Sábado, 30 de abril de 2005 | Hoy
URUGUAY > COLONIA DEL SACRAMENTO
Colonia es un pasaje a los tiempos de antaño. A los pocos minutos de partir hacia la costa uruguaya desde Buenos Aires, la bulliciosa capital argentina ya parece un espejismo frente al oasis que brinda esta antigua colonia portuguesa a orillas del ancho río color león.
Las casas bajas y las avenidas anchas, arboladas, desembocan en un corazón histórico donde el tiempo parece suspendido desde hace siglos. En Colonia no hace falta ningún ejercicio de la imaginación para representarse cómo era esta ciudad en los tiempos en que se la tironeaban portugueses y españoles, ya que su ubicación en la desembocadura del Río de la Plata la convertía en un lugar ideal para controlar sus colonias respectivas. En verdad, no hay que imaginar sino ver, evocando versos que fueron escritos para otro lugar: “Todo está como era entonces: la casa, la calle, el río, los árboles con sus hojas, y las ramas, con sus nidos”. Pero esta inmovilidad encantadora, uno de los grandes atractivos de Colonia para los porteños en busca de descanso verdadero, es sólo aparente. En los últimos años el desarrollo turístico e inmobiliario no ha dejado de aumentar: la construcción de nuevos hoteles de categoría y la continua afluencia de barcos con turistas –muchos argentinos, cercanía obliga, pero también numerosos extranjeros deseosos de conocer en el día o en un fin de semana este Patrimonio Histórico de la Humanidad– dan cuenta de su creciente atractivo. Es que Colonia, como se puede decir de pocos lugares, “tiene intimidad”.
A diferencia de Buenos Aires, que tradicionalmente eligió darle la espalda o cercar su costa con edificios, Colonia está volcada al río. Esta parte del Río de la Plata no es fácil para los navegantes, ya que tiene sus trampas en forma de islas, rocas y arrecifes que obligan a ser buen conocedor para salir airoso. Pero ya con un pie en la playa, al río no hay más que disfrutarlo: las playas extensas y tranquilas son uno de los más lindos paseos de Colonia, y no sólo en verano. Los buceadores también disfrutan en Colonia de las transparentes aguas del Balneario Ferrando, sobre dos antiguas canteras de piedra, hoy convertidas en un lugar ideal para sumergirse con equipos.
Decía Darwin, en una de sus descripciones de viajes, que Colonia “está edificada, como Montevideo, encima de un promontorio pedregoso; es plaza fuerte, pero la ciudad y las fortificaciones han sufrido mucho durante la guerra con el Brasil. Esta ciudad es muy antigua; y la irregularidad de las calles, así como los bosquecillos de naranjos y de duraznos que la rodean, le dan un aspecto muy bonito”.
Colonia está dominada por el Faro, que junto a las ruinas del Convento San Francisco son postales tan significativas de esta ciudad como la de su Iglesia Matriz, la más antigua de Uruguay. El Convento, que se supone levantado entre fines del siglo XVII y principios del XVIII, también es una de las construcciones más antiguas de Colonia. La Iglesia, por su parte, data de 1680 y pasó de ser un pequeño rancho a convertirse en una bella edificación con campanario central, gracias a sucesivas reconstrucciones (Colonia cambió de manos tantas veces que esa huella histórica está presente también en sus principales edificios).
Colonia es ideal para recorrer a pie, aunque también se alquilan bicicletas, autos antiguos –es muy común verlos estacionados, como en una postal de otros tiempos, a la vera de casas antiquísimas– y pequeños vehículos eléctricos a los que se les permite la entrada en el centro histórico. Basta un paseo corto para darse cuenta de que, gracias a su origen portugués, Colonia es distinta de cualquier otra ciudad colonial que se encuentre de este lado del Río de la Plata: la disposición es la de una ciudadela o plaza fuerte defensiva, rodeada por agua en tres de sus lados, y provista de murallas, foso, puentes (fijo y levadizo) y puerta. Señal de otros tiempos: la fundación data de 1680.
El paseo más atractivo es andar sin rumbo fijo, ya que Colonia es lo suficientemente pequeña como para que siempre se vuelva al mismo lugar. Uno de los recorridos puede empezar en la Puerta de la Ciudadela, frente a la Plaza de 1811. Cerca de allí, la Calle de los Suspiros, señalizada como otras del centro histórico con azulejos de estilo portugués, es una de lasmás emblemáticas: junto al empedrado desparejo se levantan casitas bajas, construidas a principios del siglo XVIII, tenuemente iluminadas por faroles que al atardecer crean una atmósfera verdaderamente mágica, desplegando su luz quebradiza por paredes de piedra y techos de tejas enlazados de santa rita.
Varias de las casas antiguas fueron convertidas en museo (Museo Portugués, Museo Municipal, Museo Indígena, Museo del Azulejo, Museo Español). Si se visitan en su totalidad darán un panorama más rico y completo de la historia local. En la esquina de las calles Del Comercio y Las Misiones se encuentra un conjunto de muros y arcos de piedra que se conocen como la Casa del Virrey (aunque Colonia nunca tuvo ese rango de gobernante). Y el Museo Municipal al que está unida se conoce como Casa del Almirante Brown, posesión que en verdad tampoco existió.
En las afueras de la ciudad, hay que conocer la Plaza de Toros del Real de San Carlos. Aunque se inauguró en enero de 1910, sólo se realizaron ocho corridas antes de que esta práctica fuera prohibida, en 1912, por el gobierno de Batlle y Ordóñez. La Plaza de Toros había sido construida, junto a un frontón de pelota vasca, un muelle y un hotel, por el empresario argentino Nicolás Mihanovich. Hoy, en espera de recuperar el pasado esplendor, es un hito más en la historia de Colonia. En lo que fue el hotel, recientemente empezó a funcionar la Universidad del Cono Sur.
De paso por Colonia, vale la pena tomarse un tiempo para visitar la zona de playas al este del casco urbano. Allí se desarrolló un bosque de especies exóticas con más de 150 variedades, entre ellas arces japoneses, eucaliptos, robles y alcornoques, además de áreas con especies nativas como los ceibos. El bosque fue obra del argentino Aarón de Anchorena, que legó su propiedad al Estado uruguayo para fundar este Parque que hoy lleva su nombre, y que abarca unas 250 hectáreas de parque forestal y 300 de bosques nativos. Anchorena también introdujo en Uruguay el ciervo axis, una elegante raza que todavía se divisa en los recorridos por el parque. Mucho más rica aún es la presencia de fauna autóctona, con los cisnes de cuello negro, colibríes, cardenales, patos, carpinchos y nutrias que pueblan típicamente esta zona del litoral.
El fundador del Parque quiso recordar la primera fundación española en el Río de la Plata construyendo una Torre Conmemorativa, cuya cúpula se levanta a 75 metros sobre el nivel del mar: desde allí la vista se extiende sin obstáculos sobre Colonia, sus alrededores y hasta la cercana Buenos Aires. Varios objetos antiguos fueron encontrados durante las excavaciones para construir la Torre, y hoy se exhiben en un pequeño museo vecino. Una vez más, en Colonia se dan la mano historia y naturaleza, una como si no hubiera pasado el tiempo, la otra como si no hubiera pasado el hombre. Rara virtud a orillas del Río de la Plata.
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