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“Desde que nací hasta que me fui, ellos a mí me destruyeron la vida, entonces no quiero que me la sigan destruyendo.” Eso le dijo Paula a Página/12 un año atrás, cuando fue entrevistada en el hogar donde vivía. La Justicia acababa de aceptar que fuera querellante en la causa que involucra a sus propios padres y a los hombres que la forzaron a prostituirse.
Para Paula, las cosas habían ido mal de entrada. Contó que su padre tenía “otra familia” y sólo aparecía de vez en cuando por su casa. Mencionó abusos sexuales de personas vinculadas con sus familiares y un peregrinaje por distintas casas –una tía, una abuela– y hasta por un instituto de menores, en una oportunidad en que fueron recogidas en la calle con su madre.
Cuando tenía trece años hubo en su casa una fuerte pelea por problemas económicos, ya que no había dinero ni para los pañales de su hermana, entonces de un año y medio. Fue en ese momento, contó, cuando su padre le dijo que debía ir a trabajar a un departamento cuidando chicos. Allí fue donde empezaron los abusos, que siguieron en otros dos departamentos, en los que debía tener relaciones sexuales con distintos hombres. Según Paula, su madre estaba al tanto de todo lo que hacía: “Me decía que si no lo hacía mi hermanita iba a pagar las consecuencias”. La mamá, agregó, le pegaba mucho. “Cuando lloraba la encerraba en el baño con la luz apagada. Yo no podía hacer nada, porque me pegaban también a mí. Cuando ya no vivía ahí y volvía, veía que mi hermanita estaba con moretones. “Las expectativas por el destino del proceso judicial, muy altas en un comienzo, se enfriaron para Paula por los extensos tiempos de la Justicia: “En un momento yo tenía mucho interés por la causa –le dijo a este diario–. Pero ahora no me interesa tanto, lo único que me importa es que estemos bien mi hermanita y yo. Para mí es como si ellos se hubieran muerto”.