“Mirá, yo quemé una mesa porque representa un proyecto de país. Yo quemé lo que este hombre representa hoy como proyecto de país. Esa mesa está bien quemada. Lo que quemé es lo que él está llevando desde la traición, otro proyecto de país. Hay cosas que no se pueden permitir. Quemar la mesa fue un gesto, un símbolo, fue exorcizar esto, la bronca que me da que haya un montón de militantes del campo popular que apuestan a una fórmula, que no sería la mejor pero la militamos para que no gane Macri. La militamos con mucho esfuerzo, y él de repente ahora está con un tipo que dice que la justicia social es una mierda. Que hay que destruir el estado porque es una organización criminal. Yo no puedo creer que vale todo”.

El padre Paco habla pensando, eligiendo las palabras pero sin pausa. Acumuló desilusiones y una mañana se levantó y le puso nafta y fuego a una mesa que decía “Scioli presidente” mientras un celular lo grababa y ponía el video en las redes. Ahora charlamos con él y explica que “estamos podridos de traidores” mientras los ojos se le desesperan por no encontrar una salida a este estado de cosas donde transita todos los estados de ánimo y todos los adjetivos y aún todos los sentimientos como “vergüenza ajena, vergüenza de haberlo militado para que sea presidente de nuestro espacio con la bandera de la justicia social, de la soberanía, de la independencia económica. Entonces me da muchísimo asco y muchísimo desprecio. Es alguien despreciable” y por si temiera no acertar, mientras habla busca en el diccionario de la Real Academia Española el significado literal de la palabra desprecio.

Al padre Paco lo envuelven sentimientos y sensaciones muy parecidas a las que experimenta hoy buena parte del resto de los argentinos. Gira sobre sí hurgando en su cabeza y aún en sus emociones guardadas, algo de su historia que empate con este momento, y la falta de hallazgo lo desespera, y la furia -incluso contra él mismo- se alimenta sola, y lejos de ser una llama que lo consume es un incendio que crece. “Yo veía la mesa, desde que asumió como ministro veía la mesa. Y todos los días la veía. Usábamos la mesa, nos quedó la mesa. Entonces pensé que esa mesa había que destruirla. No es algo personal. Es político. Mirá, estas cosas te hacen pensar en cómo puede ser que para alguien sea más importante el poder que el servicio. Si vos querés el poder te vas a aliar con el mismísimo demonio. Y este se alió con el demonio. Siempre fue un falso. ¡Lo militamos y casi es el presidente de nuestro espacio!” Y entonces da vueltas en su cuarto imaginando un escenario mucho más apocalíptico que este.

El cura Francisco Olveira no puede despegar su responsabilidad y la culpa de haber militado y creído en un Scioli que hoy forma parte de un gobierno “que le niega la comida a los pobres, que le niega los remedios a los enfermos, que cree que la justicia social es una mierda, que dice que el estado es una asociación criminal” y en el casi éxtasis de esos sentimientos que le llegan como tormentas de ráfagas cruzadas perturbándole el camino, recuerda que “cuando marché con las Madres de Plaza de Mayo en el camión, el 24 de marzo me habían invitado a hablar, era un domingo de ramos y aniversario del asesinato de Monseñor Romero. Ese día yo dije que estábamos hartos de traidores y de escuchar a algunos traidores decir que ahora eran el futuro del peronismo. en concreto hablaba de Pichetto, candidato a vice de Macri, y ahora entre otros se hacen lo dueños del peronismo. Ahí dije que tenía una mesa que pensaba quemar. La iba a quemar el jueves santo, que es la noche en que Judas traiciona a Jesús, y gracias a esa traición Jesús es capturado. Dije que iba a quemar la mesa de Scioli, porque nosotros habíamos militado a Scioli, nos gustara más, o menos, no importa, era para que no ganara Macri. Y esa mesa era un símbolo. Y ahora aceptó ser ministro de Milei, después de pretender entrar a una interna para ser presidente de la nación por nuestro espacio”.

En medio de tanto símbolo católico, la pregunta obligada es si no cree que eso suena inquisitorial y “la verdad que no. Yo no quemé a nadie, quemé una mesa, un símbolo de lo que Scioli me representa: la traición” y entonces los caballos se la van hasta antes de su infancia: “tuve un abuelo que una noche de muchísimo frio fue al desván y bajó una silla de su abuelo para hacer fuego y calentarse. Luego se sintió mal por eso, pero describiendo ese día y los sentimientos que lo atravesaban, escribió 'yo no quemé al abuelo, quemé una silla'. Esto es lo mismo. Finalmente quemando la mesa de Scioli fue a mí a quien exorcicé. El fuego purifica y mi vergüenza es muy grande, y además insisto y agrego que yo no lo quemé a él, él se quemó solito. Yo quemé el nombre de uno de los traidores”. Y queda claro que la traición política y la traición a la patria entran en el mismo sentimiento. Como Judas.

Cuando el padre Paco se desespera, mira el suelo a habla exclamando abriendo los brazos, como ahora, porque “¡yo no puedo creer en ese peronismo! y todavía entre los apoyos y buenos deseos recibo mensajes de odio, que no leo pero siempre alguien me los comenta y de verdad no me importan. Me importa que los traidores a este país apoyan que no llegue comida a los pobres, y que se siga muriendo gente por falta de medicamentos, porque todos esos necesitados también son la patria, y también y más que nadie son los traicionados, y encima tenés que bancarte que el adorno, que es un cínico más grande, ande sobrando a Kicillof porque aumentó el programa Barrios Bonaerenses. Hay que ser mala gente, hay que ser cínico” suelta enfurecido mientras nos vamos yendo porque hay una misa que dar. Pero sigue con que “son despreciables. Yo desprecio a los traidores. Tenemos derecho a despreciarlos”.