EL PAíS › EL POLICíA MIGUEL ROBLES Y LA INVESTIGACIóN SOBRE SU PADRE, TAMBIéN POLICíA, QUE FUE ASESINADO POR SUS COMPAñEROS EN 1975

“Estuve toda la vida buscando información de mi viejo”

La historia oficial aseguraba que a José Robles lo habían matado los Montoneros, pero una pesquisa del propio Miguel concluyó que el crimen fue obra del Departamento de Inteligencia de la policía cordobesa. El relato clave de un sobreviviente que trabajó en el D2.

 Por Alejandra Dandan

El hombre, que es un experimentado en la investigación de homicidios de la Policía de Córdoba, parece haber encontrado una clave. Lo suyo, dice, fue más bien una búsqueda psicológica: “Creo que uno se busca a sí mismo, no sé si se entiende, por ahí la búsqueda no sólo es externa, sino interna”. Una búsqueda que lo llevó a hacerse policía y a investigar desde los cinco años a los autores del crimen de su padre. Esa búsqueda le permitió volver a situarse a partir de entender de qué lado estaban los asesinos.

En los últimos meses, la historia del policía Miguel Robles sacudió a la provincia de Córdoba. Escribió un libro de apenas cien ejemplares con los resultados de catorce días de una inagotable entrevista con un hombre que por las noches aún se sobresalta o emite gemidos creyendo que todavía está atrapado en un centro clandestino de detención. Carlos Raimundo “Charlie” Moore era integrante del Ejército Revolucionario del Pueblo, capturado y doblegado por el Departamento de Inteligencia de la policía cordobesa. Después de escapar de la D2 en los años ’80, buscado además por las organizaciones armadas por traidor, pasó por Brasil y terminó encerrado en un departamento del norte inglés donde vive todavía. Para explicar a Robles hay que explicar a Moore: hace diez años Robles leyó un expediente sobre crímenes de la dictadura, en ese momento supo que el ex guerrillero era la única persona en la tierra, así lo dice, que podía saber quién había matado a su padre.

José Robles murió asesinado en su auto en las afueras de la ciudad universitaria de Córdoba el 3 de noviembre de 1975. Le faltaban dos materias para recibirse de médico, pero antes que eso era un comisario al que acaban de pasar a retiro, entre otras razones, por haber denunciado de viva voz la muerte de otro policía, uno de sus compañeros que se había negado a sumarse a la represión, pero apareció muerto en manos de un supuesto comando montonero. Robles, además, había husmeado en esos días dentro de la D2 el destino de algunos de sus compañeros de medicina, a los que acababan de secuestrar. El día de su muerte aparecieron volantes en los que un supuesto comando de Montoneros se atribuía el crimen.

“Mi viejo era un gris”, dice Robles hijo. “Yo digo que el blanco o el negro son colores absolutos de los que no abundan mucho en la naturaleza, no era un guerrillero tampoco estaba con los represores, lo mataron por ser un gris. El tiro le entró cuando estaba en el auto familiar, no había plata, la familia quedó abandonada, todo empieza un poco así.”

Robles hijo habla desde adentro de su auto, a mil años de ese momento. Hizo una carrera de policía propia, con ascensos impecables, se hizo especialista en homicidios, ahora no usa armas, es jefe de la División Telefonía del Departamento de la Policía Judicial. Su madre tenía 36 años cuando mataron a su padre, había otros dos hermanos pequeños, y aparecían los primeros síntomas de que algo no estaba en su lugar: cuando su madre fue a pedir la pensión se la pagaron mal y cuando reclamó le pidieron un expediente que nunca encontraron porque para entonces ya lo habían quemado. “De mi viejo no quedó nada”, dice desde ese auto, hablando en un teléfono celular a Buenos Aires. “Adentro de la caja de policía, a ella la amenazan, la estructura de la policía le dice que se deje de hinchar, y ella vuelve a hacer el reclamo un mes después del retorno de la democracia.” El auto entró en sucesión, en una familia con tres niños, durante muchos años quedó hasta con la masilla puesta.

–¿Cuándo tuvo las primeras sospechas?

–A mi papá lo matan, yo tenía cinco años. A esa edad uno no comprende el concepto de muerte hasta que empiezo a darme cuenta de que mi viejo no volvía más y a tratar de saber quiénes eran los que lo habían matado. Insistentemente empiezo a leer de muy chico literatura política para entender qué era Montoneros, quiénes integraban las organizaciones armadas.

En aquellos días, los diarios cordobeses se hicieron eco de la noticia. Publicaron el supuesto comunicado de Montoneros, pero a Robles le llamó la atención un dato: Evita Montonera, una publicación de la organización, repitió las notas, pero lo curioso fue que reprodujeron incluso los datos inexactos. Entre otros, que a su padre le habían anunciado el atentado pero que no hizo caso. “Si habían sido los Montoneros –se preguntó o todavía lo hace–: ¿cómo es que Evita Montonera necesitaba tomar los datos de los diarios? ¿Por qué lo reprodujo de modo tan impreciso? Y lo único que ataba a Montoneros con la muerte era ese comunicado, cuando terminé el secundario, ingresé a la Escuela de Policía un poco en la búsqueda de esto, y los que me conocen saben que estuve toda la vida buscando información de mi viejo.”

La sensación empezó a confirmarse en la Escuela. Los oficiales más grandes que habían estado con su padre empezaron a contarle que a su padre lo había matado la policía. “Para mí fue un choque tremendo”, dice. Buscó más testimonios. Un comisario inspector publicó en esos años un libro con el listado de los policías cordobeses muertos. El autor, alguien que en el prólogo homenajeó de las mejores formas a los peores hombres de la represión, puso en duda sin embargo la razón de la muerte de su padre y el de Simeón Alejandro Douglas Paz, el otro comisario muerto. Decía que el caso era dudoso porque Robles ya no pertenecía a la fuerza y nunca había trabajado en una unidad antiguerrillera. A Douglas Paz lo habían ido a buscar personas supuestamente conocidas que de pronto se convirtieron en guerrilleros y lo mataron. “Escribió que en medio de mucha tensión sepultaron los restos del comisario inspector Douglas Paz, y cuando pregunté qué era ‘mucha tensión’, me explicó que cuando se hacían los velorios por una muerte de los guerrilleros solía haber actos públicos, y en este caso al velorio llegó el ministro de Gobierno pero la mujer de Douglas lo echó gritándole asesino.”

El crimen de su padre sucedió dos meses después. Hacia el año 2000, Robles hijo ya era un especialista penal y uno de los abogados de los organismos de derechos humanos lo visitó para preguntarle por una causa. En ese momento, dice, se encontró el expediente con la declaración que Moore había hecho en los ’80, apenas escapado de Córdoba. Empezó a buscarlo: cambiaba datos a cambio de pistas. “Lo busqué hasta que una voz amiga me pasa a otra voz amiga y encuentro el teléfono.”

Llamó.

–Hello –escuchó.

–Hello... ¿Mr Moore? I’m Robles from Córdoba, Argentina.

Mr Moore de pronto no habló más.

–Hellooo... Hello, ¿Mr. Moore? –decía él.

–Sí, macho –respondió–. Soy yo, hablo español, ya sé por qué me estás hablando.

Robles está convencido de que en ese momento Moore sabía lo que estaba pasando en Córdoba con los juicios. En 2009, la Justicia había juzgado y condenado a los hombres del D2 por el crimen del subcomisario Fermín Ricardo Albareda, colaborador del ERP. “A Albareda lo llevaron, lo ataron vivo en una silla con alambre, le amputaron los testículos diciéndole delante de todos: ‘Los hombres estamos en la tierra por el peso de nuestros huevos, si no tenemos huevos nos vamos al cielo’. Y el jefe histórico del D2 le amputa con un bisturí los testículos, se lo ponen en la boca y lo cosen.” En ese juicio, dice Robles, aparece la idea de ruptura de un tabú, aquello que no eran los de afuera los que los mataban sino que las muertes aparecían entre ellos. Y como ejemplo surgió el nombre del padre de Robles.

“La conversación con Moore fue para mí demoledora, hablamos una hora prácticamente, al último me dice: ‘Mirá a tu papá lo mató el D2, es un hecho, pero yo no confío en los teléfonos, si querés venite y lo hablamos acá, en mi casa’.”

Robles hijo se tomó un avión quince días después. Le llevó todo lo que Moore pidió de regalo: una caja de alfajores cordobeses, yerba y dulce de batata. “Era una persona muy resistida por todo el mundo, no sólo por los grupos represivos sino por la misma izquierda por delator, colaborador y traidor y tenía un tema adicional: tres semanas antes se había curado de una tremenda gripe A, yo iba a encerrarme con él y su mujer en un lugar incierto con una persona acusada de todo.”

–¿Cómo fue?

–Lo que se dio fue algo increíble. Yo llegué a Manchester, él me fue a buscar y me encuentro con un tipo que está parado en los ’70: el pelo largo, camisa grafa color verde, remera verde, jean gastado, botas de montaña: el uniforme del ERP.

–Usted dice que hablaba en tiempo presente...

–Dice “me dice”; “aquel está”. Un lenguaje detenido en ese lugar. Recorremos 120 millas, llegamos a su casa, empezamos una charla medio informal, y no se ordenaba. Yo soy muy de tomar el orden de las cosas para sistematizar la información y él no se ordenaba y cuando le reclamo, me dice: “Esperá”. Tenía un lugar que lo hace acordar de algún modo a las sierras, él era un guerrillero rural, algunos lo tildaban de bandido rural. Ahí tenía un lugar muy chiquitito y ahí nos encerramos diez días y él contándome todo sistemáticamente desde que cae hasta que recupera la libertad. Ahí me di cuenta de la persona que estaba entrevistando y que mi historia queda chica, empecé a tomar conciencia de que es una historia de cientos y cientos de historias que uno no puede comprender que le pasó a uno si no comprende el entorno social y toda una época, desde los preparativos del golpe en agosto de 1975, con un detalle impresionante porque él había sido reducido prácticamente a la servidumbre. Hacía la tarea de revisión de prensa, escribía a máquina, analizaba libros, les clasificaba los secuestros. Pero entonces comienza a tomar notas, es decir era como investigar al asistente de Hitler: había escrito todo en papelitos de cigarrillo y eso luego lo fue sacando.

El relato que hizo Moore en ese momento fue la columna de las causas sobre la D2 cordobesa. “Llegar a Moore era como llegar a las entrañas de la bestia, porque los papelitos, al lado de su memoria, no son nada porque él está detenido ahí adentro, él sigue viviendo las cosas que pasaron y eso que es muy penoso para un hombre es muy provechoso para la causa.” E indica: “Me encuentro con una persona esperando contarle a alguien esto porque no le interesa nada de lo que lo rodea. La razón de su vida, si te tengo que decir, es recordar todo esto, es un poco el sentido, y esto ocurre muchas veces que las personas quedan detenidas en una época”.

Moore declaró en Córdoba la semana pasada. El tribunal incorporó la entrevista con Robles como parte de un relato sobre el que sólo fueron recogiendo nuevos detalles.

–¿Qué le dijo de su padre?

–Me dijo nombres del D2, cómo lo mataron. Que hicieron el comunicado en el D2. El estaba secuestrado en ese momento, yo sabía que si verdaderamente la policía había matado a mi papá, Moore muy posiblemente lo sabía.

Poco antes del crimen, cayó en Córdoba una casa ocupada por una parte de la cúpula de Montoneros, entre ellos Marcos Osatinsky. En la casa había mucha información, pero además papeles membretados en blanco. Moore le contó que con esos papeles comenzaron a sembrar la idea del terrorismo. “Cuenta cómo preparan el golpe para no tener ningún tipo de resistencia: cómo ellos empiezan a sembrar terror porque necesitaban ese terror para poder hacer el golpe. Ponían bombas y se la atribuían a Montoneros, así se sacaban un problema de encima y a su vez generaban ese ambiente de terror. En ese período, se mata a doce policías, no sólo a mi papá. Pusieron infinidad de bombas, y todo lo que era terrorismo de acción directa en la calle. A él lo valoraban, y tenían miedo de que el ERP dejara de operar, necesitaban que opere y esto que de alguna manera derriba la teoría de los dos demonios, creo que es el valor más grande del testimonio de Moore”.

–¿Qué le dijo de su padre?

–Que lo mataron cuatro integrantes del D2, suboficiales que eran los que generalmente mataban. Coincide con otros hechos de policías. Mi papá iba a la universidad desarmado. Se le acercaron, le hablaron y lo tirotearon dentro del auto. El comunicado, según él, lo escribió uno de los que había participado del atentado: Antón, y en la videoconferencia lo dijo cuando todos los acusados estaban en la sala.

–¿A los ojos de los colegas qué lo hacía peligroso?

–Primero, no era toda la policía, sino que era todo este grupo. Moore hizo hincapié en cómo comprometían a todos los policías, por eso es tan difícil investigar. Mi papá no colaboraba, por eso es la cuestión.

–¿Tenía autonomía?

–A mi viejo lo pasaron a retiro porque no estaba de acuerdo con la conducción, él tenía 42 años. Eso le generó un perjuicio económico muy grande, y era síntoma de que “vos no perteneces al grupo”. Siendo oficial tenés que plegarte a una estructura de represión indiscriminada que era una matanza: o seguís o no, o estabas o no. Con la muerte de su compañero empieza a putear mucho. Además, fue a preguntar por sus compañeros de la facultad. Mi mamá le recriminó. El le dijo: “Quedate tranquila que ellos estaban todos vendados y no me podían ver a mí”, cuando en realidad el peligro no eran los tipos que estaban presos sino que eran los que lo estaban recibiendo a él.

–¿Qué significó la búsqueda?

–Saber dónde estoy parado, pero también se produjo un hecho: que todo ha sido muy en soledad porque nunca nadie se interesó por saber nada hasta ahora, hay mucho estigma, o estás de un lado o del otro.

–Usted menciona una grieta...

–Esto abre una discusión porque hay muchos que se están acercando a hablar.

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Miguel Robles es jefe de la División Telefonía del Departamento de la Policía Judicial, en Córdoba.
Imagen: Manuel Bomheker
 
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