Cuando estaba en el exilio, Abel Madariaga se preguntaba para qué estaba vivo. Había dejado el país después de que secuestraran a su compañera, que estaba embarazada de cuatro meses. La razón de vivir la encontró con el regreso de la democracia, al volver al país e incorporarse a Abuelas de Plaza de Mayo. “Me di cuenta de que estaba vivo no solamente para encontrar a mi hijo, sino a los hijos de los compañeros desaparecidos. Es el mayor oxígeno y honor que tengo”, solía decir. Después de haber encontrado a su propio hijo y a muchos de los hijos e hijas de los compañeros, Abel Madariaga –que fue el primer varón en ser parte de la comisión directiva de Abuelas– falleció a los 73 años.

Abel nació el 7 de febrero de 1951 en Paraná. Estudió Agronomía en la Universidad de Buenos Aires (UBA), de donde fue expulsado por la intervención. Con su compañera, Silvia Mónica Quintela Dallasta, militaban en la columna norte de Montoneros. Ella era médica residente.

El 17 de enero de 1977, Abel acompañó a Silvia a una cita en la estación de trenes de Florida, Vicente López. Mientras esperaba, vio que dos Ford Falcon paraban y se llevaban a una chica bajita y de pelo rubio. De ese color, se había teñido su cabello Silvia para despistar a los grupos de tareas que los buscaban. Por entonces, tenía 28 años y cursaba un embarazo de cuatro meses.

Abel partió tiempo después al exilio. Pasó por Uruguay y Brasil. A través del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) llegó a Suecia, pero no logró habituarse y viajó a México. Allá formó pareja con otra exiliada y tuvo una hija, Lucía. Más tarde, armó otra pareja y tuvo otro hijo, Pedro, que murió siendo chiquito.

Con el regreso de la democracia, Abel volvió a la Argentina y se presentó en la oficina de Abuelas de Plaza de Mayo. Gracias al testimonio de Juan Carlos “Cacho” Scarpati supo que Silvia había estado secuestrada en el Campito, uno de los centros clandestinos que funcionaron en Campo de Mayo. También se enteró de que la llevaron a parir al Hospital Militar de esa guarnición. Y que, a través de una césarea, dio a luz a un varón. Silvia volvió al Campito, pero sin su bebé.


Abel buscó durante años junto a las Abuelas. Fue el secretario de la comisión directiva de la organización. También impulsó la conformación del área de prensa y difusión. Fue uno de los motores de Teatro por la Identidad o de los recitales para llegar a nietos y nietas que buscaban.

En febrero de 2010, Abel estaba en su casa de Chascomús cuando llegó Estela para anunciarle que finalmente habían encontrado a su hijo. El chico se había presentado con su apropiadora en las oficinas de Abuelas. Sabía que había nacido en el Hospital de Campo de Mayo en julio de 1977. Había sido apropiado por Víctor Gallo, un oficial de inteligencia del Ejército que lo crió en un clima de miedo y violencia. Fueron esos malos tratos los que lo llevaron a preguntarle a su apropiadora acerca de su origen.

“El día que nos encontramos nos fundimos en un abrazo hermoso”, contó Abel. Al verlo, no tuvo dudas de que era su hijo. En una declaración judicial contó que había heredado otro rasgo característico: el malhumor de la familia Madariaga. Su hijo decidió usar el nombre que su mamá y su papá habían elegido para él: Francisco. Se disfrutaron por diez años. Francisco falleció en 2020. Fue un golpe durísimo para Abel.

En Abuelas, algunos de los nietos le decían “tío” por el amor que les prodigaba. Se ponía contento cada vez que escuchaba a alguno o alguna de ellos difundiendo la búsqueda del resto de los nietos. En las reuniones de comisión, los nietos se divertían dejándole envoltorios de caramelos alrededor para que Estela lo reprendiera: "Abel, vos no podés comer esto".

El lunes, Abel se alegró con la sentencia al marino Adolfo Donda por la apropiación de su sobrina, Victoria Donda. Quería saber más del fallo. Quedó en juntarse con uno de los abogados para que le diera más detalles. El encuentro quedó pendiente.

Para el exsecretario de Derechos Humanos Horacio Pietragalla Corti, era su "tío".  Lo vio el primer día que entró a Abuelas. Le llamó la atención que no paraba de llorar. Se enteró después de que había militado con su papá. “Desde ese día Abel empezó a ocupar un lugar importante en mi vida, no solo por haber conocido a mi viejo sino porque me enteré de que era un padre que buscaba a su hijo apropiado. Comencé a trabajar bajo su órbita en prensa y difusión de Abuelas. Días enteros de charlas, trabajo, jodas, peleas, viajes a las provincias, los famosos simposios que él organizaba, que eran una buena excusa para comer y juntarnos los jueves hasta tarde con hermanos hijos de desaparecidos”, contó en la red social X.

Dicen, en Abuelas, que también lo van a recordar por su malhumor y sus puteadas. Estela de Carlotto lo definió como un imprescindible.