En la larga lucha por fijar en la memoria a héroes y villanos, necesariamente debemos repoblar el papel jugado por los denominados pardos en los procesos de independencia. En las racializaciones heredadas del periodo colonial, zambos, mulatos, pardos y gente de todos los colores, estuvieron por fuera de los relatos oficiales, oficialistas y oficializados con los que se confeccionó la imagoloquía de la nacionalidad colombiana.

Más allá de toda sacrología, la ciencia política que acude a la historia para develar el protagonismo de los actores en las dinámicas sociales y políticas, requiere que los materiales y documentos que esta provee se correspondan, cada vez más con la referencia situada de los sujetos actuantes en su momento histórico. De ahí que sea necesario, incluso, ofuscar la memoria instituida para rediseñar las prácticas vigentes, las formas de relacionamiento y las tecnologías de acción que permitieron a individuos y colectivos la activación y movilización que les resultó posible, con los recursos que disponían.

Así, por ejemplo, respecto de las independencias, el relato edulcorado que la imagina como una gesta de criollos que enarbolaron la causa de la libertad contra una despótica corona de la que era preciso revolucionarse, demuestra su falsedad con cada nueva evidencia histórica respecto del papel jugado por las gentes del pueblo en dicha causa.

Libros recientes como el de Alfonso Múnera “La independencia de Colombia. Entre olvidos y ficciones”, contribuyen a repoblar la imaginación histórica, dotando de mayor sentido sus narrativas; lo que en la práctica consolida una tendencia invencional y novedosa que rompe con “el relato invariable”, como lo llama Inés Quintero.

La emergencia, presencia, activación, movilización, organización, persistencia y reconfiguración de los actores, individuos, colectivos, comunidades o pueblos, nutre la vida política de una nación, dando forma a los modos, medios y miradas que desplegaron en los acontecimientos de los que tomaron parte. De tal tamaño es esta urgencia de nueva labranza epistémica que suscita encendidas contradicciones con quienes descuidan o desconocen el papel jugado por sujetos con procedencias étnicas, situados en diferentes rangos o capas sociales en la articulación de lo político nacional, que se insiste incluso en el arrumbamiento de posturas discordantes, en el señalamiento a sus autores y autoras y en la exclusión unanimista en los selectivos centros que alimentan las narraciones institucionales, como el ICANH, recientemente cuestionado por Rudy Amanda Hurtado Garcés, integrante del colectivo DIÁSPORA.

El protagonismo de los actores alternativos, ocurre precisamente por estar ahí y haber gestado o contribuido a dinamizar la vida social, política y económica que les era propia y sobre la cual operaron como agentes transformadores. Ahí está la clave del asunto: ¡Fueron partícipes de los mismos, pese a la precaria comprensión y estreches de miras que caracteriza a ciertas perspectivas académicas o universitarias!

Vanguardia, propulsores, opositores, contrarrevolucionarios, libertarios, emancipatorios, autonómicos, conservadores y preservacionistas, incluso; la gente del pueblo hace la historia, circula sus ideas, manifiesta opiniones, pone en papeles [que se pierden por accidente, o adrede se ordena evadir] su mirada, arenga en público, susurra en privado, conspira, se impone, y corre riesgos victoriosos y frustrados.

Así ¿, por ejemplo, en la agitación independentista encontramos relatos que dan cuenta de cómo “los pardos se han asumido a un tono ya casi insoportable, capaz de imponerse […] a toda la familia blanca, lo que nos trae bastante consternados con sus importunas pretensiones de igualdad en todo derecho a fuero y privilegios”, según informa Jorge Conde Calderón.

Si, apenas en 1810, esta es la percepción pública con la que salen a escena quienes empiezan a hilvanar un discurso igualitario, antes que republicano, propio y a contracorriente de las pretensiones criollas; resulta imaginable establecer, sobre la base de la recuperación de documentos anónimos y fraccionarios como el mencionado, que la efervescencia popular con la que se desarrollaron los eventos independentistas debe su furor a la gente poco ilustrada, sin mayores conocimientos académicos y con una fuerte y sostenida experiencia libertaria: los hijos y las hijas de africanas y africanos en América.

Esa gente que, frente a “toda la familia blanca”, reconstruyó su experiencia como pueblo a partir de una marcada conciencia epidérmica, articuladora de más incisivas consideraciones étnicas, sobre las que se consolidaron prácticas emancipatorias y ejercicios libertarios autónomos, que requirieron el desarrollo permanente de técnicas preparatorias, anticipatorias, de escape, aprovisionamiento, reconocimiento geográfico, organización social y asentamiento territorial, mediado por el uso de recursos naturales, el trato con los animales domesticados, y el reconocimiento de especies y fieras de río, montaña, llano y selva; asuntos absolutamente desconocidos para la pulcra y sibarita sociedad criolla.

Victoriosos en Haití, las y los hijos de África fueron permanentemente vigilados, denunciados, controlados y asesinados en el resto de América, especialmente en lo que hoy son Venezuela y Colombia, en donde las instituciones y las fuerzas sociales criollas consideraron pertinente “armar y disciplinar a todos los blancos para contener tanta audacia”, como afirma la fuente anónima citada por Conde.

De ahí que no pueda afirmarse que la estrategia cimarrona y los procesos libertarios emprendidos por afrodescendientes constituyeron apenas precarios emprendimientos emancipatorios de individuos o pequeños grupos amorfos. Esa postura se corresponde con la tendencia historiográfica a la que se le dificulta entender “la función que tuvo como agente histórico la masa popular representada por esclavos, negros libres, indígenas, mulatos y pardos, identificándola con partidas de bandidos. [Para estos,] las luchas fueron de grupo y no individuales, ya que buscaban obtener su igualdad civil”; tal como afirma Diana Sosa Cárdenas.

Más aún, el de la pardocracia no era un proyecto afincado en pretensiones meramente civiles de la igualdad. Bolívar lo entendió perfectamente, por lo que alentó con tenacidad la construcción del privilegio racial, bajo el entendido de que “la igualdad legal no es bastante para el espíritu que tiene el pueblo, que quiere que haya igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo doméstico; y después querrá la pardocracia, que es la inclinación natural y única, para exterminio después de la clase privilegiada. Esto requiere, digo, grandes medidas, que no me cansaré de recomendar”.

Tales medidas llevaron al fusilamiento, sin miramiento legal alguno, a personajes como Manuel Piar, José Prudencio Padilla, y otros que siguen emergiendo hoy entre los documentos que intencionalmente intentaron ser borrados, pretendiendo convertir a los héroes afrodescendientes en villanos pardos y negros.

*Doctor en Educación. Es autor y coautor de varios libros y artículos en torno a los estudios de la afrodescendencia. Rector de la IE Santa Fe – Cali. Colombia.

Publicado originalmente en www.diaspora.com.co