las víctimas, pero tampoco estuvo exento de cuestionamientos: en el texto original, efectivamente, es alusivo a los agresores y no a los agredidos. Sin embargo, la controversia queda atrás cuando se sabe que esta pared divide el área accesible al público del lugar donde se encuentran todavía miles de restos humanos sin identificar.

Otro objeto impresionante expuesto en el lugar es el enorme fragmento de la antena televisiva que remataba la Torre Norte, que tan pequeña se veía a lo lejos y tan impactante resulta de cerca, como una suerte de nave espacial destruida y desorientada, hecha para mirar al cielo y ahora hundida en la tierra. Unos pasos más adelante, un camión de bomberos destruido, con la inscripción Ladder Company 3, permanece como recuerdo de los socorristas que también perecieron en Manhattan ese día: las 11 personas que iban a bordo murieron cuando intentaban llegar a la Torre Norte para llegar al incendio del piso 75, y el edificio terminó derrumbado sobre sí mismo como si en lugar de un mole de acero hubiera sido un castillo de naipes. A la misma torre pertenecía el Tridente, una estructura de acero –ahora oxidado– que funcionaba como soporte de la fachada, y que está en el comienzo del recorrido. Y estos son sólo los objetos más grandes, ineludibles: porque listarlo todo sería imposible; cada objeto incluido en la exposición, por pequeño que sea, tiene su historia y un valor testimonial único.

Además, a partir de mañana 12 de septiembre, en ocasión del decimoquinto aniversario de los atentados se podrá visitar una exposición temporaria especial: Rendering the Unthinkable: Artists Respond to 9/11, una serie de obras de arte de 13 artistas y sus reacciones a los ataques. Entre ellos están el popular Blue Man Group y Gustavo Bonevardi, hijo del artista argentino Marcelo Bonevardi, y uno de los creadores de Tribute in Light, la doble columna de luz que cada 11 de septiembre evoca la desaparecida presencia de las Torres Gemelas.

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La silueta espejada del One World Trade Center pone una nueva marca inconfundible en el Lower Manhattan.
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