Alguna razón debe haber. El recuerdo de la muerte estremece, pero cuando suena la sirena conmueve más. Todas las muertes tienen hora, pero no trascienden con el instante en que un corazón se frena. En cambio sí pasan a la historia con exactitud cuando se sabe en qué momento preciso una vida se terminó para siempre. Ocurría en los actos de Memoria Activa, en Plaza Lavalle. El instante del sacudón para todos los sentidos era cuando sonaba el shofar, el cuerno de los judíos, a la misma hora en que los asesinos habían hecho explotar la AMIA. Frente a la imponencia dolorosa del shofar, el silencio cobraba una densidad única. Sobre la tierra solo parecía quedar vivo un sonido, el del cuerno.

Pasó lo mismo en la escuela Nicolás Avellaneda de Moreno, la 49. A las 8.06 de hoy, 2 de agosto, sonó la sirena y las caras se transformaron. Nadie pudo escaparse a esos segundos de reconcentración y recuerdo. Ni los grandes, que fueron compañeras y compañeros de los muertos Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, ni los chicos que esperaban en la esquina, sentaditos con sus instrumentos para tocar el himno. En unos ojos había espanto. En otros, la seriedad del que por suerte aún no experimentó la muerte de alguien querido pero ya intuye qué significa. O quizás ve que, cuando los grandes sienten espanto, algo fuerte está sucediendo.

A las 8.06 del 2 de agosto de 2018 una explosión en la cocina mató a Sandra y Rubén. Sandra era la vicedirectora a cargo de la 49. Rubén, un auxiliar que en realidad cumplía otra función humana: alentaba a los chicos a aprender un oficio para avanzar y defenderse siempre en la vida. 

Maxi Grah, el compañero de Sandra, un informático que hoy trabaja en el programa Fines, para que los adultos terminen la escuela, en el acto de recordación mantuvo su plano discreto de siempre. Maxi acostumbraba describir a Sandra como una educadora de una pasión sin límites. Por eso la escuela tenía orquesta, y por eso ella les preparaba dulces a los integrantes. Por eso la escuela sigue teniendo esa orquesta. Por eso fueron los chicos, y no una banda de Moreno, los que tocaron el himno.

De boina roja, Débora López es la directora musical. Le cuenta a Buenos Aires/12: “En este barrio la orquesta fue fundamental. Funciona hace 12 años y pertenece al programa de orquestas del área educativa de la provincia de Buenos Aires. Hay muchos pibes y pibas que no podrían haber accedido de otra manera ni a la música ni a comprar los instrumentos. Son casi cien chicos. Tenemos violín viola, cello, contrabajo, percusión y flauta traversa. Hay un maestro por instrumento, que los chicos eligen, si quieren, desde los 6 o 7 años. La orquesta es parte de la inserción educativa, hasta los 18, y después los acompañamos a otros espacios como la Orquesta Provincial, ya con sueldo. Algunos siguen el conservatorio, o desarrollos que no son musicales, pero igual se llevan para la vida otra forma de ver el mundo y otras herramientas que enriquecen su cotidiano”.

En la calle hay un mural que representa a Sandra y otro a Rubén. Y  también una enorme pintura de una cellista. Y una escultura en metal de una cellista. Está justo al lado de una hilera de flores pintadas sobre blanco. Arriba una inscripción de caligrafía impecable dice: “No caímos en la Escuela Pública. Orgullosamente, la elegimos!”.

Como si lo hubiera escrito él, ahí anda, abrazando y abrazando, el grandote Hernán Pustilnik, de guardapolvo blanquísimo. Hernán era amigo de Sandra y de Rubén.

--¿Seguís siendo el hombre de los tres trabajos, Hernán?

--Sí, no queda otra --dice Hernán, que sonríe, porque siempre sonríe, y huye: además de sonreír y sonreír, el tipo organiza y organiza.

También podría haber escrito con esa caligrafía Mariana Cattáneo, que en 2018 era la secretaria de la seccional Moreno del Suteba, el Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires.

--A ver si estás en estado para marchar hasta el centro --desafía Mariana, que fue una de las de las organizadoras de los Morenazos contra María Eugenia Vidal, considerada por la docencia como responsable primaria de las muertes. Los Morenazos sacudieron el distrito después de la explosión.

Cerca, discretos, deambulan por la esquina de la 49 dos ministros, el de Educación Alberto Sileoni y el de Trabajo Walter Correa. Y Roberto Baradel, el secretario general del Suteba. Están, pero no hablarán. Les dejan el protagonismo a los familiares.

Diego, el hermano de Rubén, también militante docente, agradece a la gente que vino y llena las calles. “Estamos esperando el momento de la Justicia, el 28 de agosto, se llegue donde se llegue, porque uno necesita eso para seguir”, dice Diego a este diario. No es, naturalmente, la reivindicación del olvido institucional. Es la necesidad de que una medida institucional permita cierta reparación para que la vida continúe.

Mabel, la compañera de Rubén, se para frente al micrófono y no improvisa. Lee. Avisa que el texto es de Maia, su hija. Dice así: “Ese día me desperté y mi papá me preguntó qué iba a desayunar. Le dije que tostadas. Él se había levantado primero porque tenía que prepararles el desayuno a los chicos de su escuela, me dijo. ‘Voy con vos’, le pedí. Me dijo que no. Después, yo ya estaba en clase de música cuando escuché unos gritos. Entró corriendo el profe: ‘Guardá tus cosas, y guardalas rápido’. Salí y vi a mamá tirada en el piso y llorando. Ahí me contaron que había ocurrido un accidente. Pregunté si mi papá estaba bien. Nadie respondía. La desesperación de todos era completa. ¿Papá está bien? Ya en un auto, yo iba atrás y mi mamá adelante. La escuché gritar. Y después sollozar. Y siguió así, gritando fuerte y sollozando fuerte. Me dijo: ‘Papá está en un lugar mejor. Ya no está con nosotros’. Ahí supe que había perdido para siempre a una de las personas más importantes de mi vida”.

Dijo Mabel, después de leer el texto de su hija, que por primera vez Maia pudo recordar a su papá escribiendo. Mabel, que también es militante docente, esquivó las consignas, como todos, y eligió palabras que tal vez sean más fuertes y que, dichas en una tríada, hasta suenan originales: “Rubén entendía la educación con amor, compromiso y responsabilidad”.

Sonó fuerte el “¡Presente!” cuando Mabel terminó de leer y gritó varias veces los nombres de Sandra y Rubén. Sonaron fuerte las palabras “ahora” y “siempre”.

--Es muy impresionante el relato de tu hija, Mabel. Y bien escrito.

Y Mabel, siempre cariñosa, siempre cálida, se ríe ante ese comentario casi fuera de lugar.

--Te prometo que le voy a trasladar el cumplido.

En esa escuela cruzada por melodías la multitud camina hacia el patio. La directora de la orquesta toma su violín y el violín se pregunta, con un percusionista al lado, quién dijo que todo está perdido.

No parece una canción sobre mártires. Es que no es ése el tono del acto. Los muertos no buscaban inmolarse en una guerra. Murieron porque el responsable educativo de ese momento, Gabriel Sánchez Zinny, intervino el consejo escolar de Moreno y ese consejo, es decir Sánchez Zinny, no controló qué pasaba con el gas de la escuela.

Definir cómo sonó esa versión de Fito es tan difícil como explicar por qué te conmueve una sirena a las 8.06 de la mañana. Más fácil resulta describir la identidad de la escuela 49. En una de las paredes hay un dibujo de un violín y una partitura. Y un texto: “No hace falta pisar fuerte para dejar huella. Mejor pisar por donde otros luego quieran pasar”.