turismo

Domingo, 16 de marzo de 2003

Fulgor de los pueblos blancos

Al recorrer las alturas de la provincia malagueña, aparecen cada tanto en la cumbre o la ladera de una montaña un conjunto de casas bajas que relucen en la lejanía como un solitario manchón blanco. Son los legendarios pueblos blancos de Andalucía, de origen morisco, donde la cal es el denominador común. A menudo, estos caseríos laberínticos huelen a duraznos, aceite de oliva, higos y vino dulce. Están ubicados cerca de una cueva y se extienden alrededor de un castillo que domina la zona desde el punto más alto de la serranía. En su mayoría eran pueblos fronterizos que estaban en el centro de la pugna medieval entre árabes y cristianos. Esta zona fue la última que perdieron los moros, y por esa razón las iglesias suelen ser de estilo gótico tardío y del período barroco. Muchas tienen como campanario un minarete de mezquita islámica reformado.
Al internarnos por estas callejuelas que inspiraron los romances medievales se descubren casas de tejas con muros blanquísimos, separadas por pasadizos sin tiempo donde ni siquiera cabe un auto. Ronda es un buen punto de partida para recorrer algunos de los “pueblos blancos” de Andalucía. La ruta meridional conduce en primer lugar hacia el pueblo de Montejaque, cercano a la cueva del Hundidero, donde las aguas del río Gaduares desaparecen bajo tierra para aflorar 9 kilómetros más adelante, cerca del pueblo de Benaoján, que es famoso por su torre vigía. Cruzando el río se accede a Jimena de Libar, ubicado al pie de un castillo árabe. En Benadalid se visita el castillo más antiguo de toda la comarca, que alberga un camposanto en su interior. Y Algatocín, en cambio, se distingue por sus ruinas romanas.

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