EL PAíS › UNA MUESTRA REVELA POCA CONFIANZA EN EL SISTEMA DEMOCRATICO

Democracia en terapia intensiva

La encuesta se realizó en localidades de todo el país y pone en evidencia que el descontento con la corrupción y los últimos gobiernos hizo que el ciudadano perdiera confianza en el sistema democrático que organizó el país en los últimos 20 años.

 Por Raúl Kollmann

La situación parece peligrosa y amenazante: nada menos que tres de cada cuatro argentinos tienen poca o ninguna confianza en el sistema democrático y esa misma proporción no se identifica con la democracia tal como se desarrolla en el país. Para muchos, semejante rechazo abre las puertas a una variante autoritaria o preanuncia la hecatombe de los partidos políticos mayoritarios actuales –el peronismo y la UCR– y el surgimiento de nuevas organizaciones, tal vez transversales –con dirigentes de distintas fuerzas– o directamente surgidos a partir de hombres y mujeres sin antecedentes en la política. La reforma política jugaría el papel del bombero que viene a tratar de apagar el incendio, tal vez porque muchos dirigentes tradicionales sienten que es la última posibilidad antes de que se produzca un terremoto como el que hace unos años arrasó Venezuela –hoy tal vez en reversión– reduciendo a los partidos históricos, Acción Democrática y Copei, a porcentajes inferiores al 5 por ciento de los votos.
Los datos que muestran el temible distanciamiento del hombre común con la democracia argentina surgen de una encuesta realizada por la consultora IBOPE OPSM que conduce Enrique Zuleta Puceiro. El trabajo registra la opinión de 800 personas en 56 localidades de todo el país. La dirección técnica estuvo a cargo de Isidro Adúriz.
En verdad, casi todas las respuestas de los consultados por IBOPE conforman un diagnóstico dramático para los partidos y dirigentes. El 74 por ciento no se siente identificado con la democracia y cree que el resto de los argentinos siente exactamente lo mismo. También tres de cada cuatro ciudadanos piensan que la relación entre los partidos y la sociedad es mala o muy mala. El fenómeno es más fuerte en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires y un poco más leve, por ejemplo, en el nordeste, pero un poco más o un poco menos, el malestar se extiende a todo el país: es lo que explica el alucinante crecimiento del voto en blanco, los anulados y la inasistencia electoral que se registraron en octubre pasado. Como muestra la encuesta, el panorama se agravó notoriamente desde entonces.
En cuanto a cada uno de los conceptos democráticos, la situación es percibida con altibajos: la gente piensa que en la Argentina no hay igualdad ni justicia social, que es mala o muy mala la calidad de los legisladores, los jueces, los gobernadores, los intendentes y los concejales y que es muy mala la organización de los partidos políticos. Hay una evaluación algo menos negativa sobre los grados de libertad, pluralismo, participación ciudadana y federalismo, pero los que opinan bien o muy bien de todos los aspectos de la democracia no suman, en promedio, más del diez por ciento del total.
Muchos intendentes del Gran Buenos Aires auguran que la disconformidad con los partidos abre las puertas a un proyecto autoritario, al estilo del de Hugo Chávez en Venezuela o Alberto Fujimori en Perú, aunque ninguno le pone nombre al supuesto personaje central de esa historia. Por supuesto, en las últimas semanas se desataron los rumores alrededor de Ricardo López Murphy, economistas del menemismo y un supuesto grupo de militares que más parece una fantasía que algo concreto. La mayoría de los encuestadores creen que, tras el Proceso, la imagen de los hombres de armas está muy lejos de recuperarse.
Más probable aparece la posibilidad del surgimiento de nuevas fuerzas y figuras políticas, reagrupamientos de centroizquierda o de centroderecha, recién llegados del campo empresario o variantes distintas de las que hoy existen en el tablero político.
Ante tantos nubarrones que se evidencian en la encuesta de IBOPE, el Poder Ejecutivo –que usó este estudio como una guía– apuró el paso de la reforma política. La prioridad parece la reducción en los gastos, perotambién la transformación del sistema electoral, que .-a los ojos del Gobierno– permitiría la absorción de independientes y canalizaría un poco más la bronca que existe con los dirigentes tradicionales. Si se aprueban algunas de las iniciativas, el ciudadano podrá tachar al candidato que no le guste y, tal vez, se permitiría que un independiente se presente sin el aval de ningún partido.
De todas maneras, nadie desconoce que el futuro inmediato de los partidos y dirigentes se juega en la arena de la economía, la recesión, la desocupación y la incipiente inflación. Si en ese terreno no hay avances, es difícil que los haya en la relación entre ciudadanos y democracia. Lo que la gente quiere hoy, más que nada, es que le solucionen los problemas cotidianos.

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Los cacerolazos fueron el límite de la paciencia de la gente.
La reforma política tiende a apaciguar el descontento.
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