EL PAíS › LO QUE SE VIO Y SE ESCUCHó EN LA PLAZA

Todos con la misma bandera

“¡Bajen los carteles che, bajen las banderas!”, gritaba Mirta, furiosa porque empezaba a hablar Cristina Fernández de Kirchner y no podía verla. Sus cuatro hijos –ya grandes– andaban “por ahí” mientras ella, empecinada en encontrar la figura de la Presidenta, desaparecía entre la gente que en promedio le llevaba una cabeza. Mezclada entre las distintas agrupaciones que coparon el centro de la Plaza de Mayo, fue una de las tantas personas que vino desde el conurbano bonaerense en los micros de los intendentes. A la derecha, sobre Hipólito Yrigoyen, en una gran columna de la CGT, los sindicatos ocupaban toda la calle, desde Balcarce hasta Bolívar. Banderas de camioneros, remeras con la cara de su secretario general, Hugo Moyano y sus uniformes de trabajo identificaban al sector más “pesado” de la manifestación. A la izquierda, sobre Rivadavia, se apostaban los mal llamados “piqueteros K”: el Movimiento Evita, la Federación Tierra y Vivienda, Libres del Sur, entre otros. Las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo se ubicaron en el centro, delante de la Pirámide. El escenario se completaba con los gigantes pasacalles de los viejos y nuevos intendentes de la provincia de Buenos Aires.

Antes del discurso, la música de Mercedes Sosa se mezclaba con el sonido incesante de los bombos, silbatos y redoblantes. Juan gritaba para hablar con la persona que tenía enfrente: “Tenemos que volver a recuperar nuestra riqueza porque, desde los ’70 hasta acá, nos han destruido”. A sus 74 años, fue solo a la plaza para “defender al Gobierno de los oligarcas que son la continuación de los militares”. Está jubilado, fue empleado del ferrocarril y militó en el PJ de Capital, en la circunscripción 19. “Ahí nunca pudimos ganar, salvo cuando volvió el general Perón, en el ’72. Entonces sacamos el 62 por ciento. Pero claro, nunca más, porque la 19 es la de Barrio Norte”, explicaba.

Desde temprano las voces cascadas de los actores Coco Silly y Daniel Aráoz sonaron por toda la Plaza. Cuando se acercaban las 16, prometieron leer todas las banderas a cambio de que las bajaran para que todos pudieran ver. Algunos manifestantes se empezaron a impacientar ante el anuncio de una “pequeña demora” en la llegada de la Presidenta: “Esto no arranca más”, decía uno mientras sostenía una bandera argentina. “Va a arrancar a las cinco”, le anticipó un compañero, como si hubiera hablado con los organizadores. A minutos de la hora señalada ambos estaban entonando el Himno Nacional, con las manos en alto y los dedos en V, como muchos otros. “Soy del campo”, se leía debajo de la sombra de un toro, en una remera gris de letras rojas pegadas con cinta. “Nacional y Popular”, concluía más abajo.

Algunos guardapolvos blancos podían verse entre la gente. Eran docentes afiliados a Suteba, un sindicato que no es afín al Gobierno. “Ha comenzado muy lentamente la redistribución de la riqueza y venimos para darle la oportunidad de demostrar que lo va a hacer”, explica Cristina, una maestra que hace dieciocho años da clases en la localidad de Avellaneda.

“Me compré la correspondencia entre Perón y Cooke por 10 pesos”, cuenta Matías, de 21 años. Es militante hace seis del Partido de la Victoria, estudia Ciencias Políticas en la UBA y se encontró con la superoferta a la vuelta de la librería donde trabaja, frente a Tribunales. “Yo vengo a apoyar al Gobierno –dice–, a apoyar las retenciones como forma de contener la inflación. Además, me emociona ver al pueblo en la plaza.”

Oscar y Benita sostenían un cuadro de un paisaje del norte argentino. Lo mostraban del revés, donde habían pegado una cartulina rosa y escrito “Apoyo a la mujer”. Ambos son representantes de la comunidad indígena de Salta, residentes de San Antonio de los Cobres, por donde pasa el Tren de las Nubes. “Nosotros siempre fuimos tratados como esclavos, el peón rural es el peor tratado de todos”, explican. Para ellos la crisis fue positiva porque logró sacar a la luz problemas ecológicos que sufrió su provincia luego de la sojización. Aseguran que “hay mucho poder por parte del campo” e incluso hay gobernantes que tienen sus intereses en la plantación de soja, “como el ex gobernador salteño Juan Carlos Romero”.

Informe: Sebastián Abrevaya

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Imagen: Alfredo Srur
 
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