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Una gran familia

 Por Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas

Nuestros primeros encuentros fueron en una oficina prestada por la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, en el quinto piso del edificio de Corrientes 1785. Los familiares y las madres se llamaban y se convocaban “a una reunión muy importante en Corrientes y Callao”; no se daban más precisiones. Fue en esa oficina que nos fuimos conociendo, planificamos las primeras acciones y las primeras cartas para difundir lo que pasaba, y en esa misma oficina aprendimos entre todos a redactar los Hábeas Corpus. Era el punto de encuentro de una gran familia: por allí pasaron Madres, los curas metodistas del MEDH y los primeros militantes por los derechos humanos. Fue el inicio de una lucha que lleva 40 años.

En esa misma oficina nos pusimos nombre: “Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas y Gremiales”. “Gremiales” no era un agregado: la mayor parte de la represión fue sobre los trabajadores y gran parte de nuestro trabajo lo hacíamos en las fábricas y con los sindicatos. Entendíamos que había razones gremiales en las detenciones. Las listas las haciamos por gremio: tantos periodistas, tantos maestros, tantos metalúrgicos desaparecidos.

Las cartas, que envíabamos a políticos, científicos, a las iglesias, eran clave porque era nuestra forma de denunciar lo que pasaba y romper el silencio. Los compañeros llegaban con las direcciones y decían “encontré la dirección de tal”. Nosotros siempre pusimos la cara a pesar del riesgo que eso significaba.

En esa misma oficina planificamos la primera marcha. Fue el primer momento riesgoso que vivimos. Fue en octubre del 77. Fuimos, intentamos ir hacia el Congreso. Unos meses antes, en abril de ese mismo año, ya habíamos presentado un petitorio ante la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), formado por las tres armas y que reemplazaba al Congreso. Así que fuimos otra vez, con varias firmas que suscribían un carta. Éramos una cuadra entera de compañeros. En esa oportunidad, las monjas y los curas iban adelante para evitar la represión. Todavía no usábamos carteles identificatorios, las marchas duraban poco, tenías que irte rápido. Pero no pudimos evitarla: sobre Rodríguez Peña, llegando a Avenida de Mayo, las fuerzas represivas nos encerraron. Vaciaron los colectivos 60 que pasaban y metierom a todos adentro: todos detenidos. Algunos zafamos porque nos metimos dentro de algunos negocios. Desde ahí vimos cómo se llevaban también a las monjas: entre los detenidos estaba Alice Domon, que dijo “hasta que no los liberen a todos nosotras también nos quedamos presas”. Y así fue. Se quedaron en la comisaría con los presos hasta la noche siguiente, en que todos fueron liberados.

Nunca fuimos clandestinos. Poníamos la firma en todos lados. Tomábamos, eso sí, algunos recaudos, por ejemplo nunca dábamos los certificados de domicilio en las solicitadas y los más jóvenes nos cuidábamos de ir siempre a la plaza. Pero miedo nunca tuvimos. El miedo lo habíamos perdido con la desaparición de nuestros familiares. Ya no había qué temer: no nos quedaba otra cosa que buscarlos. A eso nos entregamos totalmente. Empezamos solos, nos conocimos en la búsqueda y nunca mas nos apartamos de la lucha.

La vuelta de la democracia fue otro cantar. Lita Boitano, llegada desde Italia, donde pasó cinco años trabajando y contestando a todos los pedidos que se hacían desde Argentina, trajo más de 60 kilos de documentos sobre los desaparecidos, que sirvieron luego para los juicios. Lita cuenta que al pasar por la Aduana, le preguntan: “¿Qué trae ahí, señora, tan pesado? Traigo información recabada desde italia sobre los desaparecidos en argentina”, le contestó. Ya era otro aire.

En los juicios participamos de la comisión técnica de recopilación de datos. Nuestro trabajo consistió en juntar todos los testimonios para poder sistematizarlos. Eso fue el principio de lo que después fue la CONADEP. Participabamos en la confección de los listados para poder hacer que la gente vaya a los juicios y le llevaba cotidianamente los listados a la secretaria de León Arslanian, que era la que te entrevistaba para que dejaran entrar a la gente.

En el medio sufrimos la muerte de Lucas Orfanó, uno de los fundadores, esposo de Lilia Jons. Una muerte no esperada. Lo enterramos en Familiares. Además del dolor, nos unió. Siempre fuimos una gran familia, que compartimos más momentos con los compañeros que con las familias.

En los 90 nos tocó enfrentar la impunidad, ya sin miedo, con la fuerza de que éramos miles y estábamos todos juntos. La marcha que mas nos conmovió fue la marcha contra los Indultos. No podíamos tener dimensión de la gente que iba a ir. Se juntaron como 200 mil personas. La idea era ir de Tucumán y Avenida de Mayo al Congreso y decir unas palabras. Tuvimos que desviar de Corrientes y Callao, pasar por atrás del Obelisco, 9 de julio, Avenida de Mayo y de ahí al Congreso. Lo más conmovedor fue que mientras íbamos caminando por Corrientes, la consigna que cantaba la gente era NO NO NO, con eco, caja de resonancia, fue impresionante. Fue la condena de la sociedad a los Indultos. Fueron tantas en cuarenta años. Los carteles se pegaban en circuitos específicos porque por fuera no duraban ni medio día. La gente se sumó con fuerza a medida que fue superando miedos.

Con lus juicios sabemos que la justicia siempre llega. Después de tantos años, llegó. Esperamos mucho por los juicios. Es una etapa que no esperábamos que llegara pero llegó. Nos sacamos una gran mochila de encima. Poder decir delante de un juez lo que había vivido, la desaparición de los compañeros. Hay que seguir marcando este camino.

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