EL PAíS › EX DETENIDOS VISITARON EL CENTRO CLANDESTINO EL OLIMPO

Para recordar el horror

La prisión secreta está al lado del centro de verificación de autos en Floresta y pronto será un lugar de la memoria. Un grupo que la padeció la visitó para ayudar a reconstruirla.

 Por Victoria Ginzberg

Claudia Pereira sube y baja por la escalera con los ojos cerrados. Apoya su mano derecha en la baranda, como hizo hace 26 años. Pero entonces tenía los ojos vendados, la guiaba algún represor de El Olimpo y en la planta baja había otros secuestrados en similares condiciones: tabicados, encerrados, torturados. Claudia vuelve al lugar, deshabitado y abandonado, con algunos de sus compañeros que sobrevivieron. Buscan huellas de lo que fue el centro clandestino para el futuro de un espacio para la memoria.
En el predio lindero a lo que fue El Olimpo funciona todavía una planta verificadora de autos de la Policía Federal, pero hace dos semanas que el gobierno nacional y el porteño acordaron que el sitio será desalojado para un espacio en el que se recordarán los crímenes que allí se cometieron. El viernes, la subsecretaria de Derechos Humanos porteña, Gabriela Alegre, e Isabel Fernández Blanco, ex detenida y representante de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, recorrieron el lugar junto a algunos sobrevivientes. Página/12 los acompañó.
El portón metálico de acceso a El Olimpo sigue allí. Lo primero que llama la atención al trasponerlo es el montón de basura que anuncia el olor que se siente poco después. Resalta por lo limpia una virgen de Luján pintada en unos azulejos cerca de la entrada. Los testimonios que se conocieron desde 1984 mencionaban la imagen. “Pero en esa época era de yeso, como una estatua”, describe Isabel Cerutti, que llegó a El Olimpo en agosto de 1978, cuando la trasladaron desde otro centro clandestino, El Banco.
Las celdas ya no están. En lugar de los “tubos” y los calabozos hay un estacionamiento bajo un tinglado. Pero, para los que saben ver, en las paredes todavía están las marcas. Cuatro mujeres se paran a un metro unas de otras y discuten la ubicación de las celdas. Conjuran un pasado doloroso y bromean para enfrentarlo. “Acá habitan los fantasmas, que no son precisamente los del Roxy, y van a seguir habitando. Son los que pasaron y ya no están, esto tiene que quedar en memoria de ellos, así como por ellos se tiene que hacer justicia, una justicia que se demora”, señala Susana Caride, que fue secuestrada el 26 de julio de 1978. El sector de los “quirófanos” (salas de torturas), la enfermería, la cocina y la sala de inteligencia está en pie, aunque modificado. Todavía se ven en el techo bajo de cemento las pequeñas aberturas cubiertas con un enrejado de metal por el que los prisioneros podían espiar los pasos de los guardias en el piso superior. Caride señala una puerta: “Creo que me trajeron por acá, para hablar con Paco y Soler (dos represores). Querían saber qué pasaba en la ESMA. Y yo qué sabía, si me trajeron como a un paquete”, cuenta.
La planta superior es un fragmento del centro al que la mayoría de los ex detenidos no tuvo acceso. Pereira es la única de los presentes que subió las escaleras estando secuestrada. La llevaron con otras tres para que bailara con los represores. Subieron con los ojos vendados y así se quedaron durante todo el tiempo que duró la fiesta de sus captores. Hoy mira el espacio de la planta alta y recuerda sonidos: música, ruidos de copas que se chocan, retazos de conversaciones. El sitio se puebla de espectros. “Acá se repartieron el botín de Fassano”, informa Caride mientras sube una segunda escalera. Carlos Fassano fue secuestrado junto a su mujer, Lucila Révora, en octubre de 1978, en un operativo que dio lugar a una pelea interna entre los represores y que terminó con un insólito sumario encargado a uno de los detenidos.
El 11 de octubre de 1978 los vecinos de Floresta fueron sacudidos por el despliegue de miembros del Ejército, la policía, la Gendarmería y el Servicio Penitenciario frente a la casa de la calle Belén 335. Allí fue fusilado Fassano y secuestrada Révora, que estaba embarazada de ocho meses. El operativo duró más de una hora e incluyó granadas y un helicóptero. Los represores tenían grandes expectativas porque le habíanarrancado en la tortura a un detenido que allí había 150 mil dólares. Según el relato del ex gendarme Omar Torres, en la patota se pelearon por el botín a punto tal que algunos tiraron una granada cuando otros estaban en la casa. Murió el principal de la Federal Federico Corvinos y fueron heridos el capitán de Ejército Enrique Del Pino (Miguel) y el oficial del Servicio Penitenciario Juan Carlos Avena (Centeno). Osvaldo Acosta, detenido en El Olimpo, relató que los represores discutieron muy fuerte porque la plata no aparecía. Como Acosta era abogado, un prefecto de apellido Cortez le encargó que hiciera un sumario. “Me encontré en la particular situación de interrogar a mis secuestradores. Y hasta tenía facultad para dictar el sobreseimiento, lo que tuve que hacer al comprobar que no podía demostrar la existencia del dinero. Cortez, agradecido, me regaló chocolatines”, relató Acosta en el juicio a las Juntas.
Como el resto de los sobrevivientes que recorre el lugar, Juan Gillén –serio, canoso y enfundado en una campera de cuero negro– observa el sitio con mirada casi científica. Acompaña a los arquitectos del gobierno porteño que anotan y sacan fotos. “Hemos estado armando el rompecabezas y reconocimos varios lugares”, señala con expresión y voz neutras. Ante una pregunta, se apoya sobre sus muletas y su recuerdo es para José Poblete, junto a quien participó en la fundación del Frente de Lisiados Peronistas. Poblete, su mujer Gertrudis Hlaczik y su hija de ocho meses fueron secuestrados el 28 de noviembre de 1978. La niña fue apropiada por el militar Ceferino Landa y fue hallada veintidós años después. Por este hecho el juez federal Gabriel Cavallo declaró la inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y abrió un proceso que culminó con su anulación por el Congreso. El caso Poblete es una muestra de la crueldad que tenían los represores de El Olimpo, también señalados por el especial ensañamiento hacia los detenidos judíos. Según otros testimonios, además de las torturas habituales, a Poblete lo arrojaban al suelo desde lo alto sabiendo que la falta de piernas le impedía evitar golpearse al caer.
El recuerdo de todo esto se cristalizará en ese espacio luego de que la policía desaloje el predio donde se verifican autos. El destino del sitio será consensuado con organismos de derechos humanos y vecinos, que desde hace años reclaman que el ex centro clandestino sea preservado y la policía desocupe el sitio que transformó en casa de tortura y muerte.

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El Olimpo estuvo al mando de un mayor y bajo la esfera de Guillermo Suárez Mason.
Un equipo de arquitectos trabaja hoy para ubicar celdas, cámaras de tortura y oficinas.
 
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