ESPECTáCULOS › LA SEPTIMA FECHA DEL QUILMES ROCK

El día que Ferro fue hogar de todas las tribus heavies

Llenando el vacío de la edición 2003, la jornada del sábado tuvo todo para el amante de los géneros y subgéneros duros.

 Por Cristian Vitale

Rock pesado ortodoxo o heterodoxo, veloz o elaborado, frontal o experimental, más yanqui o más inglés, por viejos o adolescentes. Punk rock callejero o sutil, melodioso o explosivo, suburbano o de laboratorio, ramonero o no... durante la séptima fecha del Quilmes Rock, el sábado, confluyeron las más diversas tendencias duras del rock and roll, completando casi todos los casilleros estilísticos que el festival –a diferencia de la edición pasada en la que el metal fue ignorado– pretendió llenar con su agenda. 18 bandas y casi 20 mil personas reafirmaron pertenencias en paz y bajo un mismo color exteriorizado en banderas, camperas, remeras y jeans: el negro. Fue la jornada en que las pesadas cruces de Black Sabbath se mezclaron con decenas de skaters, fanáticos de los Ramones, otroyoianos alternativos y adolescentes pro Offspring sin que nadie saliera herido.
Con la ausencia no menor de Almafuerte, el metal argentino cantó presente a través de varios de sus grupos más representativos. Casi toda la genealogía se manifestó a través de protagonistas directos o reencarnaciones que mantienen la llama encendida por V8 allá lejos. Mención de honor merecen Claudio O’Connor y su banda: encargados de abrir el escenario principal, combinaron dosis de potencia e imaginación imprescindibles para encender la adrenalina que las huestes necesitaban para no morir de inanición cervezal. El comienzo del set fue suficiente para revalidar la apertura que el pelilargo frontman expuso al dejar Malón en busca de nuevos aires. Fue mediante una versión que en su momento dio mucho que hablar: Eleanor Rigby, el clásico beatle que O’Connor rearmó a su manera en Dolorización. Con cortes y quebradas en su voz y sin que se le corriera una gota de rimel de los ojos, el ex Hermética edificó un show impecable por fortaleza y despliegue.
El más puro de los Riff, Vitico, exhibió otra veta pesada con su flamante banda familiera, que incluye hijo y sobrino. Con impronta y pose de viejo rocker al que las nuevas tendencias lo tienen sin cuidado, se plantó en escena con tres guitarras, bajo y batería, y, durante 45 minutos, llevó a sus seguidores de paseo por las rutas argentinas. Sonido machacoso y valvular, groupies cuarentonas y un sonido sin artificios sirvieron para no olvidar cómo era rockear cuando el rock era cosa de pocos. Lástima que su set se encimó con el de Nativo y obligó a dividir oídos. En rigor, la banda de dos “ex” muy referenciados (Gustavo Rowek, V8 y Rata Blanca; Sergio Berdechevsky, Rata Blanca), reventó de gente el escenario 2 con una propuesta que se cocina hace tres discos. Con cantante carismático (Carucha) e hinchada propia, el cuarteto histeriqueó con V8, pero optó por temas de su cosecha que suenan más a Faith No More que a la banda pionera del metal patrio. Una sorprendente performance de los crudos mendocinos mimados por Las Pelotas, Bela Lugosi, el rock inflamable de Totus Toss y la profesionalidad de Rata Blanca completaron la propuesta.
Con la ausencia tampoco menor de Attaque 77, la escena punk rock agregó distintos aderezos. Cadena Perpetua fue el que más gustos imprimió, inclusive restándole sabor al principal. Con casi 15 años de trayectoria, cuatro discos y prestigio under innegable, la banda llenó de exaltados punkies el escenario 1. A fuerza de temas cortos y contundentes, punk melódico, y un despliegue escénico transpiradísimo –y pese a un sonido imperfecto– la banda mantuvo cautiva a su audiencia con pequeños himnos que la grey canta de memoria. Con menos seguidores, Expulsados –¿los Ramones argentinos?– se plantó como en el patio de casa y, a caballo de canciones fugaces sobre amores frustrados, coros afinados y estribillos contagiosos, transformó Ferro en un pequeño pub neoyorquino. Dos Minutos agregó elementos de caos, agite y exceso de copas sin los cuales sería imposible la pervivencia del género. Emociones y recuerdos se mezclaron con explicación sólida para otra de las variantes del estilo: después del show de El Otro Yo, Ezequiel Araujo ratificó lo anunciado en la página web: su retirada. Así, el set del grupo de Temperley tuvo todos los condimentos afectivos de una despedida. Luego de 18 temas con buena presencia del disco Colmena, más clásicos siempre festejados como No me importa morir o La música, las chicas sensibles no ocultaron el brillo en sus ojos mientras Cristian Aldana y Eze cantaban a dúo la intro de Alegría, único bis y tal vez último de El Otro Yo como cuarteto.
¿Fue The Offspring el plato principal, entonces? Cuando los californianos salieron a escena, muchos metaleros abandonaban Ferro como si todo hubiese terminado con Rata Blanca. Otros, tal vez reparando en el valor de la entrada, fueron hacia atrás o se sentaron en los tablones del sector Saccardi de la popular para ver de qué se trataba. En cambio, una muchedumbre de adolescentes se puso en línea de pogo cuando Dexter Holland, Noodles, Greg Kriesel y Ron Welty (con su batería pintada con los colores de Argentina) marcaron los primeros acordes de Neocon, tema del último disco, Splinter, a cinco años de su última visita al país. Pese a sus casi 20 años de existencia, el punk de la banda sigue teniendo el espíritu despojado de los comienzos... nada que pueda interesar al rockero (pesado) argentino medio, en verdad. El show alternó clásicos movilizadores con temas de dudoso gusto como Walla Walla o Ska.

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Rata Blanca, junto con otros grupos, cerró la jornada.
 
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