EL PAíS › ANTES DEL FALLO, LOS ACUSADOS HICIERON SU DESCARGO

La arenga final de los dos represores

 Por Ailín Bullentini

Luciano B. Menéndez, Luis Fernando Estrella.
Imagen: Télam.

Con un hilo de voz, el represor Luciano Benjamín Menéndez le respondió al presidente del Tribunal Oral Federal de La Rioja que sí tenía algo para decir. “Soy inocente. No tuve nada que ver con la muerte de Angelelli”,

inauguró sus últimas palabras en el juicio en el que finalmente fue condenado a prisión perpetua por el asesinato del obispo y el intento de asesinato del ex sacerdote Arturo Pinto. El sobreviviente fue el más atacado por el otro acusado, el también represor Luis Fernando Estrella, que en tono de arenga castrense lo acusó durante su última exposición de ofrecer un falso testimonio para encubrir su propia responsabilidad. El público perdió la paciencia en más de una ocasión frente a las provocaciones de los dos acusados, quienes negaron culpas a través de la descalificación de las partes acusadoras. “Asesinos”, “justicia”, les gritaron.

Vía teleconferencia desde la cámara federal de Córdoba, desde donde presenció todo el juicio, Menéndez insistió en que no tuvo responsabilidad en la muerte del obispo de La Rioja. El ex titular del Tercer Cuerpo del Ejército basó su inocencia en los informes policiales elaborados no bien sucedió el atentado. Para Menéndez, los testigos que contaron frente al tribunal la persecución que sufría la diócesis del obispo, sus cartas denunciando aquello e incluso el testimonio de Pinto, no tienen valor. Negó, además, haber conocido a Angelelli, aunque en los documentos aportados por la Iglesia en el juicio aparece descripta la reunión que mantuvieron.

Estrella fue todavía más provocador. “No vengo a defenderme, sino a desenmascarar mentiras y falsos testimonios”, comenzó su acartonada lectura de lo que él llamó su “alegato personal”. Incluyó descalificaciones a querellantes, abogados acusadores y fiscales, confundió “escena del accidente” con “escena del crimen”, lo que le valió respuestas del público, y culminó con un análisis de por qué la doctrina de la Iglesia Católica “no acepta en su interior a las banderas nazi, liberal ni comunista” y la oración de San Francisco.

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