Mabel Mamani es la referenta del Comedor Copacabana, un espacio comunitario en Villa 20. "Lugano, Comuna 8, CABA", detalla. Sus compañeras paraguayas y bolivianas trabajan como cocineras en este comedor “que arrancó hace 11 años”, y en los talleres de costura que tienen en el espacio productivo. Son "unas 20" y elaboran 200 raciones por día. “Calculale que van a retirar 40 o 50 personas, jubilados, con discapacidad, víctimas de violencia de género, mamás solas con hijos --enumera Mabel--, hacemos malabares, porque no alcanza". 

Hoy hay temor porque son inmigrantes y por lo que está pasando con los extranjeros que si salen del país no saben si pueden volver a entrar. Y no saben si de un momento a otro pueden ser deportados porque les inventan algo, eso pasa y eso temen mayormente las chicas”, explica Mabel, que integra la CTA Autónoma.

Dagna Aiva es responsable de La Usina de Sueños, en la Villa 21-24 de Barracas, CABA. La más poblada por migrantes, junto con Retiro, paraguayos en su mayoría. Referenciada en la CTA Autónoma en Capital, La Usina integra el Frente Salvador Herrera, una organización donde participan muchos migrantes. El comedor que funciona en la casa de Dagna, para chicos de 6 a 14 años “es de apoyo escolar y merendero, y en el sector productivo tenemos pastelería". 

"Pero no hay venta --avisa--, los alquileres están altísimos, la gente no puede pagar, los insumos están caros y no podes vender porque la gente no lo puede pagar”, insiste. “Cuesta muchísimo sostener el comedor --explica Dagna--, el trabajo comunitario que hacen las compañeras es imprescindible y es invisible, ponemos de nuestros bolsillos para el gas, el jabón, la lavandina. Nuestras ollas brillan”, se enorgullece. 

Mientras habla con Página/12, Dagna ve a don José Justo Aiva, su padre, paraguayo, de 78 años, pasar por la vereda. Dagna tienen 52 años y es la mayor de sus hermanos: 7 mujeres y 2 varones. “Mi papá acaba de cumplir 78 años, es maestro pintor de obras", cuenta. "Todos nacimos, crecimos, trabajamos y estudiamos en Argentina. Y pensamos que lo peor ya lo habíamos pasado. con el macrismo y la pandemia que fue increíble y nos tocó vivir acá, y con mucho esfuerzo salimos. ¡Y ahora esto!”, recama, con enojo y asombro al mismo tiempo.

“Mis compañeras están con temor --explica Dagna--, porque les dicen: te vamos a mandar a tu país, te vamos a sacar el plan, si sos delincuente te vas. Pero ellas no hacen nada, y si se vende droga al lado, esos no caen, caés vos”, describe. No quiere resignarse. Pero sabe que con estas políticas “se vulneran los derechos de personas que vinieron hace tiempo, gente con mucha descendencia. Y al argentino también lo discriminan por la pobreza, pero al migrante más, es tristísimo porque nosotros somos un país generoso y ahora la gente discrimina a personas de bien, porque todos somos personas de bien. Mis compañeras migrantes limpian las calles, cuidan abuelos, van a trabajar a otras casas, no delinquen”.

Afectados por las políticas de Milei, “muchos vecinos que trabaja por hora, empleadas en casa de familia o empresas de limpieza o cuidando abuelos ya no saben si pueden seguir trabajando porque el boleto se fue muy alto. Si tiene que tomar dos colectivos (o sea cuatro por día), o tres, no lo pueden pagar, ni sostener el trabajo porque el sueldo no está en aumento. Y desesperanzados porque algunos que la podían sobrellevar ya tienen que ir al comedor. Un kilo de arroz está a 2000 pesos, en los barrios populares. ¡Hasta 3 mil pesos el medio kilo de yerba!”, reclama.

Y evalúa: “Esto va a ser peor que en pandemia, porque no solo es el precio de los colectivos sino que los derechos se están vulnerando: la medicación de Pami, la falta de insumos, ya hay gente sin trabajo o que trabaja menos horas, está muy complicado. ¡Preferíamos a Larreta, con eso te digo todo!”, se ríe Dagna.

Su compañera en La Usina, Nilsa Romero, paraguaya, suma su voz al padecimiento de las comunidades en el territorio. “El ajuste se siente un montón, falta de trabajo, mucha gente está desocupada. Somos trabajadoras de la economía popular, cuidando y en el comedor, y los hombres en la construcción que ahora en su mayoría está parada. A las empleadas domésticas no les pagan el viático y no les alcanza para la comida, y si tenés hijos se agrava cada día más”.

“Y te congelan el plan que para las mujeres ese poquito mango que son 78 mil pesos, es algo, aunque ya no te alcanza para nada ¿cuánto cuesta una zapatilla, ¿cuánto te cuesta una ojota?” pregunta Nilsa.

"Esto es mucho peor que el macrismo, en la ciudad lo estamos sintiendo, esa falta de empatía hacia el otro. Porque vas a pedir más raciones o una merienda como la gente y en vez de mandarte más alimentos frente a la urgencia, te mandan menos. Si no te mandan arroz ¿qué cocinas? Cambias un poco el menú y de 170 raciones las llevas a 200, pero igual no alcanza... Los adultos mayores tienen que decidir si medicarse o comer más de una vez al día. Y hay gente que ahora tiene permiso para decirte: ¡Volvete a tu país y deja el plan! A los migrantes ya no nos ven como personas, nos ven como algo extraño” reflexiona.