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Neo-renacentista made in Hollywood

Preston Sturges fue uno de los artistas más completos del cine de Estados Unidos, como lo prueba uno de sus mayores clásicos.

 Por Horacio Bernades

“Parece un personaje del Renacimiento italiano”, dijo de él su colega francés René Clair. “Quiere hacerlo todo, y todo al mismo tiempo.”
Hijo de familia adinerada, prototipo de bon vivant, hombre de negocios, empresario del show business, industrial y, cómo no, uno de los guionistas y realizadores mejor pagos de Hollywood –antes de convertirse en su propio productor–, leer el currículum de Preston Sturges es llevarse la impresión de que una de las cosas que este neo-renacentista más quería hacer era dinero. Viendo sus películas no resulta difícil convencerse de algo muy distinto: si algo ambicionaba Mr. Sturges era llegar a ser una suerte de Balzac de la Era de la Reproducción Mecánica. En otras palabras, el distanciado, agudísimo, implacable recopilador de cada escena de la comedia humana. Específicamente, la que tuvo como escenario una era y lugar muy precisos: Estados Unidos de entreguerras, cuando ese país se avizoraba ya como nación líder, economía opulenta y cultura dominante del siglo XX.
Un Balzac mundano y dado a lo cómico, lo corrosivo, lo frenético, Preston Sturges fue fundador de lo que se conocería como screwball comedy o comedia disparatada, género que entre fines de los ’30 y de los ’40 supo concentrar toda la subversividad que Hollywood podía permitir. Nacido a fines del siglo XIX, Sturges comenzó como autor de comedias mundanas en teatro, pasó al cine como guionista para terceros y en 1940 la Paramount le dio su primera oportunidad como director-autor, con Navidad en julio y The Great McGinty. Esta última fue su primer exitazo de crítica y público, y de allí hasta fines de esa década Mr. Sturges reinó sobre Hollywood, dicho esto tanto en sentido artístico como económico.
Reflejo sin duda de su propia vida e intereses, lo artístico y lo económico tienden a fusionarse en sus películas. Así lo demuestra uno de sus títulos clave, The Palm Beach Story, que el sello Epoca editó recientemente con el título de Los amores de mi mujer, que es como se la conoció en su momento en la Argentina. Aunque aquí sigue siendo poco menos que un perfecto desconocido, editar a Sturges es una rara tradición del video local. Prácticamente todo Sturges se consigue en video, desde Navidad en julio hasta Te odio, mi amor (Unfaithfully Yours, de 1948), pasando por las esenciales Las tres noches de Eva (Lady Eve, 1940), Por meterse a redentor (Sullivan’s Travels, 1941) y El milagro de Morgan Creek (1942).
Realizada el mismo año que ésta y en pleno rush productivo, así como antes les había tomado el pelo a sus colegas “serios” en Por meterse a redentor (un exitoso guionista y director de comedias se lumpeniza para interiorizarse de la “realidad social”) y enseguida lo haría con la familia, la moral y la virginidad en la increíble El milagro de Morgan Creek (la hija de un agente de policía se tira una canita al aire con un batallón entero y pare sixtillizos), en The Palm Beach Story Sturges apunta sobre otro de sus blancos favoritos: la estrecha relación entre matrimonio burgués y ambición material. Y, como siempre, pega.
Arquitecto tal vez demasiado soñador, Tom Jeffers (Joel McCrea) no logra despegar económicamente, por lo cual se ve obligado a dejar el departamento donde vive con su mujer, Geraldine (Claudette Colbert). Antes de eso y tras cinco años de matrimonio, ésta decide abandonarlo, cansada de esperar remedio a su apretada situación económica (se supone que apretada, ya que viven en un piso espectacular de Park Avenue). Geraldine parte a Palm Beach, capital del divorcio rápido, sin saber que Tom le va detrás. Decidida a cazar un millonario, Gerry lo halla en la figura deJohn D. Hackensacker III (Rudy Valee), uno de los hombres más ricos del mundo. Soltero, por supuesto. En algún momento se les suma “La Princesa”, promiscua hermana del millonario (Mary Astor, conocida por su papel en El halcón maltés) y allí viene Tom, a quien Gerry presentará como su hermano. El plan: arrancarle al buenudo de Hackensacker los 99 mil dólares que su marido necesita para construir el aeropuerto de sus sueños.
Todo Sturges está en Los amores de mi mujer: el cultor de la hipervelocidad narrativa (¡esos diálogos!) y el desafuero (los miembros de un club de caza empiezan a los tiros en medio de un tren), el dialoguista genial, el creador cómico (cierto increíble ladero de “La Princesa” habla en un idioma inexistente), el profeta del disparate (ambas secuencias de títulos son para una antología del rubro). Pero también el observador sardónico e insobornable. Ese que sabe poner el dedo en la llaga humana y social, refregándolo a fondo.

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Preston Sturges (centro) rodeado de las estrellas de The Palm Beach Story.
 
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