ESPECIALES

Como antes, varios escalones atrás

Por Atilio A. Boron*

Cumplido un año desde los atentados del 11 de setiembre del 2001, ¿cuáles han sido sus principales consecuencias, especialmente para la Argentina? Digamos, para comenzar, que en términos generales lo que ocurrió fue un significativo reforzamiento del unilateralismo norteamericano. Esto se tradujo, entre otras cosas, en una marcada derechización del discurso y las políticas concretas de la Casa Blanca en materia de derechos civiles y libertades públicas; una creciente intolerancia en relación a las voces disidentes que dentro de los Estados Unidos se oponen al nuevo consenso belicista del neoliberalismo armado, y, en consonancia con esto último, una peligrosa militarización de la escena internacional. Sin embargo, sería erróneo concluir que esta exasperación guerrerista es tan sólo producto de la inédita agresión perpetrada en el corazón mismo del imperio. De hecho, ya con anterioridad a este acontecimiento se habían manifestado las tendencias arriba señaladas y cuya génesis es preciso buscar en el agotamiento del ciclo especulativo de los noventa. En consecuencia, la derechización del gobierno norteamericano debe menos a la obra de Bin Laden y sus acólitos que al carácter artificial de la denominada “prosperidad de los noventa”, cuyos verdaderos alcances fueron puestos claramente de relieve a partir de la sucesión de escándalos que salieron a la luz pública luego del sonado caso de la Enron. A esto es preciso añadir la bancarrota de gran parte de los fondos de pensión encargados de asegurar el disfrute del American dream a los asalariados norteamericanos (tema sobre el cual la prensa de la llamada “comunidad de negocios” ha mantenido un incómodo silencio) y que originó la reciente antidemocrática decisión de elevar hasta los 65 años la edad mínima para acogerse a una jubilación. Las fenomenales repercusiones internas que podría llegar a tener la irrupción de este tema en un año electoral no requieren de mayores esfuerzos y explican, en buena medida, la demencial obsesión belicista del presidente George W. Bush por atacar Irak, con o sin el consentimiento de las Naciones Unidas. El derrumbe del neoliberalismo en el centro no hace sino reforzar el carácter fuertemente imperialista del sistema internacional, algo de lo cual deberían tomar nota algunos intelectuales de izquierda extraviados en las confusas luces del posmodernismo filosófico y las autopistas de la información.
En relación a la Argentina, los atentados tuvieron un doble efecto: por una parte acentuaron nuestra irrelevancia estratégica –un proceso que, en verdad, afecta a toda la región al sur del río Bravo–; por la otra exasperaron la supeditación neocolonial de nuestro país, convertido en una víctima favorita de la diatriba y las políticas del imperialismo. En relación a lo primero digamos que la tesis de la irrelevancia estratégica latinoamericana, caballito de batalla del Departamento de Estado desde tiempos inmemoriales, tiene como condición necesaria la inexistencia de gobiernos de izquierda. No bien asoma la posibilidad de que un partido de esta orientación pueda conquistar el poder del Estado en cualquier país de la región el discurso y la política de Washington cambian con fulminante velocidad, y la pretérita irrelevancia da paso al discurso de la “seguridad nacional” norteamericana, lo que justifica la canalización de ingentes cantidades de recursos de todo tipo para aventar la incipiente amenaza. Lo que está ocurriendo hoy en relación al eventual triunfo de Lula en Brasil nos exime de mayores elaboraciones, lo mismo que el Plan Colombia y el Plan Puebla/Panamá.
Pero el agravamiento de la sumisión nacional ante el imperialismo tiene también otras facetas. Revela, por una parte, la inusual mezcla de mediocridad y cobardía de una dirigencia política como la nuestra, sin ideas ni voluntad, y que ha hecho de la mendicidad internacional el único principio de su accionar gubernamental. Por la otra, la total bancarrota de las peregrinas ocurrencias –pues no se trataba de ideas, dado queéstas suponen un grado de seriedad intelectual completamente ausente en aquéllas– que modelaron la política exterior argentina durante los nefastos años del menemato. En efecto, el discurso de las “relaciones carnales” en cualquiera de sus variantes (alineamiento automático, aliado extra-OTAN, realismo periférico, etc.) demostró sus efectos degradantes y disolventes con singular nitidez en el caso argentino. Haber elevado la genuflexión y el servilismo al rango de principios cardinales de la política exterior no es algo que ninguna nación pueda hacer sin pagar un altísimo precio por tamaño desatino. Se nos dijo hasta el cansancio en aquellos años que al aceptar las relaciones carnales que nos proponía el imperialismo nos veríamos beneficiados por su gratitud y su complacencia; que se derramarían sobre nosotros con inigualable generosidad sus inagotables recursos, y que de este modo la Argentina obtendría un trato especial sólo reservado a los elegidos. Se trataba, hoy es evidente, de simples patrañas. Sumergida en la peor crisis económica, política y social de su historia, las políticas de los Estados Unidos hacia la Argentina no podrían ser más hostiles y agresivas. No hay país en el mundo al cual la Casa Blanca maltrate con mayor fruición que a la Argentina. Ni siquiera Irak es destinatario de los periódicos insultos y diatribas que los más altos personeros de Washington reservan para nuestro país. Luego del 11 de setiembre ese desprecio se tornó aún más virulento y, por eso mismo, la Argentina deberá pagar un precio exorbitante para poder algún día liberarse de la situación de postración en la que se encuentra. En ese sentido, los atentados no hicieron otra cosa que empeorar aún más nuestra humillante y vergonzosa inserción en el sistema internacional. t

* Secretario ejecutivo del Clacso.

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