DIALOGOS › PETER JOHN LAVELLE, PRESENTADOR DEL CANAL DE TELEVISIóN RUSSIA TODAY TV

Conversando con un “traidor”

Californiano, especialista en Europa Oriental, se encontró con que su especialidad había dejado de existir con la caída de la URSS. Después de años de trabajos informales en Polonia y Rusia, es la estrella en inglés de la televisión de Moscú y un defensor del país. Lo que le valió una lluvia de acusaciones y la etiqueta de “colaboracionista”, “vocero oficial” y “traidor”.

 Por Andrew Graham-Yooll

En Moscú

–Comencemos por una aclaración de un comentario ante el parlamento ruso hace un par de años del primer ministro (entonces presidente) Vladimir Putin y que usted ha citado como ejemplo de declaración mal interpretada. En esa ocasión Putin dijo que el colapso de la Unión Soviética (en 1991) fue un desastre para Rusia.

–Lo parafraseo con más detalle: “El colapso de la Unión Soviética fue una de las mayores catástrofes del siglo veinte”. Lo que me molesta es cómo se toma fuera de contexto en los medios de Occidente. Es cierto, Putin lo dijo, pero en el contexto de lo que sucedió en Rusia como resultado del fin de la Unión Soviética. Si se observa la carrera política de Putin desde 1999 hasta el presente, verá que no simpatizaba con el régimen soviético. Conocía sus fracasos. Alguna vez dijo, no recuerdo las palabras exactas, “quien olvida el pasado soviético no tiene corazón; quien quiera volver al pasado no tiene cerebro”.

–Bueno, la Unión Soviética no fue una fiesta, la memoria de Stalin es horrenda...

–La visión que ofrece Putin es que los años noventa fueron una catástrofe para Rusia, en todo sentido. Y los que miran el progreso democrático de los noventa no saben de lo que están hablando. Existían lo que yo llamo los “partidos taxi”, en los que los políticos paseaban de un grupo a otro. Los partidos políticos eran disueltos a la noche, y arrancaban con otro nombre a la mañana siguiente. Eran partidos fundados por un grupito de individuos multimillonarios, llamados los oligarcas. Vivían del Estado aun cuando el Estado colapsaba. Secuestraron para sí las joyas de la corona de la economía soviética. Amasaron fabulosas fortunas. Y cada uno se compraba un partido político. Si eso era democracia, a mí me parece ridículo. No tenía nada que ver con el pueblo. El resultado es que si uno usa la palabra democracia en las circunstancias actuales, lo miran con desconfianza. Para los rusos democracia es igual a caos, son los noventa, cuando la gente fue humillada, cuando perdieron todos sus ahorros, y se desalentó a una clase media que podía haber apoyado un cambio genuino. Aquí se vio a un Vladimir Putin subir y reemplazar a Boris Yeltsin, visto como fantoche en el bolsillo de Occidente. Yeltsin firmó acuerdos con Europa y EE.UU. en detrimento de los intereses de Rusia. Y más atrás, Gorbachov disolvió la alianza militar del Pacto de Varsovia, porque la OTAN prometió no expandirse. Y la OTAN se expandió, y lo sigue haciendo. Eso es traición. Por lo tanto, cuando la cortina defensiva antimisiles está en debate, cuando Georgia y Ucrania se arriman a la OTAN, Moscú protesta. Y por eso se condena a Rusia por pensar en su defensa frente a la expansión de la OTAN.

–En reiteradas ocasiones usted dijo, “este lado de las cosas no lo ven los medios de Occidente”. ¿Todos los medios del mundo capitalista, llamado Occidente?

–No es exageración decir que los medios de Occidente miran la seguridad global a través del lente de sus intereses. Pocas veces se acepta que algo conveniente para la OTAN no sea favorable para los demás. El frente antimisiles de defensa ya tiene dos posiciones apuntadas a Rusia, y EE.UU. quiere instalar un tercer frente en el norte de Europa oriental. Estos tres sitios están constituidos por enormes sistemas de radar que apuntan hacia Rusia y comprometen el sistema de protección nuclear ruso. La OTAN dice que no está contra Rusia, pero las defensas sí son contra Rusia. A Rusia la acusan de ser negativa por decir que si EE.UU. quiere reforzar su seguridad no puede hacerlo a expensas de la seguridad de Rusia. No se atiende a la posición de Rusia y se la describe como un régimen autoritario que se posiciona en contra de Occidente. Está lejos de la verdad. Obsérvese el campo de la seguridad de la energía. A Rusia la acusan de chantajear a Occidente con sus políticas energéticas, pero lo lógico es que Occidente, principalmente Europa, necesita energía, Rusia la tiene, Rusia necesita el dinero para desarrollar su economía y mantener su base de recursos naturales en desarrollo. La producción de gas en Rusia requiere 25 mil millones de dólares en los próximos 20 años para mantener la infraestructura en sus niveles actuales. La presunción es que Rusia quiere toda su energía y el poder de cerrar la canilla. Es una opinión simplista. ¿Usted cerraría la canilla con los niveles actuales de precio por barril? Este país recauda 1,5 mil millones de dólares por día.

–¿No teme que a usted lo acusen de ser una especie de Ezra Pound (1885–1972, el poeta estadounidense acusado de ser propagandista del fascismo en la Segunda Guerra Mundial)?

(Risas.) –Algunos pueden decirlo, lo que pasa es que Pound fue uno de los grandes poetas del siglo veinte, y yo soy incapaz de asumir un rol literario. Pero me dicen cosas peores, incluyendo “traidor”, que no me gusta. La misión que me propuse es ser contrario. Me gusta tomar la información aceptada, y ponerla patas para arriba. Hay mucho doble discurso en las relaciones internacionales, en cómo los países encaran el desarrollo, y la globalización. Un país como Rusia quiere mantener su soberanía, aun cuando es grande, y rico. Esto crea problemas para mucha gente de afuera. Hay una opinión bastante difundida de que realmente llegamos al “fin de la historia” (según Francis Fukuyama). Se suponía que todos debían ser norteamericanos buenos y buenos europeos, y ése es el “fin de la historia”. Pero no sucedió así.

–¿Cómo llegó usted a residir en Moscú?

–Lo cuento y me río de mí. Estaba haciendo mi doctorado en la Universidad de California y quería aprender ruso. Eran los comienzos de los años ochenta. La Guerra Fría aún estaba caliente. Para ingresar en la Unión Soviética como estudiante lo mejor era tener abundantes recursos, o ser ciudadano de un país del Tercer Mundo. Yo era de EE.UU., el enemigo. Para estudiar en la URSS tenía que pagar una visa bastante cara, los gastos de viaje y vivienda, y pagar un curso de idioma muy caro (era una buena fuente de divisas para Moscú). Yo venía de una familia de bajos ingresos, y no entraba. Hallé un curso de ruso en Polonia, por lo que decidí estudiar polaco además de ruso. Sin embargo, los polacos no querían conversar en ruso, era el idioma del poder de ocupación. Preferían el inglés, o cualquier otra cosa. Bueno, entre mi arribo en 1981 y varias salidas y regresos, me quedé hasta 1997. También estudié alemán y checo, aunque no los hablo. Mi tesis era sobre el idioma político del movimiento Solidaridad, en Gdansk, que encabezaba el electricista Lech Walesa (1943), elegido presidente en 1990. Lo mío era un ejercicio de análisis de discurso, y de cómo se usaba el lenguaje en la confrontación con el entonces presidente comunista, el general Wojciech Jaruzelski (1924). Cuando completé mi proyecto para el doctorado, no había empleo posible en Estados Unidos. En 1991 dejaron de existir los departamentos de estudios centroeuropeos.

–Recuerdo esos años. Yo era director de una publicación en Inglaterra, Index on Censorship, que se especializaba en la publicación de textos prohibidos en sus países de origen. Y naturalmente venía mucha buena literatura de lo que se llamaban los países de “detrás de la cortina de hierro”. La Fundación Ford, que había aportado generosos fondos para los proyectos de la revista, sugirió en 1991 que dejáramos de publicar, “porque no había más censura”. Bueno, ¿y luego qué hizo?

–El recorrido hasta llegar a Rusia Hoy TV duró casi ocho años. Cuando terminaba un empleo en la Agencia de Informaciones Rusas yo venía mirando cómo se armaba el nuevo canal de televisión de noticias en inglés. Las oficinas estaban cruzando el pasillo. Nos preguntábamos qué irían a mostrar (era un canal local al estilo CNN), si iba a ser “TV Kremlin”, o algo parecido. El primer día que salió al aire, cayeron todas las computadoras. Fue en diciembre de 2005. Me acerqué para ver si podía serles útil. Dos semanas después el vicedirector me llamó para que comentara una nueva ley que afectaba a las ONG extranjeras instaladas en Rusia. Los medios occidentales habían criticado la ley, diciendo que era restrictiva, hasta opresiva. Fui la voz solitaria que dijo que la ley era muy similar a la que estaba en vigor en EE.UU. desde 1936, si bien ahora con modificaciones. Simplemente, Rusia ahora tenía una ley propia, había problemas, y habría modificaciones. A fines de ese diciembre de 2005, a las 11 de la mañana, entré por primera vez a un estudio, y fui entrevistado. Hubo una entrevista ampliatoria a las 12. Al terminar, me llevaron a ver a la jefa, Margarita Simonian, y me emplearon.

–Usted aparece como un vocero del gobierno ruso en entrevistas otorgadas a varios medios, incluyendo Al-Jazeera.

–No represento al Kremlin, no hablo en nombre del Estado, no lo haría y no lo deseo. Lo que digo es mi opinión. Algunos medios, la BBC o Sky News, me invitan a dar una mirada diferente, en nombre del equilibrio. No busco más enemigos de los que ya tengo. En general, si puedo hablar suficiente con la gente, con los colegas que difieren, siempre encontramos bastante en común. Tampoco podría ser vocero de un grupo político. Los partidos en Rusia son débiles. Eso incluye al partido principal, Rusia Unida, que encabeza Putin sin ser afiliado. No tiene ideología, es flexible, es una gran carpa. La oposición es mucho más débil. Se necesitan partidos fuertes. Los políticos son de la generación de la Perestroika, son mediocres, no conocen el poder, y no tienen sentido de responsabilidad. Guste o no, Vladimir Putin asumió una responsabilidad, y tomó importantes decisiones. Creo que el 80 por ciento de la población diría que prefiere a Putin. Lo que aquí tiene éxito es el éxito, como en todas partes. En estas idas y vueltas del periodismo y de sus críticos, con el que no anda muy bien es con el ajedrecista convertido en comentarista, Gary Kasparov. Una vez lo llamé por teléfono, y me dijo: “Tengo dos palabras para usted, fuck you”. Tiene cosas que me molestan. Es un colaborador importante del Wall Street Journal. Tiene derecho a su opinión, como cualquiera, pero preocupa que una publicación influyente como es el Wall Street Journal publique con regularidad una voz que habla solamente para la más pequeña minoría en Rusia. No es que no lo quieran en Rusia, más bien lo consideran un chiste. Trabaja con un grupo que se llama “La Otra Rusia”, otra carpa para gente en la periferia. El problema es que eso incluye a un partido neofascista llamado Nacional Bolcheviques, que es muy militarizado y utiliza símbolos de los bolcheviques y los nazis. Cuando Kasparov viene a Rusia y hace manifestaciones con La Otra Rusia, sin el permiso requerido para las marchas callejeras, se le pliegan estos Nacional Bolcheviques. Me revuelve el estómago. Esta es la Rusia democrática para Kasparov. No pertenecen a una sociedad civilizada. Recibe gran cobertura. Me parece absurdo.

–Usted comentó antes que había estado en Chechenia. ¿Cómo es ahora?

–Estuve una vez, en mayo de 2008. Hubo dos conflictos en Chechenia, uno de 1993 hasta 1996, y otro entre 1999 y 2001. El programa propuesto por Putin es la “chechenización” del país, que significa que se gobiernen ellos, con una tutela. Bajo este arreglo, Chechenia tuvo como presidente a un caudillo que cambió de bando en el 2000, a comienzos de la segunda guerra, Ahmed Khadirov, de 53 años. El arreglo fue que la república sería reconstruida, que Chechenia permanecería en la Federación Rusa, y que no se toleraría el Islam radicalizado, ni de importación. No se permitía el apoyo financiero de afuera. Khadirov fue asesinado con una bomba (que mató a 30 personas) el 9 de mayo de 2004. Su hijo, Ramzan, accedió al poder en marzo de 2007. A mí me criticaron por no haber ido a Chechenia, entonces fui. Me sorprendieron los cambios. Grozny, la capital, que fue demolida a lo largo de las dos guerras, ha sido reconstruida. Los críticos más severos de Putin no estarían en desacuerdo. Eso no significa que las cosas están bien. Hay desempleo, la seguridad es prioritaria, hay mucha gente armada, el presidente tiene su milicia propia de unos diez mil hombres bien armados, entrenados y motivados. Pero por las calles de Grozny la gente dice que no quiere volver al régimen islámico de los años noventa. Hay un ambiente islámico y se ha construido la mezquita más grande de Europa en la capital. Es hermosa. No todos están de acuerdo con la paz actual, hay violaciones de los derechos humanos, y muchos secuestros, pero éstos son entre las bandas chechenias, y no es violencia rusa. La realidad política es dura. Hay que entender los problemas. Yo no diría que Chechenia es una democracia, pero eso puede que venga. No me enceguecen los cambios, pero hay dinero para invertir en el futuro. Hay petróleo, y buena capacidad de refinería. Turquía y la Unión Europea proyectan inversiones. Los turcos han invertido mucho en Moscú.

–Cuénteme un poco de la economía de la última década.

–En 1998, Rusia sufrió una caída financiera catastrófica. Un pequeño grupo ganó mucho dinero, y muchos de los que ganaron eran extranjeros. Rusia hizo un default, no pagó ni siquiera el rescate del FMI, que se repartió entre unos pocos. Había una pobreza enorme, especialmente entre los más viejos, y ellos aún no han participado del progreso. Hay muchos grupos, grandes, que no han sido beneficiados por la modernización. Una mañana vine caminando al trabajo y noté a dos mujeres viejas que se pegaban duro con sus bastones en una pelea por una botella vacía, que cada una quería vender por unos pocos centavos. Se ven muchos puestos callejeros donde la gente vende sus posesiones familiares. Ya no se encuentran cosas muy baratas, como en los noventa, pero esos puestos siguen siendo un signo del fracaso. Se ven niños en el Metro que no tienen caras de niños, son de cuerpo pequeño, pero parecen hombres bajitos y salvajes.

–Eso me recuerda las escenas de la novela Los niños del Arbat (1987), del escritor Anatoli Rybakov (1911-1998). Fue la novela cuya publicación permitió Gorbachov, para denunciar el régimen soviético.

–Puede ser, no sé. Por cierto que hay gente que aún no puede aspirar a los beneficios de una sociedad mejor. Usted sabe a qué me refiero, la familia tipo entrando a McDonald’s, usando “roller blades”, pensando en las vacaciones en el mar, esas cosas. Muchas veces hablo en Russia Today TV para decir que no se está construyendo una sociedad más incluyente, donde la oportunidad sea más amplia. Saliendo de Moscú, a 150 kilómetros en cualquier dirección, se ve la gente que quedó atrás en los cambios. El próximo paso debe ser incluir a esta gente en la comunidad. Rusia tiene la riqueza para hacerlo. Rusia es un país acreedor. A pesar de la enorme caída financiera en todo el mundo, Rusia tiene mucho dinero para defenderse de los problemas serios. Pero tiene que haber una próxima etapa en la que se invertirá en las regiones (provincias).

–¿Cómo impactó en Rusia la crisis financiera global?

–El Estado ruso y la economía se han mostrado resistentes. A medida que caía el sistema financiero en Occidente y tuvo que ser rescatado a gran costo, Rusia demostró que tenía reservas para capear la tormenta. Las bolsas de comercio de Rusia fueron golpeadas a medida que la crisis en EE.UU. avanzaba. Sin embargo, las medidas tomadas por el Estado ruso produjeron una rápida recuperación. Hay algo muy interesante en la crisis cuando llegó a Rusia. Las empresas rusas aún se enfrentan con discriminación cuando quieren salir a la economía global, por lo que su descubierto es limitado. Aquellos que querían que Rusia quedara dañada por la crisis se equivocaron.

–Rusia fue severamente criticada por su acción en Georgia en agosto. ¿Fue un mal cálculo de Moscú?

–No, Rusia hizo lo correcto, lo único que podía hacer. Los EE.UU. armaron al régimen de Georgia. ¿Por qué? Porque esperaban que el régimen de Saakashvili ganaría el conflicto militar y unificaría su país y así Georgia podía entrar en la OTAN. Esto no se podía lograr mientras Osetia del Sur y Abjasia fueran “república escindidas”. Me parece vergonzoso que los EE.UU. y sus aliados en general continúen apoyando al agresor en este conflicto, que es el jefe Saakashvili. El apuntó a las fuerzas de paz y a civiles inocentes. En mi opinión esto es el colmo. Pero bueno, es el estilo de la política exterior norteamericana en todo el mundo.

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