UNIVERSIDAD › ENTREVISTA CON UN ESPECIALISTA EN ETICA CIENTIFICA

Las decisiones de la ciencia

El noruego Matthias Kaiser explica que, dado el alto valor y la alta incertidumbre que caracterizan a la ciencia moderna, se vuelve fundamental atender la opinión del público involucrado.

 Por Javier Lorca

En una época que conjuga –entre tantos otros desarrollos– la biotecnología y la industria bélica, ¿cuándo es deseable realizar una investigación científica y cuándo no? En última instancia, la decisión es ética y política. Pero, ¿quién debe tomarla? Es obvio que pesará el interés del Estado y los grandes grupos económicos, pero también puede incidir la opinión pública. Una opinión que se vuelve fundamental dadas las características de gran parte de la ciencia actual: mucho valor pero también mucha incertidumbre. En apretada síntesis, esas son algunas de las ideas que sostiene en esta entrevista con Página/12 el filósofo de la ciencia Matthias Kaiser, director del Comité Nacional para la Etica en Ciencia y Tecnología de Noruega.
–¿Qué implica producir una reflexión ética sobre la ciencia?
–Nuestra filosofía podría definirse como una ética pluralista. Tratamos de evaluar un hecho científico a la luz de diferentes principios éticos. Si tenemos que analizar, por ejemplo, a los animales transgénicos, analizamos si es una tecnología justa o no, si respeta la integridad, la dignidad y la autonomía tanto de las personas como de los animales y la naturaleza. Tomamos en cuenta las consecuencias que tendrá, las positivas y las negativas. Quién se beneficia y quién paga los costos. La ética tiene que ver con visiones sobre una vida y un mundo mejores. La ética de la ciencia es la ética del conocimiento que deseamos. Hay muchos investigadores que piensan que discutir la ética de la ciencia hace más difícil la investigación, que puede llegar a detener el desarrollo científico. (Un ejemplo es lo que ocurre en la medicina, con investigaciones no permitidas porque pueden perjudicar al paciente.) Pero esto no es verdad. Muchos científicos se están dando cuenta de que discutir la ética de la ciencia les permite lograr una mejor idea acerca de qué investigaciones son deseables y producen un conocimiento bueno para la sociedad. Hacer una reflexión ética sobre el conocimiento los ubica más cerca de la ciudadanía, ganan mayor aceptación y comprensión pública.
–Desde el sentido común, hablar de ética y ciencia remite a casos límite, como el genoma humano, la tecnología bélica, los alimentos genéticamente modificados. ¿La reflexión ética se limita a eso?
–Esto es muy importante. Los científicos no siempre quieren darse cuenta de que muchos de los problemas que ellos están tratando de resolver fueron creados por los mismos científicos. Por ejemplo, la polución ambiental. Y eso es porque los científicos pensaban que ellos sólo producían conocimiento y que otros eran los responsables de cómo se lo usaba. Lo mismo con la investigación armamentista. Pero, en las actuales sociedades del conocimiento, los científicos tienen que tomar parte de la responsabilidad, porque ellos tienen la mayor comprensión de lo que significa su trabajo. La ética tiene que dar cuenta de esos “casos límite”, pero también de todos los demás. Porque hoy en día cualquier conocimiento puede terminar cambiando muy rápidamente nuestra vida cotidiana. Los científicos contribuyen a cambiar el mundo. Y por eso deben preguntarse qué tipo de mundo queremos y cuáles son los problemas importantes a resolver. Y eso implica no sólo los problemas donde hay gente dispuesta a invertir mucho dinero.
–Entonces, un problema clave es quién define la agenda de la ciencia, quién decide qué investigar y qué no: los grandes grupos económicos, el poder político, los propios científicos o los ciudadanos.
–La única respuesta verdadera es todos, pero con diferencias. En el pasado, los científicos y las disciplinas podían decidir. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados comenzaron a establecer la agenda científica y aparecieron los grandes programas científicos, como el Genoma Humano. Pero siempre hubo fondos de la industria y fondos de las fuerzas armadas. Lo que vemos ahora, quizás, es que la industria está determinando más y más la agenda de los científicos. Lo que se denomina la comercialización del conocimiento, que se ha convertido en un bien dentrodel mercado, con gente interesada en comprarlo. Eso puede ser bueno en algunas ocasiones. Pero debemos ser cuidadosos, porque el bien público puede resultar dañado.
–¿Qué designa el concepto de ciencia posnormal (post-normal science) que aparece en sus trabajos?
–Es un nuevo concepto desarrollado por un argentino, Silvio Funtowicz, y un inglés, Jerome Ravetz. En nuestros días, tenemos una gran cantidad de áreas científicas muy importantes y, a la vez, caracterizadas por su enorme incertidumbre. Por ejemplo, el cambio climático: hay muchos modelos de investigación, pero no hay ningún modo de estar seguros científicamente de cuál es el correcto, cualquiera implica mucha incertidumbre. Pero hacer predicciones sobre el cambio climático es muy importante por las consecuencias que implica: hasta pueden desaparecer países. Una gran parte de la ciencia hoy tiene estas dos características: mucha incertidumbre y mucho valor. En la ciencia “normal”, la calidad de una investigación se podía medir y evaluar con parámetros científicos. Pero en la ciencia “posnormal” no es así. La calidad no siempre puede ser evaluada por los científicos. Debido a los valores que pone en juego la ciencia moderna, es necesario hacer una evaluación extendida: se debe incluir a los involucrados en los problemas que se investigan, al público, porque son los que van a sentir las consecuencias.
–¿Cómo puede la sociedad ejercer ese control y evaluación de la producción científica?
–Eso es lo que estamos tratando de hacer en Noruega desde hace algunos años. Reunimos un panel de gente común y se pone a disposición de esas 16 personas a los mejores científicos del área, además de funcionarios y especialistas que puedan aportar al tema tratado. Teniendo toda la información, el panel da su opinión. Esto se hace dos o tres veces al año, sobre diversos temas. Se discute en los medios de prensa y las recomendaciones y opiniones del panel se presentan oficialmente en el Parlamento, que debe tenerlas en cuenta.
–¿Los paneles son convocados para opinar sobre temas prefijados o pueden construir ellos la agenda?
–Es muy importante que los paneles del público puedan resolver solos todas las cuestiones específicas. Ellos resuelven todo, con una excepción: el tema sobre el que deben dar su opinión. Dentro del tema, deciden qué cuestión desarrollar. Preparan una lista de preguntas y eligen, entre todos los expertos del país, a quiénes quieren escuchar. Ellos son el jefe, nosotros somos los secretarios.

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“La ciencia ‘posnormal’ no puede ser evaluada por los científicos”. Hace falta la opinión pública.
 
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