EL PAíS › EL GOBIERNO RESPIRO CON EL DOLAR Y VOLVIO CONFORME PERO SIN PLATA DEL FMI

En el Fondo, todos tiran para su lado

El bajón y el miedo en la corporación política. Cómo le fue a Remes en Washington, según el Gobierno. Las embestidas de petroleras y laboratorios. La fuerza de la lógica corporativa y la debilidad nacional.

 Por Mario Wainfeld

“¿Cómo lo ve al Gobierno?”, indaga el hombre del Gobierno. Luce cansado, y no es una excepción. El sol baña a raudales la Plaza de Mayo, hay algunos manifestantes de surtido pelaje y Página/12, apocalíptica, teme que se derritan.
Página/12 ensaya un gesto de raigambre tana: se encoge de hombros, pone las palmas de las manos de frente al interlocutor, une los labios, abre un poco los ojos. Quiere expresar “qué sé yo” y tal vez lo logra.
“Con el Fondo zafamos, aunque no trajimos guita. El dólar no se disparó... pero no estamos bien” dice el hombre del Gobierno, asumiendo ahora la primera persona del plural.
El temor, el cansancio, la irritabilidad dominan a los actuales inquilinos del poder. Nada queda de la festiva excitación de los tiempos del menemismo o del tono calmo y (delicadamente) autocelebratorio de “gente común trabajando” que imprimieron en sus meses primeros las huestes de la Alianza.
Gestionar es hoy por hoy –como lo fue también en el último año de Fernando de la Rúa– una tarea enojosa e insalubre. Los ejemplos micro abruman. A cada rato, en cada confín del país, un intendente antes huye que renuncia. Los más sonados (en la doble acepción del vocablo) de estos días fueron unos rionegrinos a los que un conjunto de vecinos los obligó a firmar su dimisión. Superado el cuerpo a cuerpo, tal vez la retracten. Pero la escena es potente. Fuente Ovejuna no se banca a ningún comendador y persiste por doquier cacerola en mano o –en el Sur– birome en ristre.
El miedo y el cansancio. En la Rosada esta administración suele anochecer con temores intensos. Hace apenas semanas estaban convencidos de que los cacerolazos derivarían en violentas puebladas. Este lunes miraban en pánico la cotización del dolar. A veces pareciera que se conformaran con poco: que el peso haya perdido en menos de dos meses el 50 por ciento de su valor, los seda. Pero no hay alivio para el stress ni para el temor. En verdad, un recelo más fuerte y más sensato se empieza a notar: este gobierno no solo debe tener algún acontecimiento brutal que rompa la actual inercia. Si se prolonga la actual situación, si la foto de esta semana relativamente plácida se prorroga por un par de meses... ¿Cuánto se aguanta la recesión, la parálisis, la inflación, ciertos desabastecimientos? ¿Cuánto la secuencia de demandas sectoriales, rígidas, innegociables que colman las agendas?
En el Fondo, Remes es bueno
“Tuvimos éxito porque nos proponíamos poco” explica uno de los pocos viajeros que fue a dialogar con el FMI. “Ni soñábamos traer plata y tampoco queríamos inicialar de apuro un compromiso que luego no pudiéramos cumplir.”
Jorge Remes Lenicov hizo un culto de diferenciarse de Domingo Cavallo y cabe reconocerle que lo logró. Una comitiva diminuta, gestualidad educada en cambio de tono de energúmeno, escasas promesas.
Lo cortés, invocan los delegados del gobierno, no quitó lo valiente. “Tuvimos una discusión política. Quisimos imponer que la expresión ‘plan sustentable’ del Fondo es insuficiente. Que hay que hablar de un ‘programa comprensivo’”. Traducido a un castellano menos inficionado de inglés y de jerga económica, lo que –a estar a su relato– postularon los emisarios fue la necesidad de reactivar pari passu con el enésimo ajuste que propone el FMI. “Le dijimos a Paul O’Neill, Anne Krueger y Horst Köhler que ningún ajuste por extremo que sea garantiza equilibrios fiscales en un contexto de hiperrecesión. Que necesitamos herramientas fiscales para salir de la recesión.”
Los emisarios volvieron sin un sí ni un no. Y apenas llegaron acá un par de interpretaciones conviven o disputan en el Gobierno. La de Economía esque ninguna ayuda podrá esperarse si no se mejoran dramáticamente las cifras de los presupuestos provinciales.
En la Rosada varios parecen pensar que es imposible seguir sisando las finanzas provinciales. El Presidente, aseguran los mosqueteros de esa postura, es el primero. “Se lo explicó a Helmut Schroeder, que lo entendió mejor que los americanos, porque él también gobierna un país hiperfederal”, teoriza una fuente. En la Rosada miran el mapa nacional y ponen las barbas en remojo. Ven al gobierno cordobés en severa crisis social y luego política: José Manuel de la Sota rompió su coalición con German Kammerath. Felipe Solá está en un duro tira y afloje con el duhaldismo bonaerense, que se supone integraba.
“¿Hablar de política con los gobernas?” –sonríe un ministro–. “Si lo único que piden es Lecops.” Las razones del interior no son pocas. La recaudación fiscal es una quimera, los sueldos no se pagan. Marzo debería ser el mes en que se inician las clases. Un país sin escuelas es una fuente de malhumor social más transversal y policlasista que el corralito, y ese escenario está ahí nomás, a un par de semanas vista.
“¿Se imagina si las clases no arrancan en la provincia de Buenos Aires?” pregunta un importante funcionario nacional que –como tantos– es oriundo del conurbano. No espera respuesta y queda claro que él sí se lo imagina.
Otras pulsiones atormentan al FMI y, tal parece, a Remes Lenicov. Lo suyo no es la consunción de los gobiernos provinciales sino el eventual rojo de sus cuentas. Hace poco más de una quincena la última misión del FMI acuñó toda una novedad. Su principal representante Claudio Loser dialogó mano a mano con gobernadores de provincia. Loser es argentino, mendocino por más datos y su coterráneo el Ministro del Interior Rodolfo Gabrielli (que lo conoce desde la facultad) articuló los encuentros. La lectura del gobierno por entonces fue optimista “escucharon, atendieron razones”. Actitud, porfían en la Rosada y en Hacienda, que también dispensaron a Remes en Washington. El punto es que, tras los buenos modales, el FMI no abre su faltriquera y el gobierno necesita como el maná algún apoyo financiero para sustituir al exánime sistema bancario.
La dureza de los organismos internacionales hace que algunos protagonistas boguen entre la teoría conspirativa y la desazón. “Quieren voltearnos, somos un mal ejemplo para el mundo, quieren hacernos pagar”, musitan por momentos. Otros, atónitos, se indagan “¿por qué se ensañan así con nosotros?” En sus estertores el gobierno aliancista supo incubar similares reflexiones. “Nos pegan demasiado”, decía a sus íntimos Chrystian Colombo, “no me explicó por qué tanto”. Su desazón evoca como lo hace una gota de agua con otra a la de los nuevos ocupantes de la Rosada.
Ningún fenómeno complejo se deja explicar en forma lineal o monocausal. Pero lo primero es lo primero. El FMI y el gobierno argentino no tienen idénticos fines ni intereses. Al FMI no tiene por qué interesarle la honra, la libertad, la decencia o las libertades públicas de mujeres y hombres que pueblan este suelo. Y sí le importa, sobremanera, que Argentina ha tomado créditos internacionales por arrobas, que es recordman mundial en esa materia y en la –fastidiosa– especialidad de no devolverlos.
La maldad, las conspiraciones nunca están ausentes en las relaciones políticas. Pero lo primero, lo más palmario es la tensión y diferenciación de intereses. Una cuestión de manual.
La lógica del Antón Pirulero
El Gobierno no necesita mirar tan al norte para percibir la crueldad de los poderosos, ni la dificultad para armonizar intereses contrapuestos. El nuevo tablero económico resucitó a sectores que, ungidos en futuros ganadores, muestran las uñas y retacean toda cooperación. La semana que hoy termina mostró a los laboratorios embravecidos ante la mención de disponer que las farmacias puedan expender genéricos. Una medida tan socialista que hasta se aplica en Estados Unidos detonó un nivel de presiones que hizo zozobrar a más de uno.
Pero eso fue nada comparado con la furia de las petroleras. Tímidamente el gobierno decidió aplicarle retenciones. Cobrarle a los exportadores exitosos es una medida de libro, imprescindible para armonizar desigualdades y conseguir divisas. Los que ganan (es una forma de decir) en pesos solo pueden tributar en pesos y cada vez menos. Es obvio que los nuevos sectores de punta tienen que aportar algo, si se pretende que la Argentina siga siendo un país. Pero estas pampas tienen una larga tradición de cerrilidad de algunos de sus sectores productivos, por así llamarlos. Empresarios beneficiados por una actividad extractiva, sea agrícola, ganadera o petrolera, poco expertos en adunar valor agregado o generar trabajo, suelen asociar sus superganancias con el interés común. En este suelo, los que ganan son hiperliberales, una vez que el estado le despejó ciertos obstáculos.
Las amenazas del empresariado del petróleo son también de libro: aumento de tarifas y despidos masivos. Puestos a presentar pliegos de condiciones contaron con la adhesión de los sindicatos del rubro y los gobernadores de las provincias regadas por oro negro. Este neocorporativismo, que cruza trabajadores, poderes políticos locales y empresarios merece una lectura política antes que un juicio moral. La fragmentación es tal que los sindicatos se llevan mejor con sus patrones que con su “clase” o, así más no fuera, con la CGT o el gobierno peronista- radical. Y los gobernadores, ante la carencia absoluta de un proyecto nacional, devienen cuasi gerentes de las empresas afincadas en su provincia. El punto es que no existe nación ni estado si no se socializan los beneficios sectoriales.
La retención es, antes que correcta, una medida ineludible. Pero queda claro que eso no evitará que Bulgheroni, el dato es casi literal, abra a patadas despachos oficiales amenazando poner miles de trabajadores en la calle. Y tras los muros de la frontera agrícola vuelven a oírse sordos ruidos de corceles y de aceros: los entes “del campo” no admitirán –Dios nos libre– pagar gravámenes sobre sus resucitadas exportaciones.
La semana que viene exportadores extractivos intentarán hacer tronar el escarmiento. Y las privatizadas de servicios buscarán retomar posiciones, incómodas por haberse bajado del podio después de ocuparlo en triunfo en el decurso de una década infame y necia.
La vida cotidiana del gobierno es una secuencia de lobbies insaciables y dispuestos a todo. Tupacamarizado, el oficialismo suele cambiar de política después de cada pulseada. Julio Nudler lo escribió inmejorablemente, ayer mismo, en este diario: “Son interminables las sucesiones de audiencias en las agendas de los funcionarios. Todos piden y van por todo, en una guerra entre caníbales donde la licuación es el gran trofeo. Ninguna declaración oficial los detiene. Tampoco decisiones o medidas porque las consideran a todas reversibles. Es la lógica del cacerolazo, pero muy a otro nivel”.
Prima la perversa lógica del Antón Pirulero, cada cual tira para su lado. Los intereses sectoriales encuentran rápido su discurso, sus adalides, sus amenazas. El discurso del conjunto es más peliagudo de plasmar, porque alude al futuro y no al cerril apego al presente.
Vértigo al final
Cualquier indicador nacional da vértigo. El jueves se conocerán los datos más recientes sobre pobreza extrema. Algo adelantó ayer Jorge Todesca (ver nota al lado). Los números meten miedo.
El Gobierno ha elegido beneficiar al .partido de la producción.. Ya le ofrendó una licuación machaza de pasivos y en estos días le garantizó unexcesivamente generoso seguro de cambios. El gran empresariado saldó con enorme rédito su pasado y tiene garantizado un buen futuro. Dos prendas esquivas para la mayoría de los argentinos que viven un atormentado, perpetuo presente.
Todos los gestos de los beneficiarios del terremoto ocurrido en la Argentina hacen sospechar que .juegan. para la inflación. Ya la hay y licua los de por sí exiguos salarios de los .privilegiados. que aún cobran por sobre. Las dos CGT por ahora cavilan ante el fenómeno. Los rebeldes de Hugo Moyano parecen haber perdido toda brújula. Su jefe no se “halla” cerca de un oficialismo que atomiza los sueldos. Por añadidura, está bajoneado: la calle –su territorio– está poblada de gente que lo insulta ni bien lo ve.
El FMI en un extremo, los vecinos con cacerolas en otro. Las mediaciones políticas han caducado y el ágora argentino es un desfile de reivindicaciones que se postulan como innegociables e impostergables. Aún medidas atinadas como la búsqueda de ciertos pisos de recaudación fiscal chocan con una sorda resistencia social o con una estentórea resistencia corporativa.
Los privilegiados, desde el FMI hasta los ganadores del viejo o del nuevo modelo, tienen sus recetas para gobernar la Argentina. Habrá que ver si el gobierno –que por momentos parece un conjunto de petisos jugando al basket contra un star team de la NBA– encuentra la suya. Para lo cual es condición necesaria saber que ninguna de esas recetas contempla (antes bien, se nefregan en) los complejos intereses de los argentinos de a pie.
Para colmo de dificultades, comprenderlo es condición necesaria pero no suficiente.

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