turismo

Lunes, 27 de mayo de 2002

JAPON TRADICIóN Y MODERNISMO EN EL CELESTE IMPERIO

El país del Mundial naciente

Sin duda, Japón fue siempre demasiado lejano, demasiado caro y demasiado desconcertante como para ser un destino popular de turismo entre los latinoamericanos. Un evento como el Mundial de Fútbol es, entonces, la mejor ocasión para descubrirlo y conocer algunas de sus milenarias tradiciones de la mano de la pasión deportiva.

Por Graciela Cutuli

Visto desde la distancia de un hemisferio, y del otro lado de un océano, Japón es ese país exótico donde conviven, de manera curiosa, tradiciones muy antiguas con una de las sociedades más modernas del planeta; donde la cultura es original y occidentalizada a la vez; donde el pasado parece el contrapeso más natural a la vanguardia y la tecnología. Parecen contradicciones pero en realidad, en Japón, el modernismo no se superpone a la tradición, sino que parece nutrirse de ella. Se trata en realidad de las dos caras de una misma moneda, de la dos vertientes de una misma cultura absolutamente original y exótica para un occidental, que sin embargo a la vez encontrará en ella una multitud de préstamos de este lado del mundo. Y como estamos en el país del Sol Levante, en el país de la filosofía zen, del sintoísmo y el budismo, todo esto se realiza en una interesante armonía.

Filosofía zen y cultura nipona El primer shock cultural bien podría ser el religioso, y tal vez sea la clave para entender muchos otros aspectos de la sociedad japonesa. La inmensa mayoría de los japoneses son a la vez sintoístas (todos lo son) y budistas (un 75 por ciento afirma serlo también). Aunque sea difícil de concebir para sociedades nacidas de las culturas mediterráneas que se forjaron sobre el monoteísmo y el rechazo a otras creencias, los japoneses asimilaron su propia creencia en divinidades protectoras (Shinto quiere decir “la Vía de los Espíritus”) con el budismo que les llegó de Corea en el siglo VI. A su vez, el zen -una palabra tan popular en los idiomas occidentales– fue en su origen una de las “direcciones justas” que seguían los monjes budistas para llegar al nirvana, la de la “concentración justa”. Con el tiempo, la filosofía zen marcó profundamente la sociedad japonesa, y se puede pensar que muchos de sus rasgos más fuertes proceden de esta forma de meditación, tales como los paisajes y jardines de guijarros, las estampas, las ceremonias del té o el arte floral, todos herederos de esta forma original de encarar la vida y sus desafíos.
Tal vez todo esto suena muy lejos de un cancha y partidos de fútbol... Sin embargo, estos son los rasgos más conocidos de la cultura japonesa en todo el mundo. Los famosos jardines de piedra pueden parecer hasta una caricatura del paisajismo en Japón, pero es una tradición muy viva, que se complementa con la de los bonsais. Los dibujos con tinta y las famosas estampas son también una forma muy japonesa de lograr la armonía a través de la expresión artística. La hora del té también es elevada a un verdadero rito. Los japoneses dicen que es uno de los momentos que muestran que las más pequeñas y repetidas cosas de la vida pueden ser vividas como un arte. Lo mismo ocurre con los arreglos florales, que pueden llevar mucho tiempo de armado aunque se trate de algunas flores en un modesto florero. La ceremonia del té cuenta con una estricta etiqueta, que no sólo honra al huésped sino que magnifica simples gestos durante una invitación. Mientras tanto sobre la mesa baja (en Japón no se usan sillas como las nuestras), el florero muestra el talento de quien arregló las flores, heredero de una tradición artística que se remonta al siglo XV, el ikebana.
Cerezo en flor Una de las postales más típicas de Japón es la de los árboles en flor. Se trata de una verdadera institución: en primavera, cuando los manzanos y los cerezos se cubren de colores, hay tantas cámaras de fotos en las manos de los turistas como flores sobre las ramas. Es muy popular hacer un picnic bajo las ramas florecidas en los jardines, tanto que en este país de 125 millones de habitantes es muy difícil encontrar un lugar en los días soleados. La pequeña ciudad de Mito, en Honshu, es uno de los lugares más conocidos por sus jardines, y ni hay que decir que es muy concurrida durante toda la primavera. Los visitantes pueden comprar pescaditos asados (se comen enteros, con piel, cabeza y espinas) en los kioscos de comida rápida que también florecen en primavera al borde deestos jardines. Otro detalle: no hay que olvidar ni la cerveza ni el sake, que se consumen en grandes cantidades durante estos picnics. El Mundial, sin embargo, comenzará ya terminada la hermosa época de la floración.
Donde el sol se levanta Ya está dispuesta en el horizonte, entonces, una ínfima porción del decorado en el cual se van a jugar los partidos. Se trata sólo de una parte de la cultura japonesa, pero es suficiente para medir lo diferente y sorprendente que puede resultar para un occidental. Sin duda, durante este Mundial la manera de festejar los goles será uno de los pocos puntos comunes entre los huéspedes y sus visitantes, y también una prueba más de la asombrosa capacidad de asimilación japonesa.
Para quien quiera ver más allá del arco, los destinos turísticos son inmumerables, en un archipiélago que se extiende en el Pacífico a lo largo de más de 3800 kilómetros, desde Siberia hasta el Trópico del Cáncer. El recorrido se puede empezar por el norte, en la más septentrional de las cuatro islas grandes de Japón: Hokkaido. En invierno (boreal), está cubierta de nieve, pero en esta época del año el clima es agradable, y sin ese calor pesado y húmedo que es típico de Asia del Sudeste y del Sur de Japón. Para los parámetros nipones, Hokkaido es un desierto. En uno de los países más densamente poblados del mundo, esta isla se muestra como un gran espacio natural: por sus montañas y sus nieves invernales, es el paraíso del turismo aventura y de los esquiadores. De hecho su capital, Sapporo, suena más que nada por haber sido la sede de una edición de los Juegos Olímpicos de invierno (en 1972). Para el turista, Hokkaido representa el costado natural de Japón. Los japoneses la visitan en verano por sus campos de flores y para avistar la fauna (ciervos, zorros, osos, aves). Sin embargo para descubrir las huellas del Japón histórico, el de los shogun, los samurai y los templos budistas, ni Hokkaido ni Sapporo son los lugares convenientes. La isla fue conquistada por Japón sólo en el siglo XVIII y no cuenta con la importancia de vestigios del pasado que tiene Honshu, la isla principal. En realidad Sapporo, como las demás grandes ciudades japonesas, es una ciudad moderna y si no fuera por los caracteres (ilegibles para el no docto) de los carteles publicitarios, su centro podría ser el de cualquier ciudad occidental. La más interesante manifestación es el Festival de la Nieve que la ciudad organiza cada año en febrero. Sobre la avenida principal se arman y exponen numerosas esculturas de hielo que pueden a veces alcanzar el tamaño de un edificio. Sin duda, la nieve se habrá derretido cuando se jueguen los partidos (Sapporo es una de las sedes de este Mundial), así que quedará la otra especialidad: los cangrejos (kani), que se eligen vivos en los acuarios de los restaurantes donde el chef luego los cocina para sus clientes.

La isla del Fuji Yama Honshu es la principal isla de Japón, la más grande, y aquella donde están todas las ciudades principales: Tokio, Kioto, Osaka, Nagoya, Yokohama, Kobe y también Hiroshima. Es también la isla del Fuji Yama, y la verdadera cuna de la historia y las tradiciones japonesas. Fuera de los circuitos del Mundial, pero indispensable en el circuito de quien quiera acercarse al mundo fascinante de los samurai, Kanazawa es un pequeño puerto en el oeste de Honshu, conocida como la “Pequeña Kioto” por la importancia de sus antiguos vestigios. Del que fue su castillo se conservó una puerta monumental, su jardín se considera uno de los tres más lindos de todo el país, y en la ciudad vieja aún es posible sentir restos del pasado feudal de Japón. En el barrio de las geishas, se puede cruzar hoy todavía a algunas de estas mujeres cuyo status es uno de los rasgos más peculiares de la sociedad japonesa. Hay también un barrio de samurai (eran los mercenarios contratados por un shogun, o señor de la guerra, los terratenientes que aprovecharon el debilitamiento del poder central para fortalecer sus poderes regionales, de la misma manera que en Occidente se generó el feudalismo). Después de conocer algo de historia y de tradiciones, se llega ya al centro de la isla, en la inmensa y bulliciosa Tokio, una megápolis de decenas de millones de habitantes, donde todo va rápido, es carísimo y cuenta con las técnicas más avanzadas del mundo. Para quien dude de que Japón es el país de la electrónica y de la tecnología, una pequeña vuelta por el barrio de Akihabara lo convencerá de una buena vez. Es donde se concentran casas y emporios, negocios y tiendas, en fin, todos los lugares donde se puede comprar lo último en electrodomésticos, hi-fi, informática, fotografía, telefonía, nuevos productos electrónicos. Allí se puede estar siempre adelantado al resto del mundo en cuanto a modelos, equipos y nuevos productos (y precios).
Pero Tokio también es el centro político de Japón, sede del Gobierno y residencia del Emperador, un hombre que, hasta hace pocas décadas, era considerado más como un dios viviente que como un monarca. El palacio imperial es un centro de paz y armonía en el centro delirante de la ciudad, cuyo parque se puede visitar y recorrer. La visita de la ciudad se completa con el descubrimiento del “way of life” japonés, sus museos, negocios y las miles de sorpresas que puede ofrecer una ciudad de tan gran tamaño y tal importancia cultural y económica. Su puerto, Yokohama, también tiene cierto interés, sobre todo por ser sede del partido final del Mundial.
Nunca se visita Tokio o Yokohama sin visitar el Fuji Yama (pronunciar Fuji-san; los japoneses apreciarán esta marca de respeto por su cultura y uno de sus principales símbolos). El Fuji Yama no es sólo un cono perfecto cubierto de nieves eternas, con el que culminan los Alpes japoneses: es también un lugar sagrado y un símbolo nacional. En esta época del año, las colas para sacar la famosa foto desde el sitio de los Cinco Lagos pueden llegar a ser muy largas. Pero la vista vale la espera. Se puede hacer trekking hacia la cumbre (después de nuevas colas) o trekking en toda la región circundante para observarlo desde varios ángulos. El Fuji Yama es el punto culminante de Japón, y como es un volcán aislado de las demás montañas de la cadena, es visible desde muy lejos (más de cien kilómetros en algunos casos).

Un poco de tofu en Kioto En camino a Kioto, la otra ciudad imperial y también ex capital, vale la pena visitar Osaka, que será una de las sedes de este Mundial. Es la segunda ciudad del país, y uno de los centros industriales y comerciales más importantes del planeta. Osaka es mucho más occidentalizada que las demás, incluso que Tokio, según quienes conocen bien Japón y la cultura japonesa. Esto se puede ver hasta en las relaciones con sus habitantes, más abiertos, mejores hablantes de inglés. No lejos de Osaka, Kioto fue capital política, cultural y religiosa de Japón durante varios siglos. En los siglos XVI y XVII, las tres ciudades más pobladas de Japón pasaron bajo control directo del gobierno imperial: Edo (sede del gobierno, que con un millón de habitantes en el siglo XVIII era la ciudad más grande del planeta de su tiempo), Osaka (ya capital comercial) y Kioto (capital judicial y cultural). En Kioto más que en cualquier otro lugar de Japón, el pasado y las tradiciones están siempre presentes. Los templos se encuentran por toda la ciudad, tiene jardines zen, y es además la capital gastronómica del país. No se la puede visitar sin probar el “tofu”, una especie de pasta o queso de soja fermentada. Un índice para saber si el restaurante que eligió es famoso por su cocina: la cola de espera en la puerta (¡es frecuente esperar una a dos horas antes de llegar a la mesa en estos restaurantes!).
Muy cerca de Kioto se puede completar la visita de la región en Himehi, una pequeña ciudad donde se encuentra el castillo más grande de todo Japón. Fue construido en 1610 y sobre sus imponentes murallas se levantan refinados techos de pendientes curvadas, al más puro estilo japonés. El edificio fue la base del poder de uno de los señores de la guerra que dominaron el archipiélago. Hoy día queda apenas un puñado de estoscastillos, por culpa de los terremotos, pero también por el resultado de las guerras entre los shogun (señores de la guerra, que destruían las fortalezas de sus adversarios vencidos) y los incendios. Quedan apenas 12 castillos con sus tenshukaku (torreón) en todo Japón.

De Hiroshima a Okinawa Más al sur está Hiroshima, lugar de peregrinación para todos los pacifistas del mundo. Para recordar a las víctimas y el horror de la bomba nuclear se levantó un gigantesco complejo conmemorativo. Hiroshima es el símbolo de un milagro: después de la más espantosa destrucción que pueda imaginarse, fue reconstruida y es una próspera y moderna ciudad, pero vive siempre en el recuerdo y el homenaje a sus víctimas y las víctimas del flagelo universal de las guerras.
El punto más al sur de Japón es el archipiélago de Okinawa, unas islitas de clima ya tropical. Aquí todo es diferente: la historia, las costumbres y hasta la gente, ya que los lugareños de las islas Ruy Kyu (el archipiélago de Okinawa y el de Amami) tienen una historia distinta al resto de Japón, y fueron durante gran parte de su historia independientes. Hoy las islas son conocidas por albergar las controvertidas bases de ocupación norteamericana en suelo japonés desde 1946 (las islas fueron devueltas a la soberanía nipona recién en 1972). A nivel turístico, son famosas en Japón por sus playas... en los lugares no prohibidos por los militares norteamericanos.

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El maquillaje de una geisha hace lucir su rostro como si fuera una muñeca de porcelana.
 
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