EL MUNDO › ESCENARIO

Assange

 Por Santiago O’Donnell

Julian Assange sigue dando que hablar. Mientras se espera la decisión de una Corte de apelaciones británica sobre su extradición a Suecia para ser interrogado bajo sospecha de haber cometido delitos sexuales, esta semana la editorial escocesa Canongate anunció la publicación no autorizada de la autobiografía del fundador de Wikileaks. Esto se suma a la decisión de Assange de hace dos semanas de liberar la totalidad de los 251.287 cables diplomáticos estadounidenses que antes había filtrado, con gran impacto mediático, a un grupo selecto de diarios y periodistas.

El libro consiste en cincuenta horas de entrevistas con un ghost writer, un escritor en las sombras escocés llamado Andrew O’Hagan. Con las entrevistas O’Hagan escribió un borrador de libro, que fue entregado al autor principal hace seis meses para ser revisado y corregido. Pero Assange nunca devolvió el manuscrito a la editorial. “Lo que siguió fue una serie de promesas rotas. Le dimos libertad a Julian para que él mismo trabaje sobre el manuscrito. Tenía seis semanas para editar y reescribir. En el día que tenía que devolvérnoslo, escuchamos que había perdido todo su trabajo. Después nos dijo que quería cancelar el contrato, pero que no podía devolver el adelanto”, dijo Nick Davies, el director editorial de Canongate, citado por The Independent.

Entonces el jueves pasado la editorial decidió que había llegado el momento de cobrarse la inversión y sacó a la calle el libro Julian Assange: The Unauthorised Autobiography. En un comunicado, Assange dijo que lamentaba la decisión de la editorial y que el libro ofrecía una visión distorsionada de su pensamiento. Pero agregó: “Tengo una amistad cercana con O’Hagan y él me apoya”.

La ambigüedad de Assange es entendible. Es la misma que me manifestó cuando nos reunimos en enero en el palacio de Elingham Hall donde se encuentra recluido en arresto domiciliario desde que Suecia pidió su captura en diciembre pasado. “Estoy escribiendo mi biografía porque no tengo otra alternativa”, me había confesado. Su preocupación contrastaba con el entusiasmo de las dos compañeras de ONG que trabajaban con él en el castillo. Ellas me contaron que estaban muy contentos por el acuerdo que había alcanzado Assange para ser defendido, según me dijeron, por uno de los mejores y más caros bufetes de abogados de Gran Bretaña, amigos del dueño de casa, el reconocido y adinerado periodista Vaughn Smith. Ese acuerdo con la firma Finers, Stephens & Innocent cerraba, por supuesto, con la venta de los derechos de la autobiografía de Assange a un grupo de distintas editoriales por un total estimado de 1,3 millón de dólares, incluyendo el convenio con Canongate por unos 500.000 dólares.

Para defender a su cliente del pedido de extradición, el poderoso bufete británico eligió una estrategia ruidosa y agresiva. Intentaron recusar a la fiscal sueca que lleva el caso por su supuesto activismo político. Denunciaron que el caso estaba armado a pedido de Estados Unidos y que Assange podría terminar condenado a muerte en Guantánamo. Cada audiencia judicial daba lugar a una larga conferencia de prensa de Assange, en la que éste denunciaba una persecución judicial producto de su decisión de liberar cientos de miles de documentos secretos del gobierno de Estados Unidos. La pagina web del estudio jurídico publicó docenas de documentos relacionados con la causa, infiltrando el proceso judicial al mejor estilo Wikileaks.

Pero la defensa hipermediática de Finers, Stephens & Innocent no dio los resultados que Assange esperaba. En febrero un juez británico de primera instancia aprobó el pedido de extradición. La cuenta de los abogados trepaba a más de 300.000 mil dólares y la dedicación al libro le había quitado tiempo a Assange para trabajar en su defensa legal, que era su principal preocupación.

Era tiempo de cambiar. Echó a sus abogados y se acercó a un grupo de letrados vinculados con la defensa de los derechos humanos que se hicieron cargo de su defensa, con Mark Summers a la cabeza. Summers le aconsejó a Assange que bajara el perfil, que suspendiera las entrevistas y las conferencias de prensa y que postergara la salida del libro, donde hablaba de sus encuentros con las suecas, hasta después de la resolución de su caso, lo cual provocó el conflicto con la editorial.

En cuanto al caso judicial, la apelación de Summers dejó de lado el argumento conspirativo para poner el foco en el instrumento legal usado en el pedido de extradición, la llamada Orden de Arresto Europea (EAW, siglas en inglés). La EAW había sido creada en el 2004 para facilitar y agilizar las extradiciones de personas acusadas de delitos graves, incluyendo la violación, el delito que investiga la Justicia sueca en relación con Assange. Pero resulta que este instituto ha sido muy criticado por distintos funcionarios europeos, porque algunos países lo estarían usando para repatriar perejiles.

“Persecuciones fronterizas de ladrones de bicicletas y cuatreros de lechones y de aquellos acusados de faltas triviales están dañando la autoridad de la Orden de Arresto Europea”, dijo en abril pasado Viviane Redingspoke, comisionada de Justicia de la Unión Europea, según el diario The Guardian. El 9 de julio el Parlamento Europeo debatió sobre la aplicación de la EAW. El parlamentario británico Gerard Bratten argumentó que la orden está siendo usada para oprimir a disidentes políticos y agregó: “Por ejemplo, hay muchas irregularidades en el caso en contra de Julian Assange”.

Lo llamativo del caso de Assange, desde el punto de vista legal, es que no ha sido acusado de ningún crimen. La fiscal sueca lo busca para interrogarlo y pidió su captura porque dice que Assange eludió contacto con la fiscalía en reiteradas oportunidades. Summers, el nuevo abogado de Assange, sostiene que todo se podría solucionar con una entrevista telefónica o alguna otra diligencia menos drástica que la extradición vía EAW. “Esto se podría haber resuelto hace mucho tiempo. Hay formas mucho más razonables para hacerlo, que una orden de arresto”, opinó a la salida de la última audiencia, en julio pasado.

Hace dos semanas hablé del tema con el número dos de Wikileaks, el periodista islandés Kristinn Hrafnsson, durante un encuentro de cronistas en Ecuador. Hrafnsson dijo que confiaba en que la Corte de apelaciones denegaría la extradición de Assange. “La demora en decidir nos hace creer que la Corte está pensando en un fallo favorable, porque si quisieran deportarlo ya hubieran aceptado el pedido sueco sin más trámite. En cambio, un fallo negando la extradición sentaría un precedente muy importante y por eso debe ser muy cuidadosa la redacción del fallo. Un fallo a favor de Julian tendría un fuerte impacto en la aplicación de la Orden de Arresto Europea en todos los países miembro y sería un avance importante para la defensa de los derechos humanos en Europa.”

Más allá de la decisión en segunda instancia, el caso podría llegar a la Corte Suprema británica, estirando varios meses su definición. Mientras tanto, Assange sigue produciendo noticias en todo el mundo.

“Aunque puedan parar a Julian o destruir Wikileaks, no podrán detener el impacto que Wikileaks tiene a nivel global”, dijo Hrafnsson. Wikileaks acababa de hacer públicos más de 250.000 documentos. Esos cables ya habían pasado por el filtro de varias organizaciones periodísticas, pero el vocero de la organización no dudaba de que la liberación de los documentos producirá otra ola de información de alto impacto periodístico en las próximas semanas. “Cuando rompimos con The Guardian (en febrero) y firmamos un convenio con The Telegraph, un diario conservador, muchos pensaron que no quedaba mucha información valiosa por revelar. Sin embargo, The Telegraph produjo una serie de notas de tapa sobre las alertas nucleares previas al terremoto de Japón, la persecución de Bin Laden, el atentado de Lockerbie y otras historias que hicieron mucho ruido en Gran Bretaña”, graficó.

Así, aun sin hablar y casi sin buscarlo, Assange mantiene ocupado el centro de la escena. Y sigue sumando enemigos. Además del Pentágono, el State Department y la Justicia sueca, ahora se metió con las editoriales, la Unión Europea y los grandes medios de comunicación.

La inédita decisión de la editorial escocesa de publicar la autobiografía sin su consentimiento –decisión que no fue acompañada por la editorial estadounidense Alfred A. Knopf, que compartía los derechos del libro– abrió un debate sobre los derechos del autor a disponer de su obra. La polémica servirá para vender el libro.

La nueva estrategia legal para frenar la extradición a Suecia, que interpela el sistema de extradiciones de la Unión Europea, coloca a Assange en medio del debate sobre la vigencia de los derechos humanos en un continente cada vez más hostil a los flujos migratorios que impone la globalización, a contracorriente de la tradición garantista que ampara los derechos civiles de los individuos.

La sorpresiva liberación irrestricta de la totalidad de los documentos de Wikileaks, que Assange justificó por una supuesta infiltración del diario The Guardian, permitirá que se conozca lo que distintas embajadas estadounidenses escribieron sobre los grandes grupos mediáticos, información que hasta ahora no se ha revelado porque esas corporaciones controlaban la selección y edición de los cables.

En nuestro encuentro en el castillo Assange me dijo que su vida privada no importaba, que lo que importaba era lo que él hacía con su trabajo y lo que él decía en sus entrevistas y conferencias de prensa. No quería contarle su vida a un ghost writer, odiaba exponerse a los periodistas. Pero al principio de la revolución Wikileaks, hace ya más de seis años, fue Assange quien dijo que los secretos no tienen razón de ser, salvo en los rincones más íntimos de las vidas privadas de individuos indefensos. Salvo esas excepciones, todo mejora con la transparencia. Suena bien, pero hay algo que no cierra y Assange ya se daba cuenta aquella vez que lo conocí y por eso dictaba a desgano su autobiografía. Puede ser que la transparencia te haga más honesto y mejor conocido, pero también expone tus miserias y debilidades. La hipertransparencia va haciendo más difuso el límite entre lo público y lo privado, hasta hacerlo desaparecer. La trampa de Internet es la trampa de los Wikileaks. Por eso su creador sigue dando que hablar, aunque se quede callado y no haga nada.

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