EL PAíS › DESPUéS DE LAS OCHO DE LA NOCHE LA PLAZA SE LLENó PARA DECIR ADIóS Y RESPALDAR A LA PRESIDENTA

El día en que compartir el dolor fue necesario

En una convocatoria espontánea y sin la presencia de aparatos políticos, decenas de miles de personas ocuparon la Plaza de Mayo para rendir homenaje al ex presidente y dejar claro el apoyo a Cristina Fernández.

 Por Marta Dillon

Como un peso que se arrastra entre muchas manos, el dolor que se comparte también se hace más liviano. O se convierte en fortaleza. Así está escrito en cada baldosa de la Plaza de Mayo y en la historia argentina desde que un grupo de mujeres convirtió su dolor en movimiento y consiguió nombrar lo que estaba destinado al silencio: la desaparición de sus hijos. Así lo volvieron a escribir con su presencia y con mensajes apurados en marcador sobre papel, en flores atadas a las vallas policiales, en abrazos repetidos e interminables, decenas de miles de personas que no quisieron estar solas con el dolor que generó la muerte del ex presidente Néstor Kirchner.

Nadie podía precisar cómo había surgido la convocatoria, quién había fijado la hora, qué sería lo que iba a suceder allí, frente a la Casa Rosada a las ocho de la noche. Pero el mensaje circuló por teléfonos y computadoras, de boca en boca, a medio camino entre la congoja y un optimismo militante e inorgánico que indicaba que era necesario poner el cuerpo en la calle, tomar la calle, ocupar la Plaza. Congoja por la muerte inesperada de un hombre al que, según las distintas voces, se le debe desde el fin de las leyes de impunidad sobre los perpetradores del terrorismo de Estado hasta el “derecho a una jubilación”. Y optimismo, sí, porque “el proceso que se abrió en 2003 –decía Gastón Gonçalves, bajo la bandera de HIJOS– ya no depende sólo de una persona”. O porque “ahora más que nunca la Presidenta va a saber que no está sola, que estamos los trabajadores para cuidarla”, como argumentaba Jacinto Vila, un hombre que llevaba la bandera del gremio de Canillitas.

Fue en ese vaivén que se acunó anoche la Plaza de Mayo. Entre el abrazo espontáneo para ofrecer consuelo y la mirada en derredor para confirmar que eso que se coreaba podía convertirse en verdad: “El hombre muere, el movimiento es inmortal”. Canto bien dedicado a “los gorilas”, es cierto, “para avisarles que se les va a atragantar el festejo”, como decía un joven de La Cámpora.

De improviso los aplausos tomaban la plaza. Tal vez porque el minuto de silencio que suele ofrecerse a los difuntos era imposible, tal vez porque a pesar de la muerte había algo que festejar: una huella por la que seguir andando.

“Le pegaste al chancho, saltó el dueño, lo demás es chamuyo”, escribía una mujer que podría tener la misma edad que el ex presidente arrodillada sobre un tapiz de papeles y flores en el centro de la Plaza, un círculo bien custodiado por jóvenes militantes de la Juventud Peronista. Ese espacio vacío parecía representar mejor que cualquier otra cosa la ausencia, casi una capilla ardiente improvisada a cuyo borde se llegaba para estar en silencio, prender velas, anotar los nombres de las familias que se despedían tanto como agradecían y, sobre todo, sellaban un compromiso que atravesaba la Plaza con la fuerza de un juramento: “Estamos con vos, Cristina”, “Fuerza presidenta, vamos por la reelección”, “Perdimos un candidato, pero tenemos nuestra candidata”. ¿Quién sería el “dueño del chancho” para la mujer que dejó su sentencia bien acompañada por un ramo de jazmines? “Jueces corruptos, milicos asesinos, la Iglesia, el campo, algunos medios”, describió haciendo un recuento de los distintos poderes a los que Néstor Kirchner primero y Cristina Fernández después le habían rasgado las vestiduras.

“Yo estoy acá porque estoy harta de quedarme callada, ¿sabés lo que me costó aguantarme todo el quilombo con el campo? Lo escuchaba a mi jefe todo el día diciendo que había que sacar a Cristina y yo me tenía que quedar muda. Pero hoy no la puedo caretear, tenía que venir”, dijo Mariela, secretaria y recepcionista en una inmobiliaria. Los relatos del silencio, valga la paradoja, no eran aislados en la plaza del duelo. Al contrario, se desplegaban en historias diversas que dan cuenta de cierto punto de inflexión que la mayoría reconocía a partir de 2003, cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia. “Yo nunca había sentido pasión política como la que vengo sintiendo en estos años y eso lo agradezco, era como que antes no tenía nada que decir sobre lo que pasaba a mi alrededor y ahora necesito estar acá, en la Plaza. Y mañana voy a volver”, se enorgulleció el actor Javier Lorenzo. “Me lo decía mi hija esta mañana: ‘Mamá, antes decía que tenía a mis abuelos desaparecidos y tenías que explicar de qué se trataba, ahora todo el mundo entiende. Y la mayoría respeta’. Lo que cambió a partir de Néstor Kirchner es un modo de escuchar nuestros relatos como familiares de desaparecidos; ahora se escuchan en los juzgados en busca de condenas. Ahora se escuchan y eso cambia la vida de personas concretas, personas como nosotras”, reflexionó Ana cerca de la Pirámide de Mayo, ahí donde la imagen de un ex presidente convertido en Eternauta convocaba tantas lágrimas como abrazos, tantos cantos de apoyo a la Presidenta como expresiones de rechazo al vicepresidente.

“Andate Cobos”, seguido del insulto argentino más popular era el canto mejor aprendido por una multitud inorgánica pero con evidentes deseos de encontrar consignas en las que coincidir. Y esa demanda para que Cobos se desprenda de su puesto tenía tantos adherentes como los aplausos que unificaban a la Plaza intermitentemente. “Es que es injusto, Videla entra caminando a los juicios que se le siguen por haber matado miles de personas, Cobos está tan tranquilo sentado en el Senado y Kirchner muerto ¿cómo mierda voy a creer en Dios?”, clamaba un joven gremialista, motoquero, desolado. “Yo me siento huérfana otra vez”, sintetizaba Lucila mientras a su alrededor asentían otras hijas de desparecidos como ella, que hacían ronda en torno de sus propios hijos sentados sobre el asfalto, compartiendo un picnic de papas fritas y gaseosa. Algo de esa orfandad podía respirarse en una Plaza que se mostraba convencida de poder ofrecerle a Cristina Férnandez la fuerza necesaria para seguir adelante después de perder a su compañero de toda la vida. Aun a sabiendas de que ese mandato de “apuntalar, no abandonar la calle” –como se escuchó más de una vez– necesita expresar el dolor, aunque más no sea para compartirlo. Para que duela menos.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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