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Un oscuro día de justicia

 Por Mario Wainfeld

El cuento se llama “Un oscuro día de justicia”. Rodolfo Walsh lo escribió en 1967, aproximadamente, y transcurre (como otros formidables relatos del autor) en un colegio pupilo manejado por curas irlandeses. El celador Gielty es el malo del relato, un preceptor sádico. Los protagonistas de la narración son los pibes internados a quienes Gielty mortifica y hasta obliga a pelearse entre ellos. Gielty es el enemigo, pero no tienen cómo controlarlo o limitar su poder. Una de las víctimas favoritas de Gielty, el pibe Collins, le escribe una carta desesperada a su tío Malcolm. Malcolm le promete que irá al internado el domingo y que “trompearé al celador Gielty hasta la muerte”. El tío, a quien ninguno de los pupilos conocía, se va transformando en su ilusión, su referente, su ídolo.

Efectivamente Malcolm llega, desafía a Gielty. Los pupilos hacen de tribuna. La pelea comienza, Malcolm lleva las de ganar, los jóvenes se entusiasman y hasta lanzan una ovación. Malcolm agradece los vítores, saluda, se distrae... “Allí –narra Walsh– terminó la felicidad, tan buena mientras duraba, tan parecida al pan, al vino y al amor.” Gielty se rehace, da vuelta el combate, lo lleva a un costado para destrozarlo. Entonces, cierra Walsh, mientras todavía sonaban las piñas, “el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”. Walsh llamó, por primera vez en todo el cuento, “pueblo” a los jóvenes para que la parábola fuera más evidente. Ellos y sólo ellos podían –debían– doblegar a Gielty.

El relato que he sintetizado en exceso, para ir en pos de su moraleja, era una alusión evidente a los liderazgos de la época. Walsh dice haberlo escrito pensando en el Che Guevara pero, claro, también en Juan Perón. No era un alegato contra los héroes –Walsh mismo lo explicó así–, pero sí una definición drástica, que el propio autor resaltó en un memorable reportaje que le hiciera Ricardo Piglia: no es el héroe el que hace la revolución sino “el pueblo cuyo mejor representante es el héroe”.

Este cuento vino a mi mente como por encanto cuando supe que se paralizaron las extradiciones pedidas por Baltasar Garzón. Casi automáticamente pensé: Garzón es Malcolm, el héroe que viene a desfacer todos nuestros entuertos. Como Malcolm, Garzón nos auxilia “desde afuera”, a pedido de las víctimas, ya que fueron argentinos (desamparados acá por defección canalla de sucesivos gobiernos) quienes, como Collins, pidieron su auxilio. Como Malcolm, Garzón es decidido, valiente y peleador. Como a él, la bravura no le alcanzó.

Y los argentinos, el pueblo, deberíamos (debemos) entender ahora que debemos dar la pelea, que la justicia y la memoria se disputan aquí, que debemos sacar de nuestra historia “los medios, el silencio, la astucia y la fuerza” para hacer lo que, por imperio de nuestra debilidad, le pedimos en algún momento a Garzón.

Los genocidas deben ser juzgados acá, en el escenario de sus crímenes, para enseñanza y purificación de la historia argentina. La gestión de Malcolm-Garzón pareció apurar los respectivos tiempos y hacerlo todo simple. No será así, aunque la posibilidad de las extradiciones catalizó la situación. Se dictó la nulidad legislativa de las leyes de la impunidad, las Cámaras Federales de la Capital están prestas a reabrir causas clausuradas por la Ley de Obediencia Debida. Los indultos (los indultos de delitos inindultables) mismos serán puestos en la picota de la discusión pública.

Legisladores, juristas, políticos y militantes pondrán su empeño y su razón en una batalla que no ha cesado y que tendrá su momento cúlmine cuando la Corte Suprema –no la actual, sino una adecentada por la salida de alguno de los peores y mejorada por el ingreso de Eugenio Raúl Zaffaroni– decida sobre la constitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.

“Nadie deja de ser héroe porque lo caguen a trompadas –explicó Walsh a Piglia en el reportaje ya citado–, pero lo que ellos aprenden es que si ellos se la quieren cobrar respecto del celador, se tienen que combinar entre ellos y ellos cagarlo a patadas entre todos.” El héroe de afuera sirvió, y cómo. Ahora, la batalla definitiva la debe dar el pueblo. No es sencillo, pero es como debe ser.

(Publicada el 30 de agosto de 2003)

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