SOCIEDAD › POR EL CRIMEN DE CHRISTIAN DOMíNGUEZ, CONDENAS DE 14, 4 Y 3 AñOS

De cómo golpear y asfixiar no es torturar

 Por Horacio Cecchi

No podrá decirse que una pena de catorce años no es alta. Pero la aplicada al ex sargento de la Bonaerense Víctor Gómez, por el homicidio de Christian Domínguez, en la comisaría primera de Berisso, no alcanzó para explicar a qué consideran tortura dos de los tres jueces del Tribunal Oral 3 platense. El fallo dio por sentado que el ahorcamiento no se trató de un suicidio como lo querían hacer ver los acusados, pero redujo el papel de los golpes previos, los concentró en uno solo de los tres policías y consideró que la asfixia se produjo por presión del antebrazo del policía contra el cuello del preso, sin ánimo de matar. Al ex subcomisario Luciano Príncipi lo condenó a cuatro años, pese a haber sido quien recibió e introdujo a Domínguez; y al ex oficial Germán Cernuschi, que abrió la celda, tres años, a ambos por privación ilegal de la libertad.

Christian Domínguez fue detenido el 5 de febrero de 2005 por policías de la 1ª de Berisso, tras ser hallado en estado de ebriedad a la salida de un boliche. Domínguez, de 30 años, fue revisado por un médico de la Bonaerense y luego derivado al Hospital de Berisso para, más tarde, reingresarlo a la comisaría. Según consideró el Tribunal, la víctima fue encontrada colgada de un cinturón dentro de la celda, pero no fue golpeado en la seccional de manera “grave o intensa”, por lo que consideró que “no murió a consecuencia de esos golpes”.

El juicio debía comenzar en 2010, primero fue postergado para el año siguiente, luego para el 5 de marzo de este año y por último se inició el 30 de julio pasado. En todo ese tiempo hubo testigos amenazados y no se realizaron varias contrapruebas, además de que desaparecieron músculos del cuello que eran claves como prueba, también partes del cinto y la ropa del joven.

La semana pasada, el Tribunal consideró a los tres ex policías como responsables de la muerte de Domínguez y descartó la idea del suicidio, postura que sostenían los policías desde que el jefe de la seccional acudió a la casa de los padres para avisarles que su hijo había sido detenido y se había suicidado.

El pasado 12 de septiembre, en la audiencia de los alegatos, la fiscal platense Rosalía Sánchez pidió prisión perpetua para los tres ex policías bonaerenses imputados por el delito de “torturas seguidas de muerte”. También pidió cinco años para Leandro Antonelli, ex ayudante de la guardia, por adulteración del libro de guardia. Antonelli fue absuelto el miércoles pasado.

Ayer, los jueces Florencia Gutiérrez y Ernesto Domenech condenaron a Gómez por homicidio simple con dolo eventual, porque “hubo claras pruebas para demostrar que se cometieron maniobras de asfixia al detenido en dos momentos”, y destacaron que “quedó comprobado el desinterés de Gómez por las consecuencias de dicho apriete”. No quedó claro a qué consideran tortura, habida cuenta de que el detenido estaba a merced de sus custodios que, además, lo golpearon como el mismo tribunal sostuvo (aunque aclaró que los golpes no fueron determinantes para su muerte); los acusados reconocieron que encendían y apagaban las luces de la celda a un detenido con problemas psiquiátricos (los jueces evaluaron que no quedaba a oscuras porque había una luz en el pasillo); el cinto no fue un cinto sino el brazo de Gómez; y “no tomaron en cuenta el relato de seis presos que se encontraban en otras celdas –señaló a Página/12 Marcelo Ponce Núñez, abogado querellante–, que aseguraron que se escuchaban los golpes (con lo que no parecía que fueran leves) y tres voces. En la comisaría había cuatro policías, y quedó determinado que el cuarto estaba durmiendo, con lo que los otros tres que fueron enjuiciados estaban allí dentro y pegándole.

La jueza Liliana Torrisi, en cambio, votó por calificar al delito como tortura seguida de muerte e incluyó como parte de la tortura el estado denigrante del lugar de detención.

Los jueces tampoco consideraron que Gómez hubiese tenido ayuda, como sostiene la querella. “Uno solo no podría haberlo golpeado –agregó Ponce Núñez–. Los presos escucharon a tres, reconocieron la voz de Gómez y escucharon gritar a Christian. Príncipi lo recibió y lo introdujo en la celda y Cernuschi tenía la única llave.”

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