ESPECTáCULOS › EL ULTIMO DISCO DEL PAT METHENY GROUP

La música concebida como garaje (norte) americano

Se escucha con facilidad y es un compendio de complejidades. The Way Up es lo mejor de Pat Metheny en mucho tiempo.

 Por Diego Fischerman

Una escucha poco atenta podría hacer pensar que se trata de más de lo mismo, lo que, de todas maneras, no estaría tan mal. Pero The Way Up, el último disco del Pat Metheny Group, es uno de los más originales, sorprendentes, imaginativos, ambiciosos y llenos de matices, además de uno de los mejor producidos y grabados de los últimos tiempos. Los ingredientes son los que el guitarrista y su alter ego, el pianista y tecladista Lyle Mays, supieron encontrar hace ya dos décadas. La receta es absolutamente novedosa. Como siempre, hay virtuosismo y un ajuste descomunal. Como siempre, la música transcurre con fluidez; todo parece natural y fácil y se escucha con naturalidad y facilidad. No hay nada rimbombante y pretencioso. No hay envaramiento. Y, no obstante, la profundidad musical, el nivel de detalle en los arreglos, el tratamiento espacial del sonido, el cuidado por los aspectos tímbricos y la diversidad de planos rítmicos son asombrosos.
En 1980, Pat Metheny publicó un disco llamado American Garage en el nada americano sello ECM. Era el segundo con su grupo y el primero, en realidad, en que se aventuraba en una música que partía del jazz pero que jugaba con mucho del moderno folklore norteamericano, incluyendo la música siempre un poco anónima de las radios FM y el jazz impersonal que la televisión y cierto cine industrial suelen usar como ambientación estandarizada. El nuevo álbum, editado por Nonesuch, trabaja explícitamente con esa idea de garage (norte) americano. Estructurada en tres partes, The Way Up es una especie de sinfonía cuyos materiales predominantes provienen de la tradición popular, en un mosaico que abarca desde el country hasta Ornette Coleman y desde Jim Hall a Milton Nascimento, pero en donde también pueden rastrearse el populismo modernista de Aaron Copland y el minimalismo cargado de expresividad teatral de John Adams. El grupo es el mismo del disco anterior, Speaking of Now: él en guitarra, Mays en teclados, Steve Rodby en contrabajo, bajo eléctrico y cello (otro viejo compañero, arribado en Offramp, de 1981), el trompetista y cantante Cuong Vu, el baterista Antonio Sánchez y el percusionista y cantante Richard Bona, a los que se agregan Gregoire Maret en armónica y David Samuels en percusión.
Que el presidente de Nonesuch, Bob Hurwitz, haya estado, en los setenta, en ECM junto a Manfred Eicher, y haya sido uno de los promotores del ya legendario primer disco solista de Metheny, Bright Size Life (un trío con Jaco Pastorius en bajo y Bob Moses en batería), explica parte de lo que fácilmente podría identificarse con un círculo que se cierra –o con un primer círculo, para tomar el nombre de aquel disco en el que tocaba el argentino Pedro Aznar, que ahora se completa–. Pero más importante, en todo caso, es la idea que puede percibirse detrás de la política de Hurwitz. Nonesuch fue convirtiéndose en el abanderado más importante de lo que hoy se denomina americana. Metheny ahora comparte el catálogo con John Adams, Laurie Anderson, el bellísimo álbum donde K. D. Lang homenajea la canción canadiense (Leonard Cohen, Neil Young y Joni Mitchell, sin ir más lejos), Bill Frisell, el Smile de Brian Wilson y el notable nacimiento del fantasma del grupo Wilco (ganador del Grammy en el rubro alternativo). Y en esa conjunción es posible leer con claridad una hipótesis acerca de la música norteamericana. Al fin y al cabo, Metheny fue el guitarrista que incorporó al jazz, entre otras cosas, la manera de rasguear del country y en ese gesto se concentra toda una teoría estética. El camino de Metheny, eventualmente, es tan complejo y múltiple como su propia música. Si por un lado ha derribado varias de las fronteras edificadas entre el jazz y otros géneros, por el otro es el músico de su generación –cumplirá 51 años en agosto– más respetado por sus maestros y predecesores: ha tocado junto a Ornette Coleman, Jim Hall, Herbie Hancock, Charlie Haden, Roy Haynes y Dewwey Redman, entre otros próceres del género. Y alterna el más heterodoxo de los grupos con el más ortodoxo de los tríos que, en suúltima encarnación, incluyó a Larry Grenadier y Billy Stewart. Stebve Reich escribió para él y Luciano Berio, en una inusual mirada sobre el jazz y alrededores, lo señaló como “el músico más importante del momento”. En este último disco demuestra por qué.

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Pat Metheny construye una música que parte del jazz y llega a lugares insospechados.
 
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