CONTRATAPA

¿Guerra sucia en Estados Unidos?

Por Jamie Fellner *

Una generación atrás, los países del Cono Sur legaron al mundo un nuevo término: “la guerra sucia”. Los gobiernos militares de esos países, así como de otras naciones latinoamericanas, combatieron a los izquierdistas y sus aliados con crueles violaciones a los derechos humanos: tortura, “desaparición”, detención incomunicada sin cargos y ejecuciones extrajudiciales.
¿Estados Unidos está practicando ahora su propia guerra sucia? Es cierto que no está desapareciendo o ejecutando extrajudicialmente a miles de personas. Pero en su campaña antiterrorista, el personal estadounidense ha participado en el maltrato generalizado a los presos mediante técnicas que ha condenado cuando han sido empleadas por otros países.
Pongamos por ejemplo la cuestión de la tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes. Las impactantes fotografías de Abu Ghraib alertaron al mundo sobre el maltrato propinado por Estados Unidos a los detenidos. La afirmación del gobierno de Bush de que los casos de maltrato han sido obra de unas cuantas “manzanas podridas” es difícil de creer. Se ha documentado el maltrato a los detenidos en muchos centros de detención de Estados Unidos en Irak, Afganistán y la base naval estadounidense de la Bahía de Guantánamo, Cuba. Además, como revelan los memorandos recientemente publicados por el gobierno de Bush, altos funcionarios estadounidenses intentaron deliberadamente eludir las restricciones del derecho internacional con respecto al trato a los detenidos y aprobaron tácticas de interrogatorio que violan tanto los Convenios de Ginebra como la Convención contra la Tortura.
Por ejemplo, los funcionarios del gobierno declararon que una forma de tortura ampliamente utilizada durante las guerras sucias del Cono Sur, el infame submarino, podría formar parte del arsenal estadounidense de técnicas de interrogatorio. Se sumerge en agua la cabeza de la víctima –o se le coloca una toalla alrededor de la cabeza y se vierte agua sobre ella– hasta que esté al borde de la asfixia. Según se ha informado, esta forma de tortura se ha empleado con altos oficiales de Al Qaida detenidos. Los funcionarios estadounidenses han calificado anodinamente la agonía provocada por esta técnica como “la sensación errónea de ahogo”.
Los asesores legales de Estados Unidos rescribieron los entendimientos normales de lo que constituye tortura para poder permitir el uso de técnicas de interrogatorio claramente inaceptables. Primero, sugirieron que el maltrato sólo es tortura si conlleva una gravedad del dolor equivalente a la pérdida de una extremidad, un órgano interno o la muerte. Segundo, sugirieron que la tortura no es tortura si no se aplica sádicamente, sino con el fin de obtener información que pudiera contribuir a la protección de la seguridad nacional. No hace falta decir que se trata de definiciones sui generis de la tortura por parte de Estados Unidos que cuentan con escasa aceptación en el resto del mundo.
Otras formas de tortura física y mental empleadas por el personal estadounidense han quedado bien documentadas: han golpeado a detenidos, los han expuesto a muy bajas temperaturas, encapuchado y obligado a permanecer en posturas dolorosamente incómodas durante largos períodos. Los han privado de sueño, alimentos y agua, encerrado en celdas oscuras, abusado sexualmente de ellos, amenazado con hacer daño a sus familias y aterrorizado con perros de presa. Se ha informado incluso del uso en un caso de electrochoques, una de las formas de tortura más características de las guerras sucias. El simulacro de tortura con electrochoques a un detenido en Abu Ghraib –encapuchado y con cables conectados a su cuerpo– tiene que haber sido especialmente horripilante para innumerables latinoamericanos que la sufrieron realmente en su carne.
Las “desapariciones”, otro horror característico de las guerras sucias latinoamericanas, también han aparecido en las campañas antiterroristas deEstados Unidos. Al menos una docena de oficiales superiores de Al Qaida han sido desaparecidos por el personal estadounidense; el número exacto es, por supuesto, un secreto. El gobierno de Estados Unidos no reconoce oficialmente su detención, mantiene en secreto los lugares de detención, impide el acceso a la Cruz Roja Internacional y los mantiene incomunicados. La historia demuestra que la desaparición suele ser el preludio de la tortura e incluso de la ejecución extrajudicial. Ya han aparecido noticias sobre la tortura a oficiales de Al Qaida desaparecidos. No queremos exagerar. La escala de la tortura y las desapariciones cometidas por el personal estadounidense es, hasta ahora, mucho menor de la de anteriores guerras sucias. Pero hasta un solo caso de tortura es demasiado. El peligro de que se produzca una escalada es aún más grave, dada la disposición de algunos funcionarios del gobierno a alegar que cualquier cosa está justificada en nombre de la seguridad nacional.
Estados Unidos debe examinar con más detenimiento la historia de América latina. Muchos chilenos, argentinos y uruguayos se mantuvieron callados mientras sus gobiernos violaban derechos humanos internacionalmente establecidos con la intención de derrotar al enemigo. Algunos aceptaron incluso la justificación de que las tácticas de la guerra sucia eran necesarias para proteger la seguridad nacional. Sin embargo, una vez que un país trata a las personas como si no fueran humanas ni merecieran el respeto por su inherente dignidad humana, puede ser imposible contener las fuerzas de la barbarie. La lógica utilitaria de la crueldad es implacable: si algo no es suficiente para derrotar al enemigo, hace falta más. Décadas después, muchos países latinoamericanos siguen luchando por superar el legado traumático de sus guerras sucias.
Ante la ausencia de un compromiso nacional para hacer honor a sus obligaciones en materia de derechos humanos, la guerra sucia de Estados Unidos puede escapársele de las manos. La prueba de la entereza de un país es si puede mantenerse fiel a sus principios incluso en tiempos difíciles. Si se preguntara a los latinoamericanos, seguramente le dirían a Estados Unidos que pare ahora, antes de que sea demasiado tarde.

* Directora del Programa de Estados Unidos de Human Rights Watch.

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